"La peste de la corrupción política", por Óscar de Caso. "No cabe duda de la vinculación que hoy en día existe entre corrupción y crimen organizado o llámesele mafia".

          Desde la mirada democrática, la corrupción política no es otra cosa que la privatización del Estado, es decir, la subordinación del poder político a la propiedad privada, o a los intereses privados. El Banco Mundial definía este fenómeno en su informe de esta misma manera.

          Solo hace poco más de veinticinco años el planeta comenzó a tener conciencia del problema y reconoció el poder destructivo que tiene. No cabe duda de la vinculación que hoy en día existe entre corrupción y crimen organizado o llámesele mafia, hasta el punto de afirmar que la primera es un instrumento idóneo para la expansión, consolidación e impunidad del segundo.

          A bote pronto, puede parecer exagerada la vinculación existente entre la corrupción y el crimen organizado, pero no puede dejar de llamarnos la atención el hecho de que más de 3.000 cargos públicos, miembros de partidos políticos y servidores públicos en general, estén sometidos a proceso penal en los últimos años. No se trata de cuatro “chorizos”, son una banda de forajidos bien organizada.

          Una de las cosas más preocupante en este fenómeno de la corrupción es que, aunque rechazado en las encuestas de manera categórica, es aceptado socialmente en España (el 61,6 por ciento piensa que los españoles somos tolerantes con la corrupción).

          El comportamiento habitual del partido político cuando en alguno de sus miembros se detectan signos palpables de corrupción será la defensa de dicho partido, los compañeros del afectado le darán su apoyo incondicional frente a cualquier agresión de fuera.

Es el momento de recordar la célebre frase de Rajoy, en el caso Gürtel cuando recién estallado el asunto dijo: “Esto no es una trama del PP, sino una trama contra el PP”. Los hechos que han acontecido desde entonces me permiten ahorrarme cualquier comentario.

          En un momento posterior a destapar la trama corrupta y cuando las evidencias sean irrefutables y el partido corra el riesgo de verse afectado, se decidirá por la expulsión del afectado a modo de fardo comprometido que se lanza por la borda.

   A partir de ese momento, no se le mencionará nunca más por su nombre, sus compañeros se referirán a él “como ese señor que menciona usted”. Siempre que mantenga la boca cerrada y proteja la estructura del partido su seguridad se verá garantizada. De hecho, seguirá siendo “uno de los nuestros” (en directo o en diferido).

          Al expulsarle del partido piensan sus dirigentes que se produce el efecto sanador, que la responsabilidad desaparece. Con esta conducta tan torpe, pero eficaz para ellos, quieren eludir la responsabilidad de dicho partido cuando han sido ellos los que le han ofrecido la cobertura precisa para poder delinquir, eludiendo la inevitable responsabilidad común que tiene con el mafioso. Esta doctrina parece que triunfa la mayoría de las ocasiones siempre que medios “amigos” o periodistas “de la cuerda” les apoyen.

          Hay situaciones en que la corrupción viene de lejos y parece hundir sus raíces en el franquismo y en una Transición chapuceramente acabada; cuando el Congreso reprueba al Ministro de Justicia y al Fiscal General, y no sucede nada; cuando un partido saturado de corrupción sigue siendo el partido más votado; cuando existe una laxa legislación para evitar “las puertas giratorias”; cuando en este país se observa un estómago a prueba de bombas para repudiar esta mafia.

          En el año 1995 se creó la Fiscalía Anticorrupción, entonces el corrupto no tenía miedo, no se le vituperaba. La disculpa del triunfador en nuestro país, sin importar los medios utilizados para ello, ha sido total; y para mayor desgracia para la tropa no ha habido una respuesta desde la izquierda. Lamentable, muy lamentable…

          Hay unas palabras del señor Garzón, don Baltasar, en las que viene a decir: “La indiferencia es la peor especie que puede inocularnos, porque vemos acontecer los hechos y no hacemos nada para cambiarlos. Criticar una cosa que está mal está muy bien, cuestionar que algo no funciona está muy bien, es necesario. Pero, algunas veces hay que hacer algo más. Hay muchos ámbitos en los que hoy en día una sociedad democrática comprometida tiene la obligación de ser exigente y participativa, y no hay excusas para no serlo”.

          Concluiré el escrito de hoy con otras acertadas palabras del señor Brecht, don Bertol: “Ser bueno, ¿quién no lo desearía? Pero sobre este triste planeta los medios son restringidos. El hombre es brutal y pequeño. ¿Quién no querría, por ejemplo, ser honesto? Pero ¿se dan las circunstancias? ¡No! Ellas no se dan aquí.”