El domingo 13 de octubre el Papa Francisco estrenará pontifiado con la beatificación en Tarragona de 522 márties de la Guera Civil española. Uno de ellos es de Caudete: el padre Alberto Marco Aleman, único beato de la Diócesis de Albacete. Los días 23, 24 y 25 se realizaran en Caudete tres misas en recuerdo de Marco Aleman. El día 25 esta prevista la visita del Obispo Ciriaco Benavente que bendicirá la acuarela del P. Alberto realizada por la pintora local Mª Carmen Caerols, familia de la tambien beata Florencia Caerols . El pasado domingo aparecía un interesante artículo en el diario "El Mundo" firmado por Santiago Mata, doctor en Historia y Periodista, autor del libro que lleva por título "Holocausto Católico. Los mártires de la Guerra Civil", publicado hace unos días por la Editorial "La Esfera de los Libros". Finaliza el artículo diciendo que lo siguiente..."quizá la mejor fotografía de un primer plano de una persona momentos antes de ser fusilada, y aparentemente la única para el caso de un mártir, es la de Martín González Pascual, un sacerdote de 25 años que aparece en la portada del libro el Holocasuto Católico. El día 18 de agosto de 1936, instantes depues de que Hans Gutman Guster le hiciera esa y otra fotografía, fue fusilado en su pueblo, Valdealgorfa (Teruel). Al Beatificar a los mártires, la Iglesia no pretende hacer justicia a las víctimas ni recriminar a quienes los mataron. En el caso de los de la Guerra Civil, la palabra Holocausto referida a su sacrificio resulta apropiada por lo mismo que, bajo la antigua Ley, Holocasuto era un tipo de sacrificio especial donde la víctima no podía tener manchas y se quemaba para que fuera toda para Dios y no se pudiera aprovechar para fines humanos: dado lo polémico del asunto, la Iglesia somete a los candidatos a una exigente criba, para estar segura de que no se exaltará a nadie que hubiera participado en la guerra, o exaltado de cualquier forma la violencia o el deseo de venganza"
Acuarela de Mª Carmen Caerols, alumna de Antonio Requena
Esta es la acuarela del P. Alberto que bendicirá el Obispo
Ciriaco Benavente Mateos, el día 25
Le pedí hace unos días al Párroco Ramón Maneu que me facilitara datos del caudetano Alberto Marco. Me remitió íntegro el capítulo II del libro "P. Alberto Marco y Compañeros Mártires Carmelitas", escrito por el tambien Carmelita Miguel Mª Arribas. Este capítulo II esta dedicado a Alberto. Es de fácil lectura, intenso y recoge fielmente o acontecido en noviembre de 1936 en Paracuellos del Jarama (Madrid). Algo que nunca debió ocurrir. Alberto había nacido en Caudete el 23 de mayo de 1894 y era hijo de Joaquin Marco y Francisca Aleman. Si la cara es el reflejo del alma, coincidirán conmigo que muy pocos argumentos debían tener aquellos milicianos, en noviembre del 36, para eliminar a este caudetano. Un rostro que refleja serenidad, atención por los demás, interés por resolver un problema, inteligencia, bondad....Las dos Españas, de Miguel de Unamuno, que pronto se sintió defraudado por el rumbo que había tomado la República. Me viene a la mente el final del discurso, -en réplica a Millan Astray que había dicho "Muerte a la intelectualidad traidora. Viva la muerte!- a tan solo poco mas de un mes de la muerte de Alberto, discurso que pronunció D. Miguel el 12 de octubre en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca: Venceréis porque tenéis la fuerza bruta, pero no convenceréis, porque para convencer tendríais que persuadir, y para persuadir no tenéis lo que hace falta: la razón y el derecho.
Por su interés, he trascrito el capítulo II tal como me lo facilitó Ramón. Léanlo, si tienen tiempo. Es conveniente conocer la historia para que no se repita.
Por su interés, he trascrito el capítulo II tal como me lo facilitó Ramón. Léanlo, si tienen tiempo. Es conveniente conocer la historia para que no se repita.
II.- P. ALBERTO MARCO ALEMAN
- "¡Quiero ser religioso!"- dijo con todo
aplomo el crío que no levantaba cuatro palmos del suelo.
Era un día de primavera del año 1901. El obispo de Albacete había llegado a la villa albaceteña de Caudete para administrar el sacramento de
El juicioso niño había visto la primera luz en
Caudete el día 23 de mayo de 1894. Era el mayor de los ocho hijos -tres varones
y cinco mujeres- del matrimonio formado por Joaquín Marco y Francisca Alemán,
una familia de labradores de acomodada posición social y, sobre todo, de
profunda fe cristiana, heredada de la abuela que había querido ser religiosa.
Tanto lo eran que en el pueblo se les apodaba "los Monjos". Al día
siguiente de nacer recibió el bautismo en el que fue impuesto el nombre de Francisco. El 20 de septiembre del
mismo año recibiría la Confirmación[14].
El pequeño Francisco,
además de monaguillo en la iglesia del Carmen, era alumno de la contigua
escuela de los carmelitas donde recibió una cultura humana y religiosa que él
asimiló perfectamente porque era un discípulo al que los profesores alababan
por su aplicación y provecho. A la vez, se trataba de un chico vivaracho y
cabecilla entre sus amigos y hermanos, quienes sin rechistar aceptaban sus
sugerencias y mandatos.
Fiel a la confidencia
hecha al obispo, a los once años manifestó a sus padres que deseaba ser
carmelita, noticia que estos recibieron con todo el gozo de su fe cristiana,
aumentado por la gran amistad que les unía a estos religiosos.
El año 1905 se
encaminó al seminario menor carmelita de Olot (Gerona), donde estudió un año,
continuando al siguiente en el seminario menor de Onda (Castellón) donde
tomaría el santo hábito del Carmen y efectuaría el noviciado bajo la experta
mano del célebre maestro de novicios de generaciones de carmelitas, el P. Simón
García. Entonces cambió el nombre de Francisco por el de Alberto, en honor de
San Alberto de Sicilia, uno de los primeros santos carmelitas, de finales del
siglo XIII.
Profesó fray Alberto
en la Orden del
Carmen el 5 de agosto de 1910 y, seguidamente comenzó los estudios filosóficos
y teológicos en el convento carmelita de su pueblo natal, Caudete.
Con once meses de
dispensa de edad recibió la ordenación sacerdotal de manos del obispo de
Urgell, don Juan Benlloch, el 29 de junio de 1917
1. Hombre de una pieza
Era considerado por
todos como un perfecto candidato para ocupar altos cargos en la Orden. Y así, unos meses
después de su ordenación fue nombrado prefecto y profesor de los estudiantes de
Filosofía y Teología en Caudete, lo que llevó a cabo hasta el año 1920. En este
año fundó, con otros compañeros religiosos, las escuelas del Castillo de Onda
en las que permaneció como maestro hasta 1922. Muchos antiguos alumnos
recordaban años después su habilidad para educar a los niños y para
corregirlos.
En el mes de abril de
1922 sería uno de los cofundadores de la primera comunidad carmelita que se
hacía cargo del Santuario de la
Cueva Santa , en Altura, Segorbe (Castellón). Su habitual
ejemplaridad, tan necesaria en los comienzos, se hizo patente al poner en
marcha la vida de comunidad. Al poco tiempo volvía a su cargo de formador en
Caudete.
El día 13 de
septiembre de 1924 formó también parte de la comunidad fundadora en el
Santuario de Nuestra Señora del Henar, Cuéllar (Segovia), el primer convento
que la Orden
abría en Castilla desde que en 1835 fuera suprimida la histórica provincia
carmelita de Castilla, hogar espiritual de religiosos tan santos y sabios como
Teresa de Jesús, Juan de la Cruz ,
Miguel de la Fuente ,
María de Jesús y del Espino...
A partir de esa
fecha, radicaría en este Santuario del Henar el seminario teológico, del que el
P. Alberto fue prefecto y profesor de Teología Moral y Derecho Canónico. El año
1927 era nombrado prior del mismo, renovado el trienio de 1929 a 1932. Durante su
mandato, nuestro prior llegó a ser toda una institución y no sólo dentro de la
comunidad de religiosos sino en toda la comarca henarense. Hubo de hacer frente
a situaciones precarias del santuario, sacándolo a flote con habilidad y
abnegación.
Fue renombrado
predicador en la citada comarca, hablando siempre con elocuencia y notable
unción religiosa; igualmente, acreditado director de conciencia, dirigiendo
muchos jóvenes a los seminarios y a los conventos, especialmente a los de
clausura, lo que le comportó algunas calumnias, que él soportó con paciencia y
silencio[16].
Religioso de profunda
oración, daba la impresión de estar siempre en la presencia de Dios y de que
hubiera hecho el propósito de actuar en cada momento con la máxima perfección.
Su ascendiente entre
toda clase de personas, tanto del pueblo llano como de las más altas jerarquías
eclesiásticas o civiles, se debía a la nobleza de su espíritu y al trato
delicado y cortés con los que actuaba, frutos sin duda de la caridad. Era un
hombre prudente y humilde que nunca hablaba de sí mismo y si tenía que hacerlo
usaba siempre el circumloquio "un servidor". Brillaba en él de modo
especial la virtud de la templanza que aparecía en su carácter sosegado e
invariable. Todo le caía bien y mostraba en todas las circunstancias un
semblante sereno, gozoso. Era hombre de una pieza.
2. Apóstol dinámico
Su presencia en los
púlpitos era muy requerida. debido a ello así como a sus ocupaciones por los
constantes cargos que desempeñaba, a lo que hay que añadir las escasas
comunicaciones viales de entonces, se veía obligado a veces a permanecer días
fuera del convento, por lo que llegó a tener cierta fama de
"andariego" No obstante, los testigos del proceso afirman
rotundamente que se trataba de un sacerdote-religioso modelo, fiel cumplidor de
la vida comunitaria.
Hombre decidido a
defender los derechos de los carmelitas en el Santuario del Henar, logró hacer
triunfar su causa frente a las pretensiones de los ganaderos, quienes
acostumbrados a hacer de su capa un sayo en las propiedades del citado
Santuario durante siglos, no entraban ahora por los derechos que justamente
reclamaban los carmelitas, nuevos rectores del mismo. Sin aquella persistente
defensa por parte del P. Alberto y los demás religiosos, creo que no tendría
hoy el santuario ni un palmo de terreno propio.
Durante su priorato
de cinco años organizó una de las romerías del Henar más sonadas en toda su
historia. A la misma acudieron las autoridades eclesiásticas y civiles de
Segovia y de los 39 pueblos de la
Comunidad de Villa y Tierra de Cuéllar, acompañados de una
muchedumbre de devotos.
El día 3 de julio de
1932 visitaba el santuario, acompañado de algunos hombres de la política de
Cuéllar, el ministro de la Gobernación de la República , Miguel Maura,
que estuvo merendando en la pradera y, luego, visitando detenidamente la
iglesia y convento, acompañado del prior P. Alberto, quien, en un momento
determinado, le preguntó cómo permitía la quema de conventos e iglesias en
Madrid y otras ciudades españolas, a lo que contestó el ministro que era muy
difícil contener al populacho desbordado.
De su valía y
prestigio nos puede dar sobrada muestra el hecho de que, al final de su mandato
de prior del Santuario del Henar en 1932, don Juan Herrero, que llegó a ser
célebre alcalde de Cuéllar, inició una recogida de firmas dirigidas al padre
provincial diciéndo que le dejara más tiempo en el santuario. Cuando lo supo,
el P. Alberto se opuso a ello porque no deseaba lo que no viniera de la mano de
la obediencia y de la voluntad de Dios[18].
En 1932 era elegido
primer definidor de la provincia de Aragón-Valencia con residencia en Onda, a
la vez que prefecto y profesor de estudiantes de Teología. Al iniciarse la
segunda República, con presagios de ahogo para la vida cristiana y
sencillamente la claustral, se optó por trasladar a la villa castellonense de
Onda el colegio filosófico-teológico dado que la gran parte de los alumnos eran
nativos de esa región valenciana, mientras que El Henar fue convertido en
noviciado por la razón de que la mayor parte de los novicios de ese año eran de
Castilla. Pero las cosas sucedieron de otro modo.
El 25 de agosto de
1934, el P. Alberto era nombrado secretario asistente del provincial P. Rafael
Sarría. Y pocos meses después pasó con los estudiantes de Teología a fundar la
primera comunidad carmelita en el monasterio de Cogullada, en las proximidades
de Zaragoza.
En el capítulo
provincial del año 1935 fue confirmado en sus cargos de asistente-secretario y,
además, elegido prior del convento de los carmelitas de la calle Ayala, 35,
Madrid. El P. Provincial, que fijó su residencia en el mismo convento, lo
retuvo junto a sí como a hombre de experiencia, de singular prudencia y de
sabio consejo. A él le confiaba los temas más espinosos en unas circunstancias
realmente críticas para la vida religioso-sacerdotal de España. Y, por su
parte, el P. Alberto desempeñó ambos cargos con desenvoltura y eficacia.
Fue el prior adecuado
para una comunidad compuesta por ocho sacerdotes y tres hermanos. Algunos eran
estudiantes en la universidad y dedicados al trabajo apostólico en los momentos
libres, y otros eran miembros ancianos o antiguos superiores suyos que
disfrutaban de cierta autonomía. Con todos, el P. Alberto mostraba siempre una
fraternal solicitud y una extremada caridad. Por su parte observaba la vida
comunitaria con toda exactitud, sin descuidar el púlpito y el confesionario,
así como a las religiosas de clausura y otros grupos apostólicos.
Para con las personas
que frecuentaban la iglesia carmelitana de Ayala, era todo para todos. Poseía
un especial don de gentes y un trato exquisito que le hacían sumamente
agradable. Sobresalía por su acierto en la dirección espiritual de toda clase
de personas, por su caridad en atender a cuantos acudían a él en sus
necesidades, especialmente buscándoles colocaciones de trabajo, por la
cuidadosa atención a los enfermos y por la oratoria sagrada.
Gozaba entre los
fieles de fama de santo religioso, viéndose rodeado de cariño general, efecto
del alto grado en el que poseía la caridad y el consejo[19].
Fue fervoroso
propagador de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, de la que repartía
folletos por millares animando a los fieles a que llevaran a cabo la
consagración individual y familiar. Él mismo consagró el convento y la
comunidad. Como buen carmelita era un enamorado de María y propagaba la
devoción carmelitana del Escapulario que repartía a manos llenas, sobre todo a
los enfermos, de cuya cabecera de la cama colgaba siempre uno -demás del
llevado en el pecho-, lo que comenzó desde entonces a hacerse común[20].
3. Amenazas de incendio y de muerte
El P. Alberto tuvo
presentimientos de que algo terrible iba a ocurrir en España y que una parte
recaería sobre él mismo. Algunos testigos señalan que estaba íntimamente
persuadido de que lo matarían por odio a Dios y a su Iglesia. Realmente, una
personalidad como la suya, con tan ricas prendas humanas y espirituales, no
podía pasar desapercibida para los fieles ni dejar de estar en el ojo de mira
de los contrarios a la fe cristiana.
Días antes del
comienzo de la guerra civil el P. Alberto hizo saber a la comunidad que le
habían amenazado con quemar la iglesia y convento, así como arrastrar por las
calles a todos los frailes, comenzando por él, pero que se había quedado
tranquilo respondiendo que sólo sucedería aquello que Dios permitiera. Sin
embargo, como hombre prudente, buscó alojamiento en casas particulares para
cada uno de sus religiosos por si llegara el trance de tener que abandonar el
convento.
Pudo haberse salvado
fácilmente porque tenía ya el billete para viajar fuera de Madrid con el fin de
tomar aguas termales por prescripción médica. Sus familiares y amigos le
aconsejaban que se marchara, pero él respondió: "Sé que las horas
presentes son muy graves, pero el capitán de un navío no debe abandonar su
puesto en las horas de mayor peligro".
Unas semanas antes,
algunos le habían dicho que se quitara el hábito para salir a la calle. A sus
familiares que pensaban lo mismo, temiendo por su vida, les señaló: "Si es
que ha llegado mi hora, tengo que morir vestido con el hábito de fraile. Si
muero, mucho ánimo; lo que no quiero es que lloréis porque, al fin de cuentas,
si soy mártir, me iré al cielo. ¡Qué más quisiera yo que morir mártir!"[21].
El día 20 de julio,
fiesta de San Elías, el profeta del Carmelo, comenzó en Madrid el alzamiento
nacional. A las siete de la mañana, cuando la comunidad se hallaba en la
meditación, se oyeron llamadas insistentes en la portería y a muchos hombres
jóvenes entrar en la iglesia pidiendo confesión y escapularios del Carmen
porque, decían, que se iban al frente para luchar por la salvación de España.
Los religiosos dejaron sus rezos comunitarios y comenzaron las confesiones. Se
celebró una misa con numerosas comuniones, se consumieron todas las sagradas
formas y se impusieron los escapularios, mientras se escuchaban disparos,
explosiones y runruneo de aviones.
Viendo el cariz que
tomaban las cosas al recibirse por teléfono un aviso de que muy pronto convento
e iglesia iban a ser incendiados como estaban ya ardiendo otros muchos de
Madrid, el padre prior reunió a la comunidad a las nueve y treinta de la mañana
para aconsejar a los frailes que se despojaran del hábito religioso y volvieran
vestidos de paisano a la sala en la que se encontraban.
Los religiosos que
formaban la comunidad eran once: P. Rafael Sarría (provincial, ausente, en
Onda), P. Alberto Marco (prior), P. Simón García (subprior), P. Juan Bautista
Feliu, P. Alfonso López, P. Redento Julve, P. Pedro-Tomás Carbó, P. Máximo
Andrés y los hermanos Fr. Tomás Díaz, Fr. Simeón Manrique y Fr. Jaime Sánchez.
Se hallaban también allí el P. Miguel Colldecarrera (de Onda) y el Rdo. don
Pascual Goterris, diocesano, predicador de la novena del Carmen[22].
Reunidos todos de
nuevo en la sala, el padre prior fue bendiciendo y abrazando a cada uno de
ellos, que comenzaron a salir del convento a intervalos y separadamente para
dirigirse a las casas señalada con anterioridad.
El último en
abandonarlo fue el P. Alberto para dirigirse primeramente a un piso de la calle
Velázquez 57, ocupado por un joven matrimonio. Al día siguiente de estar en el
mismo se puso un guardapolvos y salió a ver a los religiosos refugiados en las
casas o pisos cercanos. Al entrar en los mismos decía a los frailes con su
mejor gracejo: "Aquí está el panadero".
4. Apresamiento e interrogatorio
Debido a los
registros que efectuaban los milicianos en el edificio donde se hallaba su
piso, se trasladó a otros por temor a comprometer a las familias amigas que tan
cariñosamente le acogían. Al fin vino a parar al piso de las piadosas señoras,
benefactoras de los carmelitas, hermanas Margarita y Enriqueta Aguilar, en la
misma calle Velázquez 55, dado que allí no habían efectuado ningún registro.
En esta casa, el P.
Alberto celebraba todos los días la eucaristía antes del amanecer para evitar
que les sorprendieran en alguno de los imprevistos registros. Igualmente tenían
la lectura espiritual diaria y el rezo comunitario del rosario. ¡Aquello
parecía un convento!, dice en el proceso la sirvienta de la casa, llamada
Josefa.
El sacerdote
carmelita pasaba como hijo adoptivo de una de las señoras. Su hermano Luis le
había conseguido incluso el carné de estudiante[23]. Parecía todo tranquilo a pesar del peligro al que se exponían uno y
otras. El P. Alberto mantuvo un espíritu gozoso, jovial, durante el largo mes
de estancia.
Un día, una sirvienta
del piso contiguo oyó a través de las paredes el rezo coral del rosario y le
faltó tiempo para denunciarlo a los milicianos quienes se presentaron en el
piso el domingo día 31 de agosto para hacer el consabido registro.
Llamaron a la puerta
y acudió a abrir la sirvienta. Cuando supo lo que deseaban aquellos sujetos,
fue a comunicárselo a las señoras. Pero el P. Alberto, que lo había oído, se
presentó en la puerta. Al verlo, le preguntaron a bocajarro:
- ¿Es usted sacerdote?
- Sí, soy sacerdote y religioso, respondió sin titubear.
Entonces le
encerraron en el recibidor diciéndole que no se moviera de allí y comenzaron a
registrar toda la casa acompañados de las dos señoras y la sirvienta. Dos
milicianos se llevaron a las tres mujeres -a la sirvienta sólo como ayuda de
las señoras- a la
Dirección General de Seguridad. Otro de ellos se quedó en el
piso interrogando al P. Alberto y apoderándose de aquello que le gustaba. Al
poco rato se lo llevó también a él.
Algo después pasó por
la casa Luis, el hermano del P. Alberto, con el fin de visitarlo, encontrándola
sellada por la Dirección
de Seguridad. Inmediatamente fue a contárselo a su madre y familia que
corrieron a los lugares donde depositaban los cadáveres de los asesinados, pero
no hallaron el de su querido familiar.
Pronto se enteraron
de que se hallaba en la checa de Fomento, en la que estaba siendo sometido a
interrogatorios por los tribunales populares durante los cuales le incitaron a
que pronunciara gritos subversivos y antirreligiosos, a lo que se negó
rotundamente. Incluso se atrevieron a proponerle que si renunciaba a ser cura
le dejaban libre[25]. Pero no cedió ni un milímetro.
Durante el largo
interrogatorio, el P. Alberto manifestó valientemente:
- Si por ser
religioso y sacerdote van a fusilarme, deben tener bien entendido que cinco
minutos que retrasen la ejecución me los quitan de gozar de Dios en el cielo.
Y preguntado sobre
sus actividades subversivas contra la República , aseguró:
- En mis sermones
nunca hablo de política, sino de Dios, porque mi misión es predicar a
Jesucristo[26].
Estas declaraciones
se conocen por un muchacho que se confesó con él en la checa y que después de
quedar libre pudo visitar a los familiares del P. Alberto, a los que comunicó
que se encontraba bien y les entregó el reloj, un portafolios con fotos y un
papel en el que decía simplemente: "Estoy bien". Por esos días
también visitó a la familia un anarquista de la misma checa que, en tan corto
espacio de tiempo, se había hecho amigo del sacerdote.
5. "La pasión no lo parece en compañía de
Alberto"
Desde la checa de
Fomento fue llevado el día 2 de septiembre a la Dirección General
de Seguridad, a la que se dirigieron inmediatamente sus familiares. Cuando el
P. Alberto los vio a distancia, les hizo señas para que se alejaran por el
miedo a que les pasara algo. Una cuñada logró hablar brevemente con él y pudo
entregarle algunos utensilios de aseo.
Finalmente, el día 3
lo trasladaron a la cárcel de Porlier, que hasta hacía unos meses había
funcionado como colegio de los religiosos escolapios, quedando destinado a la
sala cuarta, repleta por supuesto de presos.
El afectuoso
carmelita se adueñó muy pronto del corazón de los angustiados compañeros de
destino y, olvidándose de sus propias penas, se hizo todo para todos. Y los
demás también con él. Uno de ellos, el teniente Jesús Sánchez Posada, le regaló
un colchón de borra para que, juntándolo al que tenía, le fuera más soportable
el catre de dormir. Apenas se lo dio, el carmelita lo ofreció a otro, pero
nadie se lo admitió, por lo que hubo de quedarse con él contra su voluntad aunque
muy agradecido.
