"Corrupción", por Óscar de Caso.
¿Qué ha
pasado? ¿Qué ha pasado en este país? Esta situación de humillación y
empobrecimiento no se explica sólo porque haya gobernado mala gente; el
problema es un modelo de país que ha puesto a trabajar al Estado contra la
sociedad, una minoría que engordaba sus cuentas mientras que la mayoría veía
cómo las suyas adelgazaban, eso es la corrupción: robar las instituciones a la
gente.
La autonomía
municipal en España se ha convertido –gracias a una interpretación nada
estadista del Tribunal Constitucional- en una patente de corso para los Alcaldes, los concejales de turno y los Ayuntamientos en una materia altamente
sensible; el acervo competencial en
materia urbanística. Del botín urbanístico participan muchos, y entre los afortunados, el partido del señor Alcalde que, gracias a
sus contribuciones, aspirará a ocupar plazas de mayor tronío, quizá la presidencia
de la Diputación Provincial y, con el tiempo, un escaño en el Congreso si acaso
tiene la formación mínima suficiente –no son excesivos los requerimientos- para
acceder discretamente al hemiciclo madrileño.
Aunque sea
políticamente incorrecto, hasta tanto no se desposea a los municipios –al menos
a los de menor dimensión- de las más
tentadoras y peligrosas de sus competencias urbanísticas, la raíz de la
corrupción persistirá, porque el crédito de los políticos municipales está
dominado por el principio de la función social de la propiedad, esto es, la de
su capacidad de intervención ilimitada en la calificación del suelo. La
corrupción está también relacionada en gran medida con el control de las Cajas
de Ahorros por las Autonomías y Municipios, entidades que de forma directa o
indirecta han financiado estas tropelías.
La
desaparición de los llamados Cuerpos Nacionales de la Administración Local, es decir,
de los funcionarios Secretarios municipales y provinciales y los Interventores,
han permitido que las tramas corruptas municipales camparan y campen por sus respetos. En
este desbordamiento, las aguas arrastraron la función pública la sustitución de
los mejores y más cualificados funcionarios por “deudos”, familiares, nepotes y
camaradas, lo que llevó a una estructura clientelar y politizada de las administraciones
territoriales. Contra los manejos de un político corrupto o los desastres de
uno incompetente, la mejor defensa no son los jueces: son los empleados públicos
que están capacitados para hacer bien su trabajo y disponen de los medios para
llevarlo a cabo....
Más aún: la Intervención General de la Administración del
Estado – más ágil que el sedentario y pausado Tribunal de Cuentas- ha levantado
casos de corrupción tan graves como el de los fondos para financiar expedientes
de regulación de empleo (ERE) o el desvío de fondos para la formación en
Andalucía.
Hubo un articulista norteamericano que hace
ya cien años distinguía entre los
chanchullos honestos y los deshonestos. En los deshonestos no se considera el
interés público y el dinero es para beneficio propio; los chanchullos honestos
“defienden sus intereses, los del partido y los de la ciudad al mismo tiempo".
En el fondo de esta concepción, late la perversa convicción de que, con
corrupción cero, los partidos políticos no se podrían funcionar, ni las sociedades
progresar.
Sería procedente un cierto nivel de chanchullo que socializase sus réditos porque, de lo contrario, el ejercicio de la política resultaría sin valor y, quizá, poco viable El sistema debe ser lo suficientemente realista y perspicaz para que dando más holgura a la financiación de los partidos, a cambio de una transparencia total, éstos dejen de ser un factor que favorece el delito, dentro de la corrupción generalizada que ha protagonizado los últimos 25 años en España.
Sería procedente un cierto nivel de chanchullo que socializase sus réditos porque, de lo contrario, el ejercicio de la política resultaría sin valor y, quizá, poco viable El sistema debe ser lo suficientemente realista y perspicaz para que dando más holgura a la financiación de los partidos, a cambio de una transparencia total, éstos dejen de ser un factor que favorece el delito, dentro de la corrupción generalizada que ha protagonizado los últimos 25 años en España.
En nuestro país no es habitual que aparezcan grandes empresas
como responsables de casos de corrupción, éstas se zafan de responsabilidad
lanzándola sobre las personas que en su organización han perpetrado el soborno.
Las compañías saben con cierto grado de seguridad si los concursos están
amañados, pero se niegan a introducir elementos de depuración porque rige en el
entorno la “omerta”. Sin embargo, resulta paradójico que el empresario lamente
de manera constante la lacra de la corrupción y no haya realizado aún una seria
introspección sobre su responsabilidad.
Una de las circunstancias que
incrementan la percepción de corrupción y su impunidad reside en la larga
tramitación de los procedimientos penales. La posibilidad de juzgar en piezas
separadas delitos aún conexos, cuando sean perfectamente delimitables en el
tiempo y en sus consecuencias, sería una solución.
Pero en este nivel
de planteamiento sobre la corrupción que da por subrayar un fortísimo factor
criminógeno de muy distinta naturaleza a las anteriores: la omisión de la
responsabilidad política tanto por parte de los corruptos como de aquellos
cargos que, por sus facultades de elegir y sus obligaciones de vigilar,
favorecen objetivamente que la corrupción sea contemplada con banalidad por la
clase política, con benevolencia por sus entornos y con resignaciones por la
ciudadanía.
La
resistencia a la dimisión, a resignar las responsabilidades políticas cuando se
dan indicios suficientes de un comportamiento inadecuado, es simétrica a lo largo de los cargos
políticos que amparan a sus subordinados
con la sana intención, por lo general, de establecer cortafuegos que terminen
por reclamar su doble culpa: la de elegir y la de vigilar.
El caso de Esperanza
Aguirre en Madrid es paradigmático, entre otros: pese a que en la implicación
de la trama de Francisco Correa eran personas designadas por ella y pese a que
los implicados en la Operación Púnica eran igualmente personas que llegaron a
obtener de ella su máxima confianza, la expresidenta de la Comunidad de Madrid
–tras pedir perdón- se empeñó en una auténtica campaña de distracción de sus
propias responsabilidades: desde afirmar que ella fue la que destapó la trama
Gürtel hasta negar conocimiento personal de Alcaldes detenidos por presuntas
corrupciones urbanísticas. La supervivencia en la vida política –al trance que
sea- se configura como un potentísimo factor de criminalidad que, de nuevo, nos
reenvía al carácter sistémico y endógeno
de la corrupción en España.
POSTDATA: Mi
gratitud plena al Sr. Zarzalejos, al Sr. Muñoz Molina, al Sr. Anguita, al Sr.
Iglesias y alguna otra persona más que ahora no recuerdo, por enseñarme lo que
es la decencia y poder transcribir aquí algunos de sus sabios textos.
¿Es casualidad que todas las fotos sean de imputados del PP? ¿No hay de otros partidos? Que yo sepa, el Psoe andaluz, presuntamente, robó más que toda la historia del PP.
ResponderEliminarPedro Hernández Moltó era socialista. De todas forma, llevas razón. El azar ha quedido que haya mas fotos de imputados del Pp que del Psoe. He intentado equilibrarlo con la foto de los dos expresidentes de Andalucía: Chaves y Griñán donde se ha dado el "caso" de mayor extorsión de dinero público. Con treinta y cuatro años de gobierno socialista, hay debe haber sapos y culabras de la misma forma que los ha habido, y ahora estan saliendo, en Valencia tras los 20 años de mayorías de la señora de Rita Barberá. Las mayorías absolutas ....¡son peligrosas!: se tiende a confundir lo público con lo privado. Saludos.
Eliminar