“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo, lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa, que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
Horacio Verbitsky, periodista y escritor argentino
Comunicado Importante

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viernes, 11 de octubre de 2013

El caudetano Alberto Marco Aleman será beatificado el domingo en Tarragona. Murio en Paracuellos del Jarama (Madrid) en 1936 a la edad de 42 años. Extraordinario retrato en acuarela el realizado por Mª Carmen Caerols.

                                                                            

  El domingo 13 de octubre el Papa Francisco estrenará pontifiado con la beatificación en Tarragona de 522 márties de la  Guera Civil española. Uno de ellos es de Caudete: el padre Alberto Marco Aleman, único beato de la Diócesis de Albacete. Los días 23, 24 y 25 se realizaran en Caudete tres misas en recuerdo de Marco Aleman. El día 25 esta prevista la visita del Obispo Ciriaco Benavente que bendicirá la acuarela del P. Alberto realizada por la pintora local Mª Carmen Caerols, familia de la tambien beata Florencia Caerols . El pasado domingo aparecía un interesante artículo  en el diario "El Mundo" firmado por Santiago Mata, doctor en Historia y Periodista,  autor del libro que lleva por título "Holocausto Católico. Los mártires de la Guerra Civil",  publicado hace unos días por la Editorial "La Esfera de los Libros".  Finaliza el artículo diciendo que  lo siguiente..."quizá la mejor fotografía de un primer plano de una persona momentos antes de ser fusilada, y aparentemente la única para el caso de un mártir, es la de Martín González Pascual, un sacerdote de 25 años que aparece en la portada del libro el Holocasuto Católico. El día 18 de agosto de 1936, instantes depues de que Hans Gutman Guster le hiciera esa y otra fotografía, fue fusilado en su pueblo, Valdealgorfa (Teruel).  Al Beatificar a los mártires, la Iglesia no pretende hacer justicia a las víctimas ni recriminar a quienes los mataron. En el caso de los de la Guerra Civil, la palabra Holocausto referida a su sacrificio resulta apropiada por lo mismo que, bajo la antigua Ley, Holocasuto era un tipo de sacrificio especial donde la víctima no podía tener manchas y se quemaba para que fuera toda para Dios y no se pudiera aprovechar para fines humanos: dado lo polémico del asunto, la Iglesia somete a los candidatos a una exigente criba, para estar segura de que no se exaltará a nadie que hubiera participado en la guerra, o exaltado de cualquier forma la violencia o el deseo de venganza"
                                                                              
Acuarela de Mª Carmen Caerols,  alumna de Antonio Requena
Esta es la  acuarela del P. Alberto que bendicirá el Obispo
Ciriaco Benavente Mateos,  el día 25

      Le pedí hace unos días al Párroco Ramón Maneu que me facilitara datos del caudetano Alberto Marco. Me remitió íntegro  el capítulo II del libro "P. Alberto Marco y Compañeros Mártires Carmelitas", escrito por el tambien Carmelita Miguel Mª Arribas. Este capítulo II esta dedicado a Alberto.  Es de fácil lectura, intenso y recoge fielmente o acontecido en noviembre de 1936 en Paracuellos del Jarama (Madrid). Algo que nunca debió ocurrir. Alberto había nacido en Caudete el 23 de mayo de 1894 y era hijo de Joaquin MarcoFrancisca Aleman. Si la cara es el reflejo del alma, coincidirán conmigo que muy pocos argumentos  debían tener aquellos milicianos, en noviembre del 36,  para eliminar a este caudetano. Un rostro que refleja serenidad, atención por los demás, interés por resolver un problema, inteligencia, bondad....Las dos Españas, de Miguel de  Unamuno, que pronto  se sintió defraudado por el rumbo que había tomado la República. Me viene a la mente el final del discurso, -en réplica a Millan Astray que había dicho "Muerte a la intelectualidad traidora. Viva la muerte!- a tan solo poco mas de un mes de la muerte de Alberto, discurso  que pronunció D. Miguel el 12 de octubre en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca:  Venceréis porque tenéis la fuerza bruta, pero no convenceréis, porque para convencer tendríais que persuadir, y para persuadir no tenéis lo que hace falta: la razón y el derecho.
  Por su interés, he trascrito el capítulo II tal como me lo facilitó Ramón. Léanlo,  si tienen tiempo. Es conveniente conocer la historia para que no se repita.

II.- P. ALBERTO MARCO ALEMAN

- "¡Quiero ser religioso!"- dijo con todo aplomo el crío que no levantaba cuatro palmos del suelo.

Era un día de primavera del año 1901. El obispo de Albacete había llegado a la villa albaceteña de Caudete para administrar el sacramento de la Confirmación y todos los feligreses pasaban a saludar al prelado sentado ante el altar del templo parroquial. Cuando le tocó la vez a un niño de siete años, éste se arrodilló ante el obispo y le besó los pies. El prelado quedó muy sorprendido ante el gesto que nadie había indicado al chico y le preguntó por qué hacía eso y qué deseaba, a lo que respondió serenamente diciendo que deseaba ser religioso. El obispo, dirigiéndose a los carmelitas que le asistían, les dijo que cuidaran bien al muchacho porque tenía trazas de llegar a ser una lumbrera.

El juicioso niño había visto la primera luz en Caudete el día 23 de mayo de 1894. Era el mayor de los ocho hijos -tres varones y cinco mujeres- del matrimonio formado por Joaquín Marco y Francisca Alemán, una familia de labradores de acomodada posición social y, sobre todo, de profunda fe cristiana, heredada de la abuela que había querido ser religiosa. Tanto lo eran que en el pueblo se les apodaba "los Monjos". Al día siguiente de nacer recibió el bautismo en el que fue impuesto el nombre de Francisco. El 20 de septiembre del mismo año recibiría la Confirmación[14].

El pequeño Francisco, además de monaguillo en la iglesia del Carmen, era alumno de la contigua escuela de los carmelitas donde recibió una cultura humana y religiosa que él asimiló perfectamente porque era un discípulo al que los profesores alababan por su aplicación y provecho. A la vez, se trataba de un chico vivaracho y cabecilla entre sus amigos y hermanos, quienes sin rechistar aceptaban sus sugerencias y mandatos.

Fiel a la confidencia hecha al obispo, a los once años manifestó a sus padres que deseaba ser carmelita, noticia que estos recibieron con todo el gozo de su fe cristiana, aumentado por la gran amistad que les unía a estos religiosos.

El año 1905 se encaminó al seminario menor carmelita de Olot (Gerona), donde estudió un año, continuando al siguiente en el seminario menor de Onda (Castellón) donde tomaría el santo hábito del Carmen y efectuaría el noviciado bajo la experta mano del célebre maestro de novicios de generaciones de carmelitas, el P. Simón García. Entonces cambió el nombre de Francisco por el de Alberto, en honor de San Alberto de Sicilia, uno de los primeros santos carmelitas, de finales del siglo XIII.

Profesó fray Alberto en la Orden del Carmen el 5 de agosto de 1910 y, seguidamente comenzó los estudios filosóficos y teológicos en el convento carmelita de su pueblo natal, Caudete.

Con once meses de dispensa de edad recibió la ordenación sacerdotal de manos del obispo de Urgell, don Juan Benlloch, el 29 de junio de 1917

1. Hombre de una pieza

Era considerado por todos como un perfecto candidato para ocupar altos cargos en la Orden. Y así, unos meses después de su ordenación fue nombrado prefecto y profesor de los estudiantes de Filosofía y Teología en Caudete, lo que llevó a cabo hasta el año 1920. En este año fundó, con otros compañeros religiosos, las escuelas del Castillo de Onda en las que permaneció como maestro hasta 1922. Muchos antiguos alumnos recordaban años después su habilidad para educar a los niños y para corregirlos.

En el mes de abril de 1922 sería uno de los cofundadores de la primera comunidad carmelita que se hacía cargo del Santuario de la Cueva Santa, en Altura, Segorbe (Castellón). Su habitual ejemplaridad, tan necesaria en los comienzos, se hizo patente al poner en marcha la vida de comunidad. Al poco tiempo volvía a su cargo de formador en Caudete.

El día 13 de septiembre de 1924 formó también parte de la comunidad fundadora en el Santuario de Nuestra Señora del Henar, Cuéllar (Segovia), el primer convento que la Orden abría en Castilla desde que en 1835 fuera suprimida la histórica provincia carmelita de Castilla, hogar espiritual de religiosos tan santos y sabios como Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Miguel de la Fuente, María de Jesús y del Espino...

A partir de esa fecha, radicaría en este Santuario del Henar el seminario teológico, del que el P. Alberto fue prefecto y profesor de Teología Moral y Derecho Canónico. El año 1927 era nombrado prior del mismo, renovado el trienio de 1929 a 1932. Durante su mandato, nuestro prior llegó a ser toda una institución y no sólo dentro de la comunidad de religiosos sino en toda la comarca henarense. Hubo de hacer frente a situaciones precarias del santuario, sacándolo a flote con habilidad y abnegación.

Fue renombrado predicador en la citada comarca, hablando siempre con elocuencia y notable unción religiosa; igualmente, acreditado director de conciencia, dirigiendo muchos jóvenes a los seminarios y a los conventos, especialmente a los de clausura, lo que le comportó algunas calumnias, que él soportó con paciencia y silencio[16].

Religioso de profunda oración, daba la impresión de estar siempre en la presencia de Dios y de que hubiera hecho el propósito de actuar en cada momento con la máxima perfección.

Su ascendiente entre toda clase de personas, tanto del pueblo llano como de las más altas jerarquías eclesiásticas o civiles, se debía a la nobleza de su espíritu y al trato delicado y cortés con los que actuaba, frutos sin duda de la caridad. Era un hombre prudente y humilde que nunca hablaba de sí mismo y si tenía que hacerlo usaba siempre el circumloquio "un servidor". Brillaba en él de modo especial la virtud de la templanza que aparecía en su carácter sosegado e invariable. Todo le caía bien y mostraba en todas las circunstancias un semblante sereno, gozoso. Era hombre de una pieza.

2. Apóstol dinámico

Su presencia en los púlpitos era muy requerida. debido a ello así como a sus ocupaciones por los constantes cargos que desempeñaba, a lo que hay que añadir las escasas comunicaciones viales de entonces, se veía obligado a veces a permanecer días fuera del convento, por lo que llegó a tener cierta fama de "andariego" No obstante, los testigos del proceso afirman rotundamente que se trataba de un sacerdote-religioso modelo, fiel cumplidor de la vida comunitaria.

Hombre decidido a defender los derechos de los carmelitas en el Santuario del Henar, logró hacer triunfar su causa frente a las pretensiones de los ganaderos, quienes acostumbrados a hacer de su capa un sayo en las propiedades del citado Santuario durante siglos, no entraban ahora por los derechos que justamente reclamaban los carmelitas, nuevos rectores del mismo. Sin aquella persistente defensa por parte del P. Alberto y los demás religiosos, creo que no tendría hoy el santuario ni un palmo de terreno propio.

Durante su priorato de cinco años organizó una de las romerías del Henar más sonadas en toda su historia. A la misma acudieron las autoridades eclesiásticas y civiles de Segovia y de los 39 pueblos de la Comunidad de Villa y Tierra de Cuéllar, acompañados de una muchedumbre de devotos.

El día 3 de julio de 1932 visitaba el santuario, acompañado de algunos hombres de la política de Cuéllar, el ministro de la Gobernación de la República, Miguel Maura, que estuvo merendando en la pradera y, luego, visitando detenidamente la iglesia y convento, acompañado del prior P. Alberto, quien, en un momento determinado, le preguntó cómo permitía la quema de conventos e iglesias en Madrid y otras ciudades españolas, a lo que contestó el ministro que era muy difícil contener al populacho desbordado.

De su valía y prestigio nos puede dar sobrada muestra el hecho de que, al final de su mandato de prior del Santuario del Henar en 1932, don Juan Herrero, que llegó a ser célebre alcalde de Cuéllar, inició una recogida de firmas dirigidas al padre provincial diciéndo que le dejara más tiempo en el santuario. Cuando lo supo, el P. Alberto se opuso a ello porque no deseaba lo que no viniera de la mano de la obediencia y de la voluntad de Dios[18].

En 1932 era elegido primer definidor de la provincia de Aragón-Valencia con residencia en Onda, a la vez que prefecto y profesor de estudiantes de Teología. Al iniciarse la segunda República, con presagios de ahogo para la vida cristiana y sencillamente la claustral, se optó por trasladar a la villa castellonense de Onda el colegio filosófico-teológico dado que la gran parte de los alumnos eran nativos de esa región valenciana, mientras que El Henar fue convertido en noviciado por la razón de que la mayor parte de los novicios de ese año eran de Castilla. Pero las cosas sucedieron de otro modo.

El 25 de agosto de 1934, el P. Alberto era nombrado secretario asistente del provincial P. Rafael Sarría. Y pocos meses después pasó con los estudiantes de Teología a fundar la primera comunidad carmelita en el monasterio de Cogullada, en las proximidades de Zaragoza.

En el capítulo provincial del año 1935 fue confirmado en sus cargos de asistente-secretario y, además, elegido prior del convento de los carmelitas de la calle Ayala, 35, Madrid. El P. Provincial, que fijó su residencia en el mismo convento, lo retuvo junto a sí como a hombre de experiencia, de singular prudencia y de sabio consejo. A él le confiaba los temas más espinosos en unas circunstancias realmente críticas para la vida religioso-sacerdotal de España. Y, por su parte, el P. Alberto desempeñó ambos cargos con desenvoltura y eficacia.

Fue el prior adecuado para una comunidad compuesta por ocho sacerdotes y tres hermanos. Algunos eran estudiantes en la universidad y dedicados al trabajo apostólico en los momentos libres, y otros eran miembros ancianos o antiguos superiores suyos que disfrutaban de cierta autonomía. Con todos, el P. Alberto mostraba siempre una fraternal solicitud y una extremada caridad. Por su parte observaba la vida comunitaria con toda exactitud, sin descuidar el púlpito y el confesionario, así como a las religiosas de clausura y otros grupos apostólicos.

Para con las personas que frecuentaban la iglesia carmelitana de Ayala, era todo para todos. Poseía un especial don de gentes y un trato exquisito que le hacían sumamente agradable. Sobresalía por su acierto en la dirección espiritual de toda clase de personas, por su caridad en atender a cuantos acudían a él en sus necesidades, especialmente buscándoles colocaciones de trabajo, por la cuidadosa atención a los enfermos y por la oratoria sagrada.

Gozaba entre los fieles de fama de santo religioso, viéndose rodeado de cariño general, efecto del alto grado en el que poseía la caridad y el consejo[19].

Fue fervoroso propagador de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, de la que repartía folletos por millares animando a los fieles a que llevaran a cabo la consagración individual y familiar. Él mismo consagró el convento y la comunidad. Como buen carmelita era un enamorado de María y propagaba la devoción carmelitana del Escapulario que repartía a manos llenas, sobre todo a los enfermos, de cuya cabecera de la cama colgaba siempre uno -demás del llevado en el pecho-, lo que comenzó desde entonces a hacerse común[20].

3. Amenazas de incendio y de muerte

El P. Alberto tuvo presentimientos de que algo terrible iba a ocurrir en España y que una parte recaería sobre él mismo. Algunos testigos señalan que estaba íntimamente persuadido de que lo matarían por odio a Dios y a su Iglesia. Realmente, una personalidad como la suya, con tan ricas prendas humanas y espirituales, no podía pasar desapercibida para los fieles ni dejar de estar en el ojo de mira de los contrarios a la fe cristiana.

Días antes del comienzo de la guerra civil el P. Alberto hizo saber a la comunidad que le habían amenazado con quemar la iglesia y convento, así como arrastrar por las calles a todos los frailes, comenzando por él, pero que se había quedado tranquilo respondiendo que sólo sucedería aquello que Dios permitiera. Sin embargo, como hombre prudente, buscó alojamiento en casas particulares para cada uno de sus religiosos por si llegara el trance de tener que abandonar el convento.

Pudo haberse salvado fácilmente porque tenía ya el billete para viajar fuera de Madrid con el fin de tomar aguas termales por prescripción médica. Sus familiares y amigos le aconsejaban que se marchara, pero él respondió: "Sé que las horas presentes son muy graves, pero el capitán de un navío no debe abandonar su puesto en las horas de mayor peligro".

Unas semanas antes, algunos le habían dicho que se quitara el hábito para salir a la calle. A sus familiares que pensaban lo mismo, temiendo por su vida, les señaló: "Si es que ha llegado mi hora, tengo que morir vestido con el hábito de fraile. Si muero, mucho ánimo; lo que no quiero es que lloréis porque, al fin de cuentas, si soy mártir, me iré al cielo. ¡Qué más quisiera yo que morir mártir!"[21].

El día 20 de julio, fiesta de San Elías, el profeta del Carmelo, comenzó en Madrid el alzamiento nacional. A las siete de la mañana, cuando la comunidad se hallaba en la meditación, se oyeron llamadas insistentes en la portería y a muchos hombres jóvenes entrar en la iglesia pidiendo confesión y escapularios del Carmen porque, decían, que se iban al frente para luchar por la salvación de España. Los religiosos dejaron sus rezos comunitarios y comenzaron las confesiones. Se celebró una misa con numerosas comuniones, se consumieron todas las sagradas formas y se impusieron los escapularios, mientras se escuchaban disparos, explosiones y runruneo de aviones.

Viendo el cariz que tomaban las cosas al recibirse por teléfono un aviso de que muy pronto convento e iglesia iban a ser incendiados como estaban ya ardiendo otros muchos de Madrid, el padre prior reunió a la comunidad a las nueve y treinta de la mañana para aconsejar a los frailes que se despojaran del hábito religioso y volvieran vestidos de paisano a la sala en la que se encontraban.

Los religiosos que formaban la comunidad eran once: P. Rafael Sarría (provincial, ausente, en Onda), P. Alberto Marco (prior), P. Simón García (subprior), P. Juan Bautista Feliu, P. Alfonso López, P. Redento Julve, P. Pedro-Tomás Carbó, P. Máximo Andrés y los hermanos Fr. Tomás Díaz, Fr. Simeón Manrique y Fr. Jaime Sánchez. Se hallaban también allí el P. Miguel Colldecarrera (de Onda) y el Rdo. don Pascual Goterris, diocesano, predicador de la novena del Carmen[22].

Reunidos todos de nuevo en la sala, el padre prior fue bendiciendo y abrazando a cada uno de ellos, que comenzaron a salir del convento a intervalos y separadamente para dirigirse a las casas señalada con anterioridad.

El último en abandonarlo fue el P. Alberto para dirigirse primeramente a un piso de la calle Velázquez 57, ocupado por un joven matrimonio. Al día siguiente de estar en el mismo se puso un guardapolvos y salió a ver a los religiosos refugiados en las casas o pisos cercanos. Al entrar en los mismos decía a los frailes con su mejor gracejo: "Aquí está el panadero".

4. Apresamiento e interrogatorio

Debido a los registros que efectuaban los milicianos en el edificio donde se hallaba su piso, se trasladó a otros por temor a comprometer a las familias amigas que tan cariñosamente le acogían. Al fin vino a parar al piso de las piadosas señoras, benefactoras de los carmelitas, hermanas Margarita y Enriqueta Aguilar, en la misma calle Velázquez 55, dado que allí no habían efectuado ningún registro.

En esta casa, el P. Alberto celebraba todos los días la eucaristía antes del amanecer para evitar que les sorprendieran en alguno de los imprevistos registros. Igualmente tenían la lectura espiritual diaria y el rezo comunitario del rosario. ¡Aquello parecía un convento!, dice en el proceso la sirvienta de la casa, llamada Josefa.

El sacerdote carmelita pasaba como hijo adoptivo de una de las señoras. Su hermano Luis le había conseguido incluso el carné de estudiante[23]. Parecía todo tranquilo a pesar del peligro al que se exponían uno y otras. El P. Alberto mantuvo un espíritu gozoso, jovial, durante el largo mes de estancia.

Un día, una sirvienta del piso contiguo oyó a través de las paredes el rezo coral del rosario y le faltó tiempo para denunciarlo a los milicianos quienes se presentaron en el piso el domingo día 31 de agosto para hacer el consabido registro.

Llamaron a la puerta y acudió a abrir la sirvienta. Cuando supo lo que deseaban aquellos sujetos, fue a comunicárselo a las señoras. Pero el P. Alberto, que lo había oído, se presentó en la puerta. Al verlo, le preguntaron a bocajarro:

- ¿Es usted sacerdote?
- Sí, soy sacerdote y religioso, respondió sin titubear.

Entonces le encerraron en el recibidor diciéndole que no se moviera de allí y comenzaron a registrar toda la casa acompañados de las dos señoras y la sirvienta. Dos milicianos se llevaron a las tres mujeres -a la sirvienta sólo como ayuda de las señoras- a la Dirección General de Seguridad. Otro de ellos se quedó en el piso interrogando al P. Alberto y apoderándose de aquello que le gustaba. Al poco rato se lo llevó también a él.

Algo después pasó por la casa Luis, el hermano del P. Alberto, con el fin de visitarlo, encontrándola sellada por la Dirección de Seguridad. Inmediatamente fue a contárselo a su madre y familia que corrieron a los lugares donde depositaban los cadáveres de los asesinados, pero no hallaron el de su querido familiar.

Pronto se enteraron de que se hallaba en la checa de Fomento, en la que estaba siendo sometido a interrogatorios por los tribunales populares durante los cuales le incitaron a que pronunciara gritos subversivos y antirreligiosos, a lo que se negó rotundamente. Incluso se atrevieron a proponerle que si renunciaba a ser cura le dejaban libre[25]. Pero no cedió ni un milímetro.

Durante el largo interrogatorio, el P. Alberto manifestó valientemente:

- Si por ser religioso y sacerdote van a fusilarme, deben tener bien entendido que cinco minutos que retrasen la ejecución me los quitan de gozar de Dios en el cielo.

Y preguntado sobre sus actividades subversivas contra la República, aseguró:

- En mis sermones nunca hablo de política, sino de Dios, porque mi misión es predicar a Jesucristo[26].

Estas declaraciones se conocen por un muchacho que se confesó con él en la checa y que después de quedar libre pudo visitar a los familiares del P. Alberto, a los que comunicó que se encontraba bien y les entregó el reloj, un portafolios con fotos y un papel en el que decía simplemente: "Estoy bien". Por esos días también visitó a la familia un anarquista de la misma checa que, en tan corto espacio de tiempo, se había hecho amigo del sacerdote.

