Por favor, leerlo despacio, benditos lectores. A ver si consigo que se pueda entender. Todos sabemos que las
posibilidades de caer o de crecer están ligadas al propio sistema electoral
español, tantas veces discutido desde la Transición por el hecho de que
favorece a los partidos mayoritarios y, algo menos, a los nacionalistas que
concentran su fortaleza en determinados territorios, y perjudica a las
formaciones cuyo apoyo es muy significativo pero dispersado por la geografía española.
No se debe tanto a la denostada ley D’Hont como a la CIRCUNSCRIPCIÓN PROVINCIAL,
que premia los territorios con menor población, donde hacen falta menos votos
para lograr un Diputado.
Vamos a
tratar de resumirlo: el censo electoral de Madrid en las elecciones del 20-D es
de 4.913.849 personas que elegirán a 36 Diputados. El de Teruel asciende a
109.983 personas, que escogerán a tres Diputados. Si se registrara un 100 por
100 de participación, para salir elegido en Madrid se precisarían 136.496
votos, mientras en la provincia aragonesa bastaría con 36.661.
La
circunscripción provincial, complementada con la adjudicación de los restos de
votos al que más obtiene, ha tenido siempre como víctima principal a Izquierda
Unida, que en las generales de diciembre necesitaba por cada escaño ocho veces
más votos que el PP.
Lo cierto es
que, pese a este sistema, el bipartidismo se ha negado a reformar para
hacerlo más proporcional. El 20-D demostró que a partir de un 13-15 por ciento
de apoyos se difumina en gran parte este efecto, de modo que Podemos y
Ciudadanos logran romper la barrera que tradicionalmente ha bloqueado la
representación de Izquierda Unida.
Es muy importante tener en cuenta estos
condicionamientos de nuestra democracia representativa, en la que, por mucho
que insistan algunas voces políticas y mediáticas, GOBIERNA QUIEN LOGRA SUPERAR
UN MAYOR RESPALDO PARLAMENTARIO, NO QUIEN CONSIGUE EL MAYOR NÚMERO DE VOTOS EN
LAS URNAS.
El PP
convirtió a lo largo del siguiente año en bandera la afirmación de que “lo
democrático es que gobierne la lista más votada”, lo cual no es cierto en un
sistema representativo. Pero, además tampoco acompaña esa legítima
reivindicación con la propuesta de un cambio previo en la Ley Electoral que
afine mucho más la representación en el Parlamento respecto a la realidad de
los votos.
Coincidiendo
con la época del año en que nos encontramos, recupero la canción “Els veremadors” (Los vendimiadores);
se publicó en 1970 en el disco “Serrat 4”. En ella se trata la inmigración y el
desarraigo, sobrecoge por el verismo y no necesita del subrayado explícito para
reflejar la realidad de las migraciones de carácter temporal en la vendimia
francesa; Serrat se convierte en observador de una cotidianeidad dolorosa.
Alrededor de septiembre,
antes de que llegue el frío,
compran su billete
para el tren de la esperanza.
Y los hemos visto alejarse
con la maleta a cuestas
andando por un andén
de la estación de Francia...
Quizá tiene cuatro troncos
perdidos en un campo.
Quizá no tiene ni un palmo de tierra.
quizá no tiene ni un pueblo,
y de los frutales del Segre
se van a recoger algodón
o a podar, y cuando no hay
nada más, hacen de peón.
Son gente de Aragón,
de África y del Sur,
los vendimiadores.
Otros van a otras tierras,
abandonando un terruño
seco y pedregoso
que les dejó el padre.
Un terruño donde día a día
se dejaron la piel,
donde se hicieron viejos
cuando no era tiempo todavía...
Un pedazo de salchichón,
un mendrugo de pan
y un trago de vino hará
más corto su viaje.
Cada uno esconde un sueño,
cada cual tiene un acento,
pero toda esta gente
habla el mismo lenguaje.
El idioma del peón.
Sencillo, duro y a destajo,
de los vendimiadores.
Y desde que el sol se levanta
hasta que lo esconda la cumbre,
cortar y cortar uva
de unas cepas que son de otro.
Y por la noche se juntan
para maldecir el destino,
con la paja del cojín
royéndoles la mejilla.
Y en el invierno de vuelta a casa
con cuatro duros que
ha de darles lo que
no da el campo del padre.
Hasta el año que viene cuando vuelvan
con la maleta a cuestas
a andar por el andén
de la estación de Francia.
Son gente de Aragón,
de África y del Sur,
los vendimiadores.
Alrededor de septiembre,
antes de que llegue el frío,
compran su billete
para el tren de la esperanza.
Y los hemos visto alejarse
con la maleta a cuestas
andando por un andén
de la estación de Francia...
Quizá tiene cuatro troncos
perdidos en un campo.
Quizá no tiene ni un palmo de tierra.
quizá no tiene ni un pueblo,
y de los frutales del Segre
se van a recoger algodón
o a podar, y cuando no hay
nada más, hacen de peón.
Son gente de Aragón,
de África y del Sur,
los vendimiadores.
Otros van a otras tierras,
abandonando un terruño
seco y pedregoso
que les dejó el padre.
Un terruño donde día a día
se dejaron la piel,
donde se hicieron viejos
cuando no era tiempo todavía...
Un pedazo de salchichón,
un mendrugo de pan
y un trago de vino hará
más corto su viaje.
Cada uno esconde un sueño,
cada cual tiene un acento,
pero toda esta gente
habla el mismo lenguaje.
El idioma del peón.
Sencillo, duro y a destajo,
de los vendimiadores.
Y desde que el sol se levanta
hasta que lo esconda la cumbre,
cortar y cortar uva
de unas cepas que son de otro.
Y por la noche se juntan
para maldecir el destino,
con la paja del cojín
royéndoles la mejilla.
Y en el invierno de vuelta a casa
con cuatro duros que
ha de darles lo que
no da el campo del padre.
Hasta el año que viene cuando vuelvan
con la maleta a cuestas
a andar por el andén
de la estación de Francia.
Son gente de Aragón,
de África y del Sur,
los vendimiadores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario