¿Cuánto tiempo tenemos que esperar para que España sea capaz de asumir que ochenta años después no hemos cumplido el mínimo ético con quienes murieron injustamente en una guerra que acabó, por medio de un golpe de Estado, con el sistema democrático de la República y que fueron perseguidos con saña durante la posguerra, o torturados por un régimen fascista como el franquismo?
¿Cuánto más
debe acontecer para que asumamos que se sigue cometiendo una injusticia constante
y permanente contra las víctimas y su memoria desde hace más de cuarenta años,
en los que la nueva España constitucional no ha hecho sino desconocer esos
derechos? ¿Qué fenómeno debe producirse para que dejemos la dualidad de buenos
y malos y pongamos toda nuestra fuerza en reparar a las víctimas, empezando por
reconocerles la condición de tales?
Simplemente
teníamos que hacer ese esfuerzo de ponernos en el lugar del otro, abandonar las
reservas mentales y confiar, al menos en las cuestiones esenciales, en quién no
piensa como tú, y a partir de ahí escribir con renglones rectos la historia en
común.
Estoy seguro que llegará el día en el que cada cual asuma su
responsabilidad histórica y acepte que la historia es lo que es, y que no
adelantamos nada o muy poco con su ocultación sistemática o con la deformación
de una verdad que está bajo la tierra, que está en los archivos, que permanece
en la tradición oral de cada cual, con sus matices, sus deformaciones y su
inevitable parcialidad.
Rechazar
oficialmente que se remueva esa tierra física que ha formado, durante décadas,
túmulos de olvido y sinrazón, a través de mecanismos oficiales y artículos
legales, resulta excesivamente complaciente con los perpetradores.
Quienes se
oponen a que la tierra se remueva y deje salir la verdad que contiene olvidan
que, por mucho que se trate de ocultar aquella, acaba por salir, y deja de
tener sentido la mentira y la ocultación ante los huesos destrozados, los
cráneos con los orificios de balas asesinas o los restos destruidos por el paso
del tiempo, que, es en sí mismo, el mejor juez para dejar al descubierto la
sinrazón de quienes niegan la verdad y la memoria.
En España, las
instituciones han decretado el olvido oficial respecto a los crímenes
franquistas y se ha “prohibido” la memoria, lo que es especialmente peligroso.
¡Sí!, el Tribunal Supremo ha tenido la oportunidad y sigue teniendo las claves
para que las víctimas y la sociedad española, en general, recibamos la
reparación que se nos debe y podamos pasar la página definitivamente.
Desde luego,
quedan pendientes muchos puntos oscuros de la dictadura, por lo que no estoy de
acuerdo con quienes hacen alarde de un falso progresismo cuando afirman que
todos sabemos lo que pasó y por eso es mejor apostar por la reconciliación.
Olvidar que la reconciliación, aparte de ser, como el perdón, algo estrictamente
personal, necesita de un apoyo, un reconocimiento de responsabilidad, unos
términos de referencia sobre la responsabilidad de cada uno y unos acuerdos en
los que participen las víctimas, para que tengan sentido y pueda ser asumida
por la sociedad.
Cuando se oye razonar a figuras
políticas de todo signo sobre la necesidad de olvidar, cerrar heridas y superar
los crímenes franquistas impunes desde hace décadas vienen a la memoria los
miles de familias españolas víctimas de aquella barbarie que llevan años esperando
verdad, justicia y reparación ante un muro de incomprensión: “dejad en paz a
los muertos”, les dicen, “olvidad lo que sucedió, cerrad ese capítulo, cerrad
las heridas por el bien de todos”. Pero los muertos se niegan a yacer en paz en
las cunetas mientras sus familias les recuerden.
Deberíamos
estar preparados para conocer la verdad y recuperarla, pero, es evidente,
benditos lectores, que se nos ha privado de ella sin ni siquiera consultarnos.
Nos han conducido al punto en el que ninguna persona debería estar, el de
aceptar la mentira y el silencio como respuesta en una democracia que nunca
será completa sin garantizar ese derecho.
Para ello, tendremos que definir qué parte
de autocrítica estamos dispuestos a asumir y qué porcentaje de olvido hemos aceptado,
para poder afirmar a qué tanto por ciento de coherencia y autorrespeto hemos
descendido.
Hemos
renunciado, a través de aquella Ley de Amnistía y de una supuesta Transición
sanadora, a explicar a las generaciones venideras que fuimos nosotros quienes
no les contamos la verdad y que además nos negamos a hacerlo, sin ningún riesgo para la
seguridad de nadie y tan solo por pura cobardía; que no fuimos capaces de
abordar la losa del franquismo y preferimos sentarnos en ella para que nos
amarrara aún más al “todo está atado y bien atado”; que fuimos tan indiferentes
durante los cuarenta años siguientes como lo habíamos sido durante los
precedentes, con la diferencia de que en aquellos no hubo ningún obstáculo para
actuar y en estos existía la represión del terrible régimen fascista imperante.
POSDATA. - Este escrito es una síntesis de los razonamientos
del señor Garzón, don Baltasar, y de un servidor, sobre la Ley De Memoria
Histórica.
Concluiré con
los versos que siempre me evoca la memoria y me obligan a sollozar
desconsoladamente.
El poema se
titula “Mientras me quede voz”; lo ha escrito María Luisa de la Peña
Fernández y pertenece al libro “El hilo
de la memoria”
Mientras me quede voz
hablaré de los muertos,
tan callados, tan molestos…
Mientras me quede voz
hablaré de sus sueños,
de todas las traiciones,
de todos sus silencios.
De los huesos sin nombre
esperando el regreso.
De su entrega absoluta,
de su dolor de invierno.
Mientras a mí me quede voz
no han de callar mis muertos.
La memoria histórica es para todos y de todos, no solo de los republicanos. Y mal hicieron todos, sólo hay que ver lo que sucedió en Caudete, y para mi fue una lástima que Caudetanos eliminarán a Caudetanos. Y incendiaron su propio patrimonio. Lo que tenemos que evitar es que vuelva a suceder.
ResponderEliminarNuestra incivil guerra fue un choque de totalitarismos de derechas e izquierdas y lo sufrieron la buena gente de derechas e izquierdas, la memoria es buena para no volver a repetir esa historia, usada mas para buscar la confrontación que para curar heridas
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