5. "La pasión no lo parece en compañía de Alberto"

Desde la checa de Fomento fue llevado el día 2 de septiembre a la Dirección General de Seguridad, a la que se dirigieron inmediatamente sus familiares. Cuando el P. Alberto los vio a distancia, les hizo señas para que se alejaran por el miedo a que les pasara algo. Una cuñada logró hablar brevemente con él y pudo entregarle algunos utensilios de aseo.

Finalmente, el día 3 lo trasladaron a la cárcel de Porlier, que hasta hacía unos meses había funcionado como colegio de los religiosos escolapios, quedando destinado a la sala cuarta, repleta por supuesto de presos.

El afectuoso carmelita se adueñó muy pronto del corazón de los angustiados compañeros de destino y, olvidándose de sus propias penas, se hizo todo para todos. Y los demás también con él. Uno de ellos, el teniente Jesús Sánchez Posada, le regaló un colchón de borra para que, juntándolo al que tenía, le fuera más soportable el catre de dormir. Apenas se lo dio, el carmelita lo ofreció a otro, pero nadie se lo admitió, por lo que hubo de quedarse con él contra su voluntad aunque muy agradecido.

Hablaba largo y tendido con ellos, sobre todo con los que sacaban cada noche para ser fusilados en Paracuellos del Jarama, a los que confesaba si así lo deseaban. Con un pequeño grupo rezaba dirariamente el rosario y tenían la lectura de los textos litúrgicos de la santa misa, con explicaciones bíblicas, aunque sin la Consagración por falta de todo lo necesario.

Confesaba también a cuantos se lo pedían. Él mismo lo efectuaba frecuentemente con el agustino P. Francisco Díez Martín y éste con nuestro carmelita.

Según varios testigos, el P. Alberto rezaba todas las noches cuando los ruidos carcelanos ponían de manifiesto que había una saca de presos para ser fusilados. Y decía muchas veces: "¡Quizá pierda yo la ocasión de morir por Cristo!".

No se lamentaba de nada, a pesar de su mala salud. Estaba siempre de buen humor, hasta el punto de que sus compañeros de cautiverio llegaron a decir: "La prisión no es prisión en compañía del P. Alberto".

Un compañero de cárcel, el alemán Christian Zahn, le hizo un retrato a lápiz, que firmó, y detrás de él otros setenta y cinco presos más, como signo de amistad y agradecimiento. Era el día 2 de octubre. El dibujo, precioso documento, lo pudo recoger su compañero de cárcel y de celda, el citado militar, que estampó su firma en el pecho del retratado después de que el P. Alberto fuera sacado de la cárcel camino del martirio[28].

Sufría el religioso en su vida normal de algunas enfermedades crónicas del estómago y, especialmente, del hígado y de catarro anginal, que en la cárcel empeoraron de forma alarmante sobre todo las dos últimas, aunque él soportaba el dolor físico y moral con gran dominio. El día 16 de noviembre empeoró sensiblemente del hígado, llegando a sufrir seguramente septicemia. Los compañeros le obligaron a visitar al médico de la prisión, el doctor Montenegro, también preso, del que volvió sin remedio alguno para sus males. No se lamentó de ello, pero lo hicieron por él sus compañeros con un pequeño motín carcelario para pedir que lo atendieran convenientemente. Incluso estaban dispuestos a entregar una queja a alguna embajada extrajera por lo que ello significaba de conculcación de los derechos internacionales sobre la atención de prisioneros.

Durante ese alboroto el P. Alberto, tendido en su colchoneta, se mantuvo tranquilo hasta que oyó que sus compañeros pronunciaban palabras violentas. Entonces se levantó y, dirigiéndose a todos ellos con las manos elevadas al cielo, pidió que tuvieran resignación y conformidad con la voluntad de Dios, rogándoles que dejaran las cosas tal como estaban y aconsejándoles que para soportar mejor las penalidades era preciso unirse a Dios y a la Virgen María por medio de la oración.

Dicen los testigos presenciales que pronunció estas palabras con tanta unción que todos los presos se quedaron en el más absoluto silencio y se arrodillaron en torno a él exclamando "así sea"[29].

6. "¡Nos veremos en el cielo!"

El día 23 de noviembre por la mañana, el enfermero Clemente Ramírez avisó al P. Alberto que había oído decir al jefe de los milicianos, Lázaro Martín, que esa misma noche iban a "sacar al fraile" para fusilarlo y le aseguró que incluso había visto al mismo miliciano apuntarle con su pistola, mientras yacía en su camastro, y diciendo: "Levántate, pájaro, que pronto vas a morir"[30].

Cuando el buen carmelita lo oyó, dijo con toda serenidad:

- ¡Sea lo que Dios quiera! Y nadie le notó distinto de los otros días. Eso sí, por medio de una miliciana, que fingía serlo, envió a la casa de doña Margarita Aguilar, su protectora, una esquela en la que decía que al día siguiente le iban a matar y terminaba pidiendo: "Rogad por mi; nos veremos en el cielo".

Como todos los demás días apenas comió nada y movía los labios como si estuviera rezando continuamente. Al anochecer entró en el dormitorio un oficial de prisiones y cuando se marchó acompañado de algunos milicianos, el P. Alberto dijo a su contiguo compañero Sánchez Posada, que se encontraba muy mal. Este le respondió que iba inmediatamente a buscar al médico, pero el P. Alberto se lo impidió diciendo:

- No, no vaya; lo que quiero es que me ayude a rezar.

Rezaron juntos un buen rato y, luego, trataron de conciliar el sueño sin lograrlo porque el tableteo de las ametralladoras cercanas y el estruendo de los cañones no lejanos se lo impedía. Parece que, al fin, el sacerdote logró dormir un poco.

