Hace unos días me encontré con Manuel Bañón y tras saludarlo me dijo que iba a dar una conferencia en Villena en el Instituto Hermanos Amorós donde realizamos el Bachiller Superior con el Pesetas, Santi, Ángel y Vicente, con motivo de su 50ª Aniversario. Por este Centro han pasado 16.000 alumnos, 1.100 profesores y siete Leyes de Educación distintas.
Guardo gratos recuerdos de profesores muy competentes como Julia Pablo Cristóbal (matemáticas), Martin Gual (Filosofía), Florentino (Química), Rafael Bonastre (Ciencias Naturales), Mª Teresa Ripoll(Física)....De haber tenido tiempo, me hubiera gustado acercarme a saludar a viejos amigos.
Este Instituto, en el último año, ha sido considerado como uno de los veinte mejores Centros Educativos públicos del territorio español, debido a tres factores: "un alumnado activo, unas familias implicadas y la gran profesionalidad de los docentes".
Le comenté que como ahora esta jubilado y tiene más tiempo libre que me mandara alguna colaboración. Me dijo que en el 2015 publicó un libro que tiene por título "Un meteorólogo en la Antártida" al que agradezco que me lo mandado por correo electrónico donde cuenta su trayectoria profesional y aventurera.
Manolo, el mejor científico que ha dado Caudete, ha realizado desde 1987 hasta 2013 nada menos que 11 viajes a la Antártida a bordo del Hespérides. En enero de 1988 publiqué un crónica de su primer viaje en el Diario "La Verdad" de Albacete. Les transcribo un artículo que he encontrado en la red de su amigo y compañero Ramón Garrido Abenza que nos hace una interesante semblanza profesional y personal de Manolo.
Manolo Bañón García, Meteorólogo de AEMET,
experto en temas antárticos.
"A veces, la vida nos regala oportunidades de lujo. La posibilidad de perpetrar una semblanza de Manuel Bañón García es una de ellas, con la señalada alegría de tratarse de su jubilación.
Conocí a Manolo a finales de 1988 en Madrid, mientras él, como pionero, preparaba una expedición antártica y, como consecuencia de ello, tenía que dejar a medio aprobar sus oposiciones de meteorólogo. Que ese encuentro fuese en la barra del bar puede carecer de importancia, pero me concedo la licencia de citarlo al ser el escenario de mi primer recuerdo.
Manolo había formado parte de la emblemática promoción de observadores de 1980. Con destino en Murcia, al principio trató de intensificar la lluvia en Valladolid y, desde 1986, ya como Diplomado, ejercía de Jefe de equipo aerológico. Después de trabajar durante un año como predictor en Valencia, en 1989 volvió a Murcia, donde ambos estrenamos nuestros flamantes destinos, él como jefe de Sistemas Básicos. Y en 1992, manteniendo ese puesto, se armó meteorólogo.
A Manolo le tocó bregar con la innovación tecnológica que revolucionó los modos de trabajo en los años 90, con la plena implantación de la red de radares y de las estaciones automáticas y el no menos espectacular boom de la informática.
Manolo, hombre todo terreno donde los haya, no sólo desarrolló su labor con excelencia, sino que acrecentó su interés personal por materias candentes, como eran en aquella década la capa de ozono y la medida de la radiación ultravioleta.
A sus expediciones a la Base antártica española Juan Carlos I, de la cuál fue jefe en dos campañas, añadió la participación en numerosos proyectos de investigación, la publicación de artículos científicos sobre cambio climático, ozono, limnología, observación meteorológica, etc., sin olvidar sus labores divulgativas.
Ya con el nuevo siglo, con la necesidad de un cambio, se pasó a educación y descanso … pero no descansó. Ahondó en sus actividades científicas y se sumó a la colaboración para el desarrollo de Iberoamérica. Y así nos vimos, en la primavera de 2007, sudando al escalar las pirámides de Tical (a Jorge gracias), mientras yo también habría de recordar aquella tarde remota en que nos habíamos achicharrado en la campiña manchega, en un experimento sobre desertificación.
Y fue entonces, después de haber recorrido un millón de kilómetros por carretera, cuando la madrastra tuvo un rasgo de madre y Manolo recaló en Alicante. Pero en aquel tiempo las distancias pasaron a medirse en millas y el asfalto se transformó en aire, donde escribir una larga retahíla de países a los que donó su experiencia en estaciones automáticas y sistemas de observación.
Al tiempo, a través de la OMM, siguió coordinando las actividades en el continente helado.
Conferenciante ameno, Manolo siempre ha disfrutado con su labor divulgativa. Las fotografías de agua y hielo con las que ilustra sus charlas dejan a uno boquiabierto y transmiten la sensación de paz que, atrevidamente, creo entrever en su espíritu.
No en vano, una de sus conferencias fue nombrada “La poética de la Antártida”, hermosa manera de evocar los desiertos blancos.
Manolo, pipa y sandalias, crítico, andador, comprometido, lector, resolutivo polvorista, gastrónomo, maestro y madrugador. Como siempre, el primero en llegar. Manolo, espera, que vamos".
Ramón Garrido Abenza
El Observador. Publicación de AEMET Septiembre – Octubre – 2014
Un crack y una eminencia. Alguien con mil historias y anécdotas. Para que la casa de cultura organizara todos los años unas jornadas de divulgación científica que serían la envidia de grandes ciudades. Tenemos caudetanos geniales como para hacerlo.
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