John Maynard
Keynes (1883-1946) demostrado insigne economista británico mencionaba en sus
conferencias una nueva enfermedad que según él se oiría mucho en los años
venideros, la denominó: “paro tecnológico”.
A diferencia de otras etapas de la evolución social, la tecnología digital no está generando más empleos, sino eliminándolos y de manera muy rápida.
A diferencia de otras etapas de la evolución social, la tecnología digital no está generando más empleos, sino eliminándolos y de manera muy rápida.
Economistas y sociólogos predicen que,
antes de que llegue la mitad de la centuria, desaparecerán entre el 40 y el 50
por ciento de los puestos de trabajo y serán automatizados.
Primera
consideración: la digitalización no debe confundirse con una suerte de tercera
revolución industrial que genera grandes cantidades de puestos de trabajo.
Segunda consideración:
la digitalización condiciona la cantidad y la calidad del trabajo: más que la
sustitución del hombre por la máquina, es la aparición de nuevos productos y
costumbres que asolan muchos empleos. Instagram o WhatsApp no superan los cien
empleados a pesar de haber alumbrado productos rompedores que fueron adquiridos
por las “grandes ganadoras”, que pagaron cantidades fastuosas por ellas. Unas
inversiones similares durante la era industrial hubieran supuesto la creación
de miles y miles de puestos de trabajo.
Tercera
consideración: el empleo disponible, como el petróleo, es un recurso escaso que
habrá que administrarse racional y democráticamente.
Cuarta
consideración: la industria ha cambiado su cadena de producción: diseña con productos
escritos por otros, que trabajan lejos de quien los fabrica; la logística de proveedores
y clientes se ejecuta telemáticamente; la vieja factoría reduce su superficie
con la robotización avanzada. Lo digital hace que lo industrial se haga
terciario.
Quinta
consideración: en las relaciones cotidianas desaparece la intermediación, y con
ella cientos de miles de puestos de trabajo.
El problema
no reside ya en que habrá menos trabajadores sino menos empleo.
Las máquinas sustituirán trabajos que hasta ahora se consideraban propios de las clases medias y trabajadoras. Al final llegará el momento, inevitablemente, de desvincular empleo y trabajo.
Las máquinas sustituirán trabajos que hasta ahora se consideraban propios de las clases medias y trabajadoras. Al final llegará el momento, inevitablemente, de desvincular empleo y trabajo.
Recuerdan
ustedes, benditos lectores, el regocijo que nos suponía a los obreros contemplar
por la televisión aquellos reportajes en los años ochenta, donde se mostraban
los primeros adelantos tecnológicos digitales en los que veíamos como los
robots desarrollaban todo tipo de trabajos con calidad y celeridad.
Éramos unos
ilusos; confiábamos en obtener con esas portentosas máquinas un justo y lógico
bienestar social, empleos más seguros, salarios más dignos, más tiempo libre
para la familia. ¡Error! Tan sólo hemos logrado: “mini jobs, trabajos basura,
precariado y dolorosas separaciones de nuestras familias".
Remataré este
escrito con palabras textuales del señor Keynes: "Por lo menos durante otros
cien años debemos fingir nosotros y todos los demás que lo justo es malo y lo
malo es justo, porque lo malo es útil y lo justo no lo es. Muy lamentable…
POSDATA. -Este escrito se ha realizado con las opiniones del
señor Joaquín Estefanía y de un servidor.
En el año 1987
Joan Manuel Serrat compuso “La rana y el príncipe”. Se trata de una canción con
cariz fabulador donde se produce una inversión del cuento clásico que bebe de
la tradición popular; el maestro Serrat lo desmitifica. En aquellos años se
rumoreaba que la canción la compuso en modo de sátira, reflejando la vida disoluta
y casquivana de un personaje perteneciente a la familia Borbón. Nada hay de
cierto en ello. Canción dentro del disco “Bienaventurados”.
Él era un auténtico príncipe azul
más estirado y puesto que un maniquí,
que habitaba un palacio como el de Sissí
y salía en las revistas del corazón.
Que cuando tomaba dos
copas de más
la emprendía a romper maleficios a besos.
más de una vez, con anterioridad,
tuvo Su Alteza problemas por eso.
Un reflejo que a la
luna
se le escapó,
en la palma de un nenúfar
la descubrió.
Y como en él era
frecuente
inmediatamente
la reconoció.
Ella era una auténtica
rana común
que vivía ignorante de tal redentor,
cazando al vuelo insectos de su alrededor
sin importarle un rábano el porvenir.
Escuchaba absorta a un
macho croar
con la sangre alterada por la primavera,
cuando a traición aquel monstruoso animal
en un descuido la hizo prisionera.
A la luz de las
estrellas
le acarició
tiernamente la papaba
y la besó.
Pero salió rana la
rana
y Su Alteza en rana
se convirtió.
Con el agua a la
altura de la nariz
descubrió horrorizado que para una vez
que ocurren esas cosas, funcionó al revés
y desde entonces sólo hace que brincar y brincar.
Es difícil su
reinserción social.
No se adapta a la vida de los batracios
y la servidumbre, como es natural
no le permite la entrada en palacio.
Y en el jardín frondoso
de sus papás
hoy hay un príncipe menos
y una rana más.
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