Hacia la media noche del mismo día 23, el foco de una linterna iluminó el dormitorio, a la vez que un miliciano gritaba desde el dintel de la puerta:

-¡Francisco Marco Alemán!

No contestó nadie. Repitió la llamada otras dos veces y entonces se oyó responder al P. Alberto:

- ¡Soy yo!

- Pues levántate, recoge todo lo que tengas y espera aquí, que vuelvo en seguida, ordenó el esbirro.

Se levantó con toda serenidad y confianza en Dios. El citado compañero le dijo con toda energía:

- No se mueva usted que está muy enfermo. Ahora mismo voy a llamar al médico para que impida este atropello de hacerle levantar en estas condiciones. Y, levantándose con toda rapidez, fue en busca del doctor Montenegro.

Mientras tanto el P. Alberto se iba vistiendo, lo que quiso impedir el compañero, cuando volvió, y hasta que no llegara el doctor. Entonces le dijo el sacerdote con toda entereza:

- Gracias, muchas gracias amigo, pero es inútil. Desde esta misma mañana sé que hoy por la noche vendrían a por mí. Se lo he ocultado a todos para no anticiparles el disgusto. ¡Deje que suceda lo que el Señor tenga dispuesto!

El doctor Montenegro llegó a la sala a tientas, ya que estaba prohibido encender la luz, y acercándose al camastro del P. Alberto, le comunicó que había hablado sobre su grave estado de salud con el oficial de prisiones al que había pedido que no sacaran de allí al enfermo en esas condiciones, recibiendo la respuesta de que él no podía hacer nada para evitarlo.

- ¡Gracias, gracias, doctor!, dijo el P. Alberto mientras terminaba de recoger su breve ajuar.

Su amigo le ayudó a reunirlo y le regaló un bote de leche condensada por si, con mucha suerte, era trasladado a otra cárcel. De nuevo entró el miliciano con su linterna diciendo:

- ¿Estás ya preparado?

- Si me hiciera el favor de alumbrar un poco se lo agradecería, le pidió el P. Alberto, mientras aquel le alumbraba insistiendo algo nervioso:

- ¡Vamos, date prisa!

Al sacerdote se le oían ligeras quejas por el fuerte dolor del hígado. El compañero S. Posada se atrevió a preguntar al miliciano:

- ¿Sabe a dónde lo llevan?

- Creo que a Alcalá, le respondió de mala gana.

En la jerga carcelaria de Porlier todo el mundo sabía lo que esas palabras significaban: el fusilamiento en Paracuellos del Jarama.

- ¡Adiós para siempre. Rece por mi!, dijo el P. Alberto a su amigo mientras le abrazaba. Éste le besó la mano asegurándole que rezaría por él con sumo gusto.

- ¡Muchas gracias! Despídame de todos los compañeros de la sala y que sea lo que Dios quiera. ¡Adiós! concluyó el sacerdote[32].

Los demás presos dormían, o hacían que dormían, en medio de un impresionante silencio y del terror por lo que estaban oyendo y entreviendo. Concluido todo, el P. Alberto pasó por entre ellos tocando los camastros, como queriendo despedirse de cada uno de sus compañeros.

- ¡Vamos!, dijo secamente el miliciano. Y todos salieron de la sala dormitorio.

Al poco rato volvió por allí el citado Clemente Ramírez y pudo ver a nuestro sacerdote carmelita cuando le bajaban por la escalera hacia la calle. Caminaba con las manos atadas a la espalda. El P. Alberto le dirigió una mirada fija y sonriente, como un gesto de despedida. "En la expresión de sus ojos no había odio ni dolor, sino la paz de quien se siente feliz al estar cumpliendo la voluntad de Dios. No volví a verlo ni a saber más de él", concluye Clemente.

7. "Ánimo, hermanos, muramos por Cristo!"

A partir de aquí, todo lo que sabemos se debe al testimonio del hermano de nuestro P. Alberto, Luis Marco Alemán, que nos refiere lo que, días después, les contó un señor que tenía a un hijo en la misma cárcel de Porlier. El pobre hombre se pasaba las noches espiando, angustiado, tras la persiana del balcón de una casa situada frente a la salida del patio de la cárcel con el fin de poder ver lo que le sucedía a su hijo. Dejamos la palabra al citado Luis Marco:

"Yo llegué a saber que se trataba del padre de un muchacho y que estaba angustiado ante el temor de que se llevaran a fusilar a su hijo en una de las sacas de prisioneros que se hacían cada noche.

Este señor nos dio la noticia de que en la misma saca en la que se llevaron a su hijo iba también el P. Alberto y vio cómo, mientras marchaba con un numeroso grupo de presos por el patio central del colegio-prisión hacia la calle donde aguardaban los vehículos, el sacerdote exhortaba a sus compañeros diciéndoles:

- ¡Ánimo, hermanos, muramos por Cristo!

Y maniatado como estaba hizo el gesto de darles la absolución sacramental.

Intenté -sigue diciendo Luis- verificar después quién era este señor, pero no lo logré porque su domicilio no era el de la casa desde la que vigilaba la prisión tras la persiana. En esta casa nadie quiso darme detalles personales, lo cual se explica por el pánico que vivían en aquellos momentos los que tenían sentimientos religiosos y, especialmente, porque este señor era un militar apartado del ejército por la Ley Azaña que eliminó del mismo a los mejores elementos"[34].

Aquella noche del 23 al 24 de noviembre se dio la gran saca de prisioneros -159 hombres- de ellos ocho religiosos, camino de los alrededores del pueblo madrileño de Paracuellos del Jarama. Allí se les ordenó bajar del camión y colocarse al borde de una enorme zanja o fosa de cincuenta metros de larga por cuatro de ancha y tres de hondura[35].

