Antonio Gramsci, que vivió una de las épocas más oscuras y complejas del siglo XX, comprendía que la búsqueda de la verdad y el compromiso con ella eran inseparables de la actividad política, cuyo fundamento último residía precisamente en la aspiración a la veracidad y a la conformidad de lo que se hace con lo que se piensa (coherencia).
El pensador sardo hizo suyo el aserto “La verdad es siempre revolucionaria”, convirtiéndolo en cabecera del semanario creado por él en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial.
“Hay una pregunta clave que mucha gente se hace en la actualidad ¿Cómo se lucha? Diciendo la verdad. Es que la verdad es muy dura; pues la decimos sonriendo” (Julio Anguita). A medida que la realidad se despliega ante nuestros ojos, sus discursos cobran nueva vigencia y el lector tiende a pensar que podrían haberse escrito la semana pasada. Su veracidad ha hecho que envejezcan bien y no pierdan un ápice de interés.
Hay que contar la verdad, sin duda, y hacerlo a costa de cualquier sacrificio, incluidos los votos, porque en el terreno de los principios no puede haber concesiones: “si para ganar votos tenemos que hacer cosas que van contra nuestra conciencia, que se queden con los votos” (Julio Anguita). Es decir, no se trata sólo de adoptar una posición política, sino de hacerlo con franqueza, con sinceridad y sin traicionarse por un manojo de votos o por un puñado de sueldos.
Hace mucho tiempo que España no es un Estado soberano. Para ser exactos, no lo es desde la ratificación del Tratado de Masstricht, que convirtió a nuestro país en una región perteneciente a una entidad oligárquica y antidemocrática llamada Unión Europea.
El crecimiento económico experimentado desde mediados de los noventa, basado en el endeudamiento y la expansión del ladrillo, disimulaba esta realidad y permitía conservar la apariencia de soberanía consagrada en la Constitución del 76.
El crecimiento económico experimentado desde mediados de los noventa, basado en el endeudamiento y la expansión del ladrillo, disimulaba esta realidad y permitía conservar la apariencia de soberanía consagrada en la Constitución del 76.
Sin embargo, el estallido de la crisis financiera acaecido en el 2008 y el consiguiente colapso del modelo especulativo han hecho emerger la verdad: una economía dependiente y periférica atenazada por la deuda externa, caracterizada por la precariedad laboral y condenada a un deterioro inexorable de nuestra capacidad productiva.
De manera lenta, pero progresiva, la crisis económica va desvelando la realidad del poder y poniendo cada cosa en su sitio, más allá de las ideologías y de las percepciones sociales que todavía prevalecen sobre el proyecto europeo.
Desde el Tratado de Maastricht, la construcción europea ha pretendido, y finalmente conseguido, excluir al Estado de la economía para consagrar el imperio del mercado y permitir que la explotación capitalista se reproduzca sin turbulencias, haciendo viable el programa político que interesa a los sectores más privilegiados de la sociedad.
Al desencadenarse una crisis de grandes proporciones, el mercado autorregulado comenzó a desplegar sus efectos: si el tipo de cambio ha desaparecido, la política monetaria ha sido transferida y la política fiscal se encuentra limitada por una estricta disciplina presupuestaria, la única variable que puede servir de base para un ajuste económico en una situación de crisis es la flexibilidad de los salarios, alimentando una dinámica colonial que convierte a los trabajadores españoles en una reserva de mano de obra barata.
La nueva división europea del trabajo promueve y fomenta la progresiva destrucción de los modelos sociales estatales, lo cual resulta inmediatamente perceptible en dos ámbitos fundamentales: la flexibilización de los mercados de trabajo y la reducción de la protección social. El trabajo basura no sólo no se ha combatido, sino que se ha fomentado, situando la regulación del trabajo asalariado como único factor de competitividad.
La unificación monetaria de Europa no es una construcción errónea o incompleta, sino un instrumento idóneo para restaurar la centralidad geopolítica de Alemania y liquidar la soberanía en los países del sur de Europa. La única salida progresista para nuestros pueblos consiste en abandonar la zona euro y recuperar el control de la soberanía para escapar del cataclismo de la devaluación interna impuesta por la Unión Europea.
Esto nos lleva a reflexionar sobre las aspiraciones independentistas que han calado en importantes sectores de la sociedad catalana. La pasividad de la izquierda social y política ha permitido al nacionalismo conservador construir un discurso interesado que señala a España como origen de todos los males, justificando de este modo los recortes sociales y subordinando el debate a sus intereses; quedando meridianamente claro que la democracia y la soberanía son incompatibles con una institucionalidad amarrada a un capitalismo desbocado.
En una situación caracterizada por la radical separación entre el Estado y la economía, los ciudadanos no tienen ninguna posibilidad de intervenir en defensa de sus intereses. El mercado único europeo, construido bajo los dictados de un liberalismo muy ortodoxo, constituye una auténtica dictadura económica que ha devastado las economías de los países periféricos y lleva camino de hacer lo propio con sus sistemas políticos, destruyendo la soberanía y desmantelando el bienestar de los Estados que se encuentran en dificultades.
“La única democracia auténtica, la radical sólo puede florecer sobre las ruinas de la actual Unión Europea” (Julio Anguita).
POSDATA.- Este escrito es un resumen del prólogo de un pequeño libro de Julio Anguita comentado por Héctor Illueca Ballester, doctor en Derecho e Inspector de Trabajo y portavoz del Frente Cívico “Somos Mayoría” sobre una charla que pronunció el señor Anguita en febrero de 1999 en Molina del Segura (Murcia) sobre el Plan Social para el Empleo de Izquierda Unida, a la que un servidor asistió.
Julio Anguita sorprendió a todos con un gesto bastante inusual: en lugar de iniciar el acto con una larga exposición, se dispuso a…escuchar. Quería tomar nota y hablar de aquello que al público le interesara. Todo un detalle por su parte.
El poema de hoy es obra del señor Benedetti, don Mario, está contenido dentro del libro “Letras de Emergencia” y lo tituló “Ser y Estar” (1969-1973). En este poema analiza con una deliciosa “vis cómica” como los norteamericanos marcan la diferencia de significado entre los verbos ser y estar
Oh marine,
oh boy,
una de tus dificultades consiste en que no sabes
distinguir el ser del estar,
para ti todo es “to be”
así que probemos a aclarar las cosas.
Por ejemplo:
una mujer es buena
cuando entona desafinadamente los salmos
y cada dos años cambia el refrigerador
y envía mensualmente su perro al analista
y sólo enfrenta el sexo los sábados de noche.
En cambio una mujer está buena
cuando la miras y pones los perplejos ojos en blanco
y la imaginas y la imaginas y la imaginas
y hasta crees que tomando un Martini te vendrá el coraje,
pero ni así.
Por ejemplo:
un hombre es listo
cuando obtiene millones por teléfono
y evade la conciencia y los impuestos
y abre una buena póliza de seguros
a cobrar cuando llegue a sus setenta
y sea el momento de viajar en excursión a Capri y a París
y consiga violar a la Gioconda en pleno Louvre
con la vertiginosa Polaroid.
En cambio,
un hombre está listo
cuando ustedes,
oh marine,
oh boy,
aparecen en el horizonte
para inyectarle democracia.
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