Los dos
modelos principales de capitalismo reciben diversos nombres. Por un parte, el
capitalismo americano, anglosajón o
neoliberal; y, por otra parte, existe el capitalismo europeo, renano o de bienestar.
El
capitalismo neoliberal llega sobre todo de Estados Unidos y está basado en el
éxito individual, el beneficio a corto plazo y la exaltación. En él, la empresa
es una mercancía más de la que el propietario dispone libremente y cuya función
única consiste en generar beneficios; esta necesidad de repartir dividendos de
modo permanente hace que los accionistas sean capaces de “traicionar” a su
empresa y vender las acciones.
La empresa se queda sólo como una máquina de
generar beneficios. Una vaca lechera... Sus directivos más importantes, que
tienen intereses propios muchas veces distintos de los propietarios; para
obtener la máxima competitividad (maldita palabra) de una empresa están
precisados a forzar la competitividad individual de cada uno de sus
componentes, y ella es la función de sus directivos. El salario es
esencialmente individual y aleatorio, como el empleo mismo.
El modelo
anglosajón exalta la economía de los consumidores, al empresario brillante, la responsabilidad
individual por las capacidades personales, las grandes diferencias salariales,
las facilidades para el despido, las fusiones y las adquisiciones hostiles. Se
practica el ajuste permanente como fórmula de flexibilidad: como hay que
maximizar las ganancias trimestre a trimestre, donde no hay un crecimiento
suficiente de los beneficios hay que reducir los costes salariales o rebajando
emolumentos o despidiendo gente.
En sentido contrario, los empleados han de
cambiar de empresa en cuanto se les presente la oportunidad de ganar más
dinero. Ya no existe el concepto de lealtad en el seno de las sociedades
mercantiles.
La teoría
asumía que en el capitalismo neoliberal el Estado tenía funciones subsidiarias
en educación, sanidad, pensiones, desempleo, etcétera; los gobiernos debían proteger
sobre todo los derechos de la propiedad privada y luego apartarse, dejar libre
el camino y permitir que los individuos, partiesen del nivel que partieran,
desempeñasen su papel.
El capitalismo descontrolado originaría niveles inaceptables
de desigualdad, que pondrían en riesgo el futuro del propio sistema: las
sociedades desarrolladas aceptan enfadas los fenómenos de extrema riqueza y
extrema pobreza. Sus defensores resaltan que se trataba de una forma de
capitalismo con rostro humano.
El otro tipo
de capitalismo denominado: europeo, renano o de bienestar se extendió por una
parte muy amplia de Europa e incluso en Japón. Valoraba el éxito colectivo, el
consenso y la preocupación por el largo plazo.
En él, la empresa era una
comunidad compleja en la que los poderes de la propiedad, dividida en acciones,
estaban equilibrados con los de la dirección y con los del personal de base;
las prioridades de la empresa no sólo se centraban en obtener la máxima
plusvalía, sino también en adquirir cuotas de mercado para el futuro y crear
empleo.
Se tenía al capitalismo europeo por más justo y equilibrado; en él los Bancos y las industrias estaban profundamente imbricados y su modelo era el
largo plazo y no los trimestrales. La estabilidad de los principales
accionistas era un factor de seguridad y de tranquilidad para los
administradores, que no vivían con la espada de Damocles permanente de una
venta de la empresa a sus espaldas.
En aquel
capitalismo europeo de la posguerra existía una cierta cogestión entre los
trabajadores y los empresarios: por ejemplo; no subir excesivamente los sueldos
y a cambio crear empleo para crecer y ganar cuota de mercado a la competencia.
La empresa tipo no trataba a los trabajadores como un simple factor de la
producción más, que se compra y se vende en el mercado como cualquier otra
materia prima, sino que aplicaba un cierto nivel de seguridad, de lealtad, de
formación profesional, ya que los trabajadores permanecían en aquélla largos
trechos de su vida laboral, si no toda.
Hoy parece una utopía. Más que pagar a
cada uno por su valor instantáneo en el mercado se aplicaba el derecho laboral
y la negociación colectiva con el objeto de socializar los salarios y las
condiciones de trabajo, ocuparse de su formación permanente, limitar las
diferencias lacerantes en los emolumentos, evitar las rivalidades más
destructivas.
Los trabajadores
también asumían una fidelidad respecto a su empresa; el cambio de una a otra
era un fenómeno mucho menos difundido y la rotación del empleo se consideraba un
factor negativo. Para todo ello era básico la presencia de Sindicatos
vertebrados, representativos, fuertes en afiliación y comprometidos.
El
capitalismo de bienestar concedió una relevancia superior al Estado en el
crecimiento económico: una muleta estratégica para su desarrollo. ¿Por qué se
iba a prescindir de él? Sus representantes consideraban que el bienestar social
formaba parte troncal de la economía de mercado y, por tanto, había que apuntalarlo.
Había que tener contentos y protegidos a los productores. En esencia, el
capitalismo del bienestar aparecía como una especie de versión económica de la
socialdemocracia.
Los defensores
del primero resaltaban que se trataba de una forma de capitalismo con rostro
humano, mientras que los del último incidían en que su mayor eficacia traería
más beneficios para todos en última instancia.
Comprobada durante varias
décadas (el cuarto de siglo largo que va desde el final de Segunda Guerra
Mundial hasta la crisis del petróleo, a principios de la década de los setenta)
la superioridad económica y social del modelo europeo y japonés, lo normal
hubiera sido verlo triunfar políticamente.
No fue así. Por desgracia para los
obreros, benditos lectores, el capitalismo anglosajón es hoy absolutamente
hegemónico y ha contagiado al resto del mundo con sus rasgos más agresivos y
apabullantes.
POSDATA.- Un servidor
ha recopilado y sintetizado los razonamientos del señor Estefanía, don Joaquín,
en este escrito.
En la canción
“Los recuerdos” grabada en 2002 dentro del disco “Versos en la boca”, Serrat
nos lleva a la médula de los recuerdos, profundizando en el inevitable sentido
manipulador que éstos poseen al evocarlos en el transcurso de los años.
Los recuerdos suelen
contarte mentiras.
Se amoldan al viento,
amañan la historia.
Por aquí se encogen,
por allá se estiran.
Se tiñen de gloria,
se bañan en lodo,
se endulzan, se amargan
a nuestro acomodo,
según nos convenga.
Porque antes que nada
y a pesar de todo,
hay que sobrevivir.
Recuerdos que volaron
lejos
o que los armarios encierran
cuando está por cambiar el tiempo,
Como las heridas de guerra,
Vuelven a dolernos de nuevo.
Los recuerdos tienen
un perfume frágil
que les acompaña
por toda la vida.
Y tatuado a fuego,
llevan en la frente,
un día cualquiera,
un nombre corriente
con el que caminan
con paso doliente,
arriba y abajo,
húmedas aceras,
canturreando siempre
la misma canción.
Y por más que tiempos
felices
saquen a pasear de la mano,
los recuerdos suelen ser tristes,
Hijos, como son, del pasado,
de aquello que fue y ya no existe.
Pero los recuerdos
desnudos de adornos,
limpios de nostalgias.
Cuando solo queda
la memoria pura,
el olor sin rostro,
el color sin nombre,
sin encarnadura.
Son el esqueleto
sobre el que construimos,
todo lo que somos,
aquello que fuimos,
y lo que quisimos
y no pudo ser.
Después inflexible, el olvido
irá carcomiendo la historia;
y aquellos que nos han querido
restaurarán nuestra memoria,
A su gusto y a su medida,
Con recuerdos
De sus vidas...
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