Un vibrante ¡Viva Cristo Rey! recorría la enorme fila de presos en el preciso momento en el que las ametralladoras, con su ensordecedor ruido, segaban sus vidas y los cuerpos caían inertes unos sobre otros en el fondo de las enormes fosas. Era el santo y seña de todos los españoles que cayeron durante la guerra civil por su condición de creyentes cristianos. Los habitantes de Paracuellos han contado pormenores de estos martirios que, a veces, presenciaban desde lejos[36].

El P. Alberto fue inmolado en la fosa cuarta, lugar señalado hoy con numerosas cruces blancas y nombres de los asesinados, entre las cuales una está dedicada a la memoria de nuestro carmelita. Nadie ha sido desenterrado de esas fosas comunes por la imposibilidad de reconocer a los, más o menos 10.000 asesinados allí mismo o trasladados a ese lugar desde otros parajes cercanos en donde habían sido sacrificados.

Eran las primeras horas del 24 de noviembre de 1936. En el momento de su holocausto, el P. Alberto contaba 42 años y medio de edad.

Su madre y hermanos, que le visitaban asiduamente en la cárcel de Porlier, no le volvieron a ver desde ese preciso día en el que el desconocido señor les comunicó que su familiar había sido martirizado[37].

8. Otros religiosos mártires de la comunidad de Madrid

No fue el P. Alberto el único de los once religiosos de su comunidad en sufrir el martirio. Otros cuatro también dieron testimonio de la fe en Cristo con su sangre y algunos sufrieron la persecución en cárceles y campos de trabajo forzado.

Entre los mártires cabe destacar en primer lugar al ya citado P. Provincial, Rafael Sarria, que se encontraba visitando a los hermanos carmelitas de la Residencia de Onda (Castellón). Allí fue arrestado con toda la comunidad; terminó asesinado en su mismo pueblo natal, Alcira (Valencia), donde se había refugiado con sus familiares, el 24 de septiembre del mismo 1936. Contaba 37 años de edad. En su vida gozó de fama de santidad entre los frailes y los fieles que frecuentaban el Santuario del Henar (Segovia), del que fue prior en 1928-1929, y en la iglesia madrileña del Carmen de la calle Ayala, donde había fijado su residencia de prior provincial. Era un excelente teólogo que destacaba por su profundidad en la enseñanza y en la predicación. Igualmente en la dirección espiritual de los fieles.

El joven sacerdote de 29 años, P. Redento Julve Ortells, salió del convento de la calle Ayala con toda la comunidad el día 20 de julio hacia la casa que le había sido señalada como refugio. El día 27 quiso tomar el tren de Valencia para continuar su viaje a Villarreal (Castellón), su pueblo natal. En la estación madrileña de Atocha le fue pedida la documentación. Al presentar la cartilla militar le dieron de alta y quedó movilizado. Entonces los milicianos le condujeron al interior de la estación donde fue registrado. Al encontrar en su maleta el hábito carmelita, lo fusilaron allí mismo. Era un religioso muy observante. Poseía una magnífica voz de tenor que utilizaba para los solemnes cultos de la concurrida iglesia de Ayala. Su nombre no consta en nuestro grupo de los mártires carmelitas de Madrid porque ha costado mucho tiempo dar con la historia de su martirio.

También murió asesinado el P. Pedro-Tomás Carbó Adell, de 26 años de edad. Tomó el tren de Atocha camino de Valencia, a las diez y media de la noche del 28 de julio, con el deseo de trasladarse, luego, a su pueblo natal de Forcall (Castellón), pero cayó asesinado con otros setenta en las afueras de la ciudad de Castellón, en la noche del 3 al 4 de octubre. Era estudiante de Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid y realizaba la carrera musical con el maestro Conrado del Campo.

También fue mártir el hermano Simeón Manrique Rubio, que igualmente salió de Madrid en el tren de Valencia, el día 27 de julio. Llegó a su pueblo natal de Villarreal, siendo fusilado en Moncofar (Castellón) el 22 de agosto. Era postulante y trabajaba en las faenas domésticas.

 Los demás religiosos de la misma comunidad sufrieron cárceles y trabajos forzados en los campos de concentración durante años. Entre ellos cabe destacar el P. Juan Bautista Felíu Yagüe, fundador del convento e iglesia de la calle Ayala el 27 de octubre de 1924. Cuando se dispersó la comunidad carmelita el citado día 20 de julio de 1936, el P. Felíu se quedó en el convento con el intento de salvarlo de la quema y esa palabra le dio un miliciano asturiano, aunque finalmente sufrió grandes destrozos. El sacerdote carmelita fue encarcelado en la Modelo de Madrid, de donde salió a finales del mismo año 1936 para refugiarse en la embajada de Turquía, donde salvó la vida.

Otro sacerdote carmelita es el P. Alfonso María López Sendín quien, durante dos años y medio sufrió cárceles, campos de concentración y trabajos forzados, que ha dejado escrito en su libro inédito con el título de "Peripecias". Contaba 30 años de edad y estaba estudiando Filosofía y Letras en la Universidad de Valencia y en la Central de Madrid cuando hubo de salir del convento para buscar refugio en diversas casas, una de ellas la familia del primado de Toledo, cardenal Gomá. Allí fue detenido el 12 de agosto y llevado a la cárcel Modelo, después fue movilizado como soldado alistándole en la unidad de castigo denominada batallón auxiliar de fortificaciones, y en diversos tiempos a segar por los campos castellanos. Por su leal comportamiento le quisieron nombrar comisario del batallón, cargo político que comportaba la misión de velar por el buen espíritu comunista de los demás. El 13 de diciembre de 1938 escapó como pudo del campo y se refugió en algunas casas conocidas de Madrid, donde salvó la vida. El año 1948 sería el restaurador y primer provincial de la provincia carmelita de Castilla[39].

