En mi particular afán de hacer comprender a los benditos lectores de este blog la necesidad de conocer en profundidad la reciente historia de España y servirse de ella como “vademécum” de errores, y así posiblemente no volverlos a repetir, trataré de narrarla a mi gusto y a mi medida con la consiguiente parcialidad lógica e inevitable que ello supone. Gracias de antemano por proseguir su lectura.
Suele decirse que el siglo XX en España empieza con el “Desastre del 98”, aunque haya alguno, más partidario de las “crónicas reales”, que quiera retrasar su comienzo a la declaración de mayoría de edad e inicio del reinado de Alfonso XIII, en Mayo de 1902.
Lo cierto es que, cuando el siglo comienza, el régimen político tiene ya una duración de un cuarto de siglo y que su columna vertebral legal es una Constitución de la que se ha dicho: “Todo análisis histórico de la Constitución de 1876 debe partir del hecho de que la dinámica política prevista en su articulado –sufragio, mayorías parlamentarias, etc.- no solo no va a desarrollarse en la práctica de acuerdo con tales previsiones formales, sino que sus mismos artífices cuentan de antemano con ese desajuste entre la letra y la realidad de su aplicación".
La Constitución como papel mojado, ¿les suena?
La Constitución como papel mojado, ¿les suena?
Ese régimen político nació, además, para no faltar a nuestra tradición decimonónica, de un golpe militar: el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto, que hace que Serrano abandone el poder, que es transmitido por el general Fernando Primo de Rivera directamente a Cánovas como representante oficial del rey en ciernes (el futuro Alfonso XIII).
El giro reaccionario es patente: no solo se colocará en la cúpula del poder militar y civil a destacados monárquicos y se restablecerá la legislación pre-republicana en lo relativo a grandezas y títulos del reino, también se estrecharán las relaciones con la jerarquía católica modificando el matrimonio civil y sustituyéndolo por el exclusivo católico-canónico.
En materia educativa se estableció la supervisión gubernativa de los libros de texto y programas. La voluntad de intervenir sobre la educación y la familia desde los criterios más retrógrados, vinculados siempre a la jerarquía católica, ha sido siempre una constante en nuestra derecha.
Para la elaboración de la Constitución se celebraron elecciones el 31 de mayo de 1875. Cánovas, aunque enemigo declarado del sufragio universal, quiso respetar las formas y consintió en que “por esta vez”, se hicieran por el sufragio universal masculino establecido por la Constitución de 1869.
No obstante, con la prensa amordazada y los partidos opuestos en plena dispersión, las elecciones fueron un trámite que arrojó, sin embargo, unas escandalosas cifras de abstención. El resultado, como no podía ser de otra forma, supuso que los Diputados ministeriales alcanzaran los 333 escaños de un total de 391.
La Constitución de 1876, en línea con el liberalismo doctrinario profesado por Cánovas, sostenía la soberanía compartida entre el Rey y las Cortes y otorgaba un enorme poder al Monarca al poder elegir directamente al Jefe de Gobierno y otorgarle, además, el Decreto de disolución de las Cortes para poder celebrar nuevas elecciones, con un sistema electoral escandalosamente corrupto.
Establecía la Constitución un sistema bicameral, con un Senado integrado por senadores de derecho propio –aristocracia de sangre, jerarquía militar, eclesiástica y administrativa-, senadores vitalicios –nombrados por el rey- y senadores electivos. Se dejaba abierta la cuestión del sufragio, aunque Cánovas, como ya he dicho, enemigo del universal, promovió la Ley de 28 de Diciembre de 1878 que implantó el sufragio censitario, con un censo solo de 850.000 electores.
Para apreciar a cuantos ciudadanos varones se privaba del voto bastará conocer que cuando, en 1890, los liberales de Sagasta logren hacer aprobar el sufragio universal masculino, el censo electoral se elevará hasta casi 5 millones de electores.
Pocos crímenes son disculpables como el del hombre que se sitúa al frente de un Gobierno, o de un sistema de gobierno, sin fe en su patria. No hay engaño de peores consecuencias para un pueblo. Cánovas era de ese género de políticos. Y su estilo de gobernante obseso por una paz interior comprada a cualquier precio, reacio a hacer y mucho más a pensar en el futuro, se ceñía y ajustaba a las sórdidas ambiciones de la oligarquía territorial, ávida ya de sentarse al banquete y gozar en quietud de las rentas pingües, sin pensar en reformas que fueran bálsamo en la miserias de un proletariado harapiento.
Hay que recordar que en las discusiones parlamentarias, Cánovas, con cierta lucidez, había advertido: “Yo creo que el sufragio universal, si es sincero, si da un verdadero voto en la gobernación del país a la muchedumbre […] sería el triunfo del comunismo y la ruina del principio de propiedad, y si no es sincero el sufragio universal, porque está influido y conducido, como en este caso lo estaría, por la gran propiedad o por el capital, representaría […] el menos digno de todos los procedimientos para obtener la expresión de la voluntad del país” (Diario de sesiones del Congreso de 18 de febrero de 1888)
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