La
fraternidad no es, sin más, un sentimiento. Es hora de tomar la fraternidad en
serio, de hacerla republicana, de hacerla regresar a la Declaración Universal
de los Derechos Humanos. La fraternidad se asienta en valores, se convierte en
leyes, políticas públicas, constituciones.
La lucha de clases sin fraternidad
hace que la izquierda se parezca demasiado a los que quieren combatir. Dejarle
la fraternidad a la Iglesia es como dejarle el socialismo al estalinismo.
La
fraternidad, que presupone la libertad como condición, y que busca la igualdad
como objetivo para todos, tiene que ser necesariamente superadora del
capitalismo como lógica social (lo que no quita que haya mercado capitalista).
La fraternidad sin igualdad carece de proyecto y si carece de libertad es rehén
del paternalismo. Este punto es esencial: si la fraternidad se basa en la
voluntad individual de donar, ¿cómo se salvaguarda el bien común en el caso de
que falten personas caritativas?
La fraternidad solo puede nacer de un diálogo
donde se hayan garantizado las condiciones igualitarias para todos los
argumentos. Pagar impuestos para financiar el Estado social no puede ser algo
voluntario. Pero en una sociedad
decente, pagar impuestos no es un drama. El drama es no recibir servicios
públicos.
Las
constituciones –las Leyes- deben estar
bañadas de fraternidad, de manera que la creación de condiciones iguales y
libres para el desarrollo de todos los miembros de la misma es un esfuerzo
colectivo que funciona todos los días gracias al aparato institucional, y no a
la caridad individual de quienes quieran ejercer tal caridad.
La libertad
es, sin duda, un requisito básico para la fraternidad; ésta, surge del dolor y del
sufrimiento por la falta de libertad y de igualdad. Por eso, la fraternidad no
puede ser inicialmente cosa de los estados.
La fraternidad es la que dice que
lo privado es público; es la que consigue que los que no tienen no dependan de
la caridad de un filántropo, sea Bill Gates, Georg Soros o Amancio Ortega: que
las personas “dignas” puedan ir a comprar sus propios alimentos y no dependan
de los grandes hacendados que invitaban a los vecinos y a los menesterosos a
comer gratis.
La izquierda está obligada a prestar una especial atención a la
fraternidad porque ha sido la gran olvidada. Y los que han pugnado para que
desapareciera del mapa han sido los poderosos; esta izquierda tiene una tarea
pendiente, tiene que desvelar las mentiras del liberalismo, que fue siempre el
principal enemigo de la fraternidad, separando el grano de la paja; la fuerza
que posee va contra la indiferencia propia de nuestras sociedades, siendo una
de las principales amenazas que se cierne sobre la izquierda.
Posee tal poder
que no solo acaba con la indiferencia, sino que invita a la responsabilidad.
La
fraternidad, como alegría, está llena de fuerza y de razones. Las revoluciones
que nos han traído lo más hermoso de nuestras sociedades se construyeron con
ese impulso.
Tengámoslo
muy claro, benditos lectores, no traten
de engañarse, la fraternidad no es el “darse fraternalmente la paz” durante la
liturgia de la misa; así mismo, tampoco sirve descargar conciencias durante la
época navideña regalando un bote de Cola Cao al Banco de Alimentos.
POSDATA.- En este
escrito describiendo la fraternidad, han colaborado con sus razonamientos los
señores Julio Anguita, Juan Carlos Monedero y un servidor.
Fue en 1970 y
dentro del disco “Disco Blanco” cuando el poeta Joan Manuel Serrat compuso
“Cuando me vaya”. Se trata de una canción de despedida, de muerte, de soledad
tras la marcha del amante.
Me iré despacio un amanecer
que el sol vendrá a buscarme temprano.
Me iré desnudo, como llegué.
Lo que me diste cabe en mi mano.
Mientras tú duermes
deshilaré
en tuyo y mío lo que fue nuestro
y a golpes de uñas en la pared
dejaré escrito mi último verso.
Y a la grupa
del terral, mi chalupa
de blanca vela peinará el mar.
¿Qué soledad te vendrá a buscar...?
Cuando me vaya.
Cuando me vaya.
Luna tras luna,
llamándome
bajarás donde el azul se rompe.
El viento te abrazará de pie
hurgando el vientre del horizonte.
Una sonrisa se
esfumará
rozando el borde de los aleros.
Tu boca amarga preguntará
¿...para quién brillan hoy los luceros?
Y las olas
sembrarán caracolas,
arena y algas entre tus pies.
Los besarán y se irán después
hacia otra playa.
Cuando me vaya.
Me iré silbando
aquella canción
que me cantaba cuando era un crío
un marinero lleno de ron
por si en invierno sentía frío.
Me iré despacio y sé
que quizás
te evoque triste doblando el faro.
Después la aldea quedará atrás,
después el día será más claro.
Y ese día
dulce melancolía,
has de arrugarte junto al hogar.
Sin una astilla para quemar.
Cuando me vaya.
Cuando me vaya.
Es una visión muy teórica. En nuestra sociedad querido Chimo, sobra demasiada igualdad y falta mucha equidad. La igualdad es un derecho individual. La equidad es un derecho colectivo. Sin la equidad ninguna sociedad moderna será justa jamás y una sociedad injusta nunca será libre. Así que deben superarse conceptos marxistas que defendían mucho los derechos individuales enmarcando los en el globo de la sociedad, pero en realidad, una sociedad solidaria y justa no es la suma de derechos individuales. Que si bien son necesarios no significan nada sin la equidad como cemento necesario para sostener el edificio social del que tanto nos gusta presumir. Ya tendremos tu yo alguna conversación sobre esto.
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