9. Fama de mártir

 Concluimos con el P. Alberto Marco.

Conociéndose la motivación del odio a Dios y a la fe cristiana por la cual habían sido inmolados los sacerdotes, religiosos y seglares católicos, apenas se tuvo noticia de su muerte surgió espontáneamente la firme convicción de que se trataba de un verdadero mártir, lo que ha ido afianzándose con el tiempo.

En este caso ha sido especialmente intensa dado que ya en vida gozó de fama de santidad entre los numerosos fieles que acudían a la iglesia carmelita de la madrileña calle de Ayala, como había sucedido en los otros conventos e iglesias en las que había ejercido el apostolado y vivido su vida de religioso. Esta fama la tenia también entre los religiosos de sus comunidades y, al final, como hemos visto, entre los mismos compañeros de prisión en la que pasó los tres últimos meses de su vida.

Muy pronto surgió el deseo de encomendarse a él y de tener algún recuerdo, prenda u objeto que le hubiera pertenecido. Muchas personas han declarado haber obtenido favores peor intercesión del P. Alberto, siete de los cuales constan en el proceso de canonización.

Los primeros datos sobre su vida y martirio fueron recogidos en el conocido libro "Nuestros mártires", del P. Simón Besalduch, O. Carm., publicado apenas terminó la guerra civil y que constituye la verdadera acta de su martirio, mandada recopilar junto a las de los demás religiosos carmelitas martirizados en España por el prior general de la Orden, el alemán P. Hilario Doswald.



[14] Artículos propuestos para la causa de beatificación o declaración de martirio, 1960, 2-20.
 
[15] Entre sus compañeros de órdenes están: Sacerdocio, Padres Mariano Rodríquez, Espiridión Cabrera y Carmelo Almela. Diácono, P. Elías Requena. Subdiácono, P. Angel Prat (mártir en 1936). Menores, P. Bartolomé Xiberta, que sería asistente general y destacado teólogo, perito del Concilio Vaticano II; su causa de beatificación está en los primeros trámites.
 
[16] PO 116, Test. de P. Joaquín Guarch, O. Carm./ PO 225-227, "Test. de M. Amparo Villamañán, ACJ.
 
[17] PO 69, Test. de P. Manuel Mª Ibáñez, O.Carm. / PO 71, Jesús García Melero (ex-fray Alberto) / PO 227-228, Test. de madre Amparo Villamañán / PO 285, Tes. de Sor teresa Margarita del Corazón Agonizante de Jesús, ocd.
 
[18] PO 150, Test. de Agustina Martínez Sáinz/ PO 285, Test. de la citada Sor Teresa Margarita/ PO 234, Madre Amparo Villamanán. MIGUEL MARTA ARRIBAS. O. Carm., Historia del Santuario del Henar, 1944, y 147-150.
 
[19] PO 76-77, Test. de P. Elías Requena, O.Carm. / PO 117 b, Test. de P. Joaquín Guarch, O. Carm. / PO 185-189 y 206-208, Test. de P. Alfonso María López, O.Carm.
 
20 Artículos propuestos para la causa de beatificación o declaración del martirio de los siervos de Dios P. Alberto Mª Marco Alemán y de fray Daniel Mª García Antón y compañeros carmelitas, muertos en odio a la fe según es fama ante el pueblo fiel en la persecución religiosa de 1936-1939.
 
[21] PO 19, Datos biográficos / PO 56 b. Test. de Luis Marco Alemán, hermano del P. Alberto / PO 102 b. Test. de Manuel Mª Ibáñez O. Carm.; Amparo Villamañán, 228 ss.
 
[22] ALFONSO MARÍA LOPEZ, O.Carm., "Peripecias". Recuerdos de Prisión, Madrid, 1990, p.5.
 
[23] PO 56, Test. de Luis Marco Alemán.
 
[24] PO 305. Test. de Josefa Arenas Rodríguez sirvienta de la casa.
 
[25] PO 58-60, Test. de Luis Marco Alemán.
 
[26] PO 58, ldem. PO, 93 Test. de  P. Manuel Ibáñez, O. Carm., oído a María Barrios Ledo.
 
[27] PO 107, Test. de Ildefonso Chico de Guzmán; Jesús Sánchez Posadas, 130,134; otros 266 y 296.
 
[28] PO 59, Test. de Luis Marco Alemán.
 
[29] PO 131 b, Test. de Jesús Sánchez Posada.
 
[30] PO 123, Test. de Clemente Ramírez.
 
[31] PO v. Test. de Josefa Rodríquez Arenas.
 
[32] PO 137. Test. de Jesús Sánchez Posadas.
 
[33] PO 123. Test. de Clemente Ramírez; "Artículos". PO 20 v.
 
[34] PO 59-60. Test. de Luis Marco Alemán. Terminada la guerra se perdió el rastro de tal señor, si es que vivía. PO 103 Test. P. Manuel Ibáñez, recogido de Clemente Rodríguez.
 
[35] RAFAEL CASAS DE LA VEGA. El terror. Madrid 1936. Toledo 1994, 250 (Confunde el día de la muerte del P. Alberto, que no fue el 18 sino el 24.
 
[36] PO 59. Test. de Luis Marco Alemán.
 
[37] RAFAEL CASAS DE LA VEGA, oc 14./ PO Test. de Luis Marco, 61 v./ artículos PO 21.
 
[38] SB 184 a 191 y 203 a 214. 174.
 
[39] ALFONSO MARÍA LOPEZ, O.Carm- Peripecias. Recuerdos de la prisión. 1990.


 

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