Vivir significa tomar partido. No pueden existir los hombres sin más, ajenos a la ciudad. Quien verdaderamente vive en un pueblo no puede dejar de ser ciudadano y de tomar partido. La indiferencia es abulia, es parasitismo, es cobardía, no es vida. La indiferencia es peso muerto de la historia.
Lo que sucede no sucede tanto porque algunos quieran que ocurra, sino porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, deja hacer, deja atar nudos que después solo la espada podrá cortar, permite la promulgación de leyes que solo la revuelta podrá derogar, acepta que tomen el poder personas que solo una insurrección conseguirá luego derrocar.
Y este indiferente se enfada, querría escapar a las consecuencias, querría que quedara claro que él no deseaba eso, que él no es responsable. Pero nadie o muy pocos se culpan de su propia indiferencia, de su escepticismo, de no haber ofrecido sus manos o su actividad a los grupos de ciudadanos que luchaban precisamente para evitar ese mal o se proponían realizar aquel bien.
La mayoría de ellos, en cambio, prefieren hablar a toro pasado del fracaso de los ideales, de la definitiva ruina de los programas y de otras sutilezas similares. Vuelven así a rechazar cualquier responsabilidad.
Desprecio a los indiferentes también porque me molesta su eterno lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos por cómo han realizado la tarea que la vida le ha puesto y les pone diariamente, por lo que han hecho y, especialmente, por lo que no han hecho. Y me siento con derecho a ser inexorable, a no derrochar mi compasión, a no compartir mis lágrimas con ellos.
Soy partidista, vivo, siento en la conciencia de los míos el pulso de la actividad de la ciudad futura que estamos construyendo. Y en ella la cadena social no pesa sobre unos pocos; nada de lo que en ella suceda se debe al azar, a la fatalidad, sino que es el resultado de la acción inteligente de sus ciudadanos.
En ella nadie se queda en la ventana mirando mientras unos pocos se sacrifican, y se desangran en el sacrificio; nadie permanece al acecho para aprovecharse del escaso bien que proporciona la actividad de esa minoría ni se desahoga de su frustración insultando a quien se sacrifica, a quien se desangra, porque ha fracasado en su intento.
Vivo, soy partidista. Por eso desprecio a los que no toman partido, desprecio a los indiferentes.
Mi admirado Mario Benedetti y su poesía pondrá término a este escrito con un poema del año 1978 del libro “Cotidianas” con título “Soy un caso perdido”. En el poema justifica su obligada parcialidad ante las numerosas injusticias sociales propias y ajenas. Los puntos y las comas son de mi autoría para facilitar su comprensión. (Don Mario las utilizaba con poca frecuencia)
Por fin un crítico sagaz reveló
(ya sabía yo que iban a descubrirlo)
que en mis cuentos soy parcial,
y tangencialmente me exhorta
a que asuma la neutralidad
como cualquier intelectual que se respete.
Creo que tiene razón,
soy parcial,
de esto no cabe duda,
más aún, yo diría que un parcial irrescatable,
caso perdido en fin,
ya que por más esfuerzos que haga
nunca podré llegar a ser neutral.
En varios países de este continente
especialistas destacados
han hecho lo posible y lo imposible
por curarme de la parcialidad,
por ejemplo, en la biblioteca nacional de mi país
ordenaron el expurgo parcial
de mis libros parciales,
en Argentina me dieron cuarenta y ocho horas
(y si no me mataban) para que me fuera
con mi parcialidad a cuestas,
por último en Perú incomunicaron mi parcialidad
y a mi me deportaron.
De haber sido neutral
no habría necesitado
esas terapias intensivas,
pero qué voy a hacerle,
soy parcial,
incurablemente parcial
y aunque pueda sonar un poco extraño
totalmente
parcial.
Ya sé,
eso significa que no podré aspirar
a tantísimos honores y reputaciones
y preces y dignidades
que el mundo reserva para los intelectuales
que se respeten,
es decir ,para los neutrales;
con un agravante,
como cada vez hay menos neutrales
las distinciones se reparten
entre poquísimos.
Después de todo y a partir
de mis confesadas limitaciones
debo reconocer que a esos pocos neutrales
les tengo cierta admiración,
o mejor les reservo cierto asombro,
ya que en realidad se precisa un temple de acero
para mantenerse neutral ante episodios como
Girón…
Tlatelolco…
Trelew…
Pando…
La moneda…
Es claro que uno,
y quizá sea esto lo que quería decirme el crítico,
podría ser parcial en la vida privada
y neutral en las bellas letras.
Digamos indignarse contra Pinochet
durante el insomnio
y escribir cuentos tiurnos
sobre la Atlántida;
no es mala idea,
y claro,
tiene la ventaja
de que por un lado
uno tiene conflictos de conciencia
y eso siempre representa
un buen nutrimento para el arte
y por otro no deja flancos para que lo vapulee
la prensa burguesa y neutral;
no es mala idea,
pero
ya me veo descubriendo o imaginando
en el continente sumergido
la existencia de oprimidos y opresores,
parciales y neutrales,
torturados y verdugos
o sea la misma pelotera,
Cuba sí Yanquis no
de los continentes no sumergidos.
De manera que,
como parece que no tengo remedio
y estoy definitivamente perdido
para la fructuosa neutralidad,
lo más probable es que siga escribiendo
cuentos no neutrales
y poemas y ensayos y canciones y novelas
no neutrales;
pero advierto que será así
aunque no traten de torturas y cárceles
u otros tópicos que al parecer
resultan insoportables a los neutros
será así aunque traten de mariposas y nubes
y duendes y pescaditos.
Óscar, Tú mismo...
ResponderEliminar