Hablaba largo y
tendido con ellos, sobre todo con los que sacaban cada noche para ser fusilados
en Paracuellos del Jarama, a los que confesaba si así lo deseaban. Con un
pequeño grupo rezaba dirariamente el rosario y tenían la lectura de los textos
litúrgicos de la santa misa, con explicaciones bíblicas, aunque sin la Consagración por
falta de todo lo necesario.
Confesaba también a
cuantos se lo pedían. Él mismo lo efectuaba frecuentemente con el agustino P.
Francisco Díez Martín y éste con nuestro carmelita.
Según varios
testigos, el P. Alberto rezaba todas las noches cuando los ruidos carcelanos
ponían de manifiesto que había una saca de presos para ser fusilados. Y decía
muchas veces: "¡Quizá pierda yo la ocasión de morir por Cristo!".
No se lamentaba de
nada, a pesar de su mala salud. Estaba siempre de buen humor, hasta el punto de
que sus compañeros de cautiverio llegaron a decir: "La prisión no es
prisión en compañía del P. Alberto".
Un compañero de
cárcel, el alemán Christian Zahn, le hizo un retrato a lápiz, que firmó, y
detrás de él otros setenta y cinco presos más, como signo de amistad y
agradecimiento. Era el día 2 de octubre. El dibujo, precioso documento, lo pudo
recoger su compañero de cárcel y de celda, el citado militar, que estampó su
firma en el pecho del retratado después de que el P. Alberto fuera sacado de la
cárcel camino del martirio[28].
Sufría el religioso
en su vida normal de algunas enfermedades crónicas del estómago y,
especialmente, del hígado y de catarro anginal, que en la cárcel empeoraron de
forma alarmante sobre todo las dos últimas, aunque él soportaba el dolor físico
y moral con gran dominio. El día 16 de noviembre empeoró sensiblemente del
hígado, llegando a sufrir seguramente septicemia. Los compañeros le obligaron a
visitar al médico de la prisión, el doctor Montenegro, también preso, del que
volvió sin remedio alguno para sus males. No se lamentó de ello, pero lo
hicieron por él sus compañeros con un pequeño motín carcelario para pedir que
lo atendieran convenientemente. Incluso estaban dispuestos a entregar una queja
a alguna embajada extrajera por lo que ello significaba de conculcación de los
derechos internacionales sobre la atención de prisioneros.
Durante ese alboroto
el P. Alberto, tendido en su colchoneta, se mantuvo tranquilo hasta que oyó que
sus compañeros pronunciaban palabras violentas. Entonces se levantó y,
dirigiéndose a todos ellos con las manos elevadas al cielo, pidió que tuvieran
resignación y conformidad con la voluntad de Dios, rogándoles que dejaran las
cosas tal como estaban y aconsejándoles que para soportar mejor las penalidades
era preciso unirse a Dios y a la Virgen María por medio de la oración.
Dicen los testigos
presenciales que pronunció estas palabras con tanta unción que todos los presos
se quedaron en el más absoluto silencio y se arrodillaron en torno a él
exclamando "así sea"[29].
6. "¡Nos veremos en el cielo!"
El día 23 de
noviembre por la mañana, el enfermero Clemente Ramírez avisó al P. Alberto que
había oído decir al jefe de los milicianos, Lázaro Martín, que esa misma noche
iban a "sacar al fraile" para fusilarlo y le aseguró que incluso
había visto al mismo miliciano apuntarle con su pistola, mientras yacía en su
camastro, y diciendo: "Levántate, pájaro, que pronto vas a morir"[30].
Cuando el buen
carmelita lo oyó, dijo con toda serenidad:
- ¡Sea lo que Dios
quiera! Y nadie le notó distinto de los otros días. Eso sí, por medio de una
miliciana, que fingía serlo, envió a la casa de doña Margarita Aguilar, su
protectora, una esquela en la que decía que al día siguiente le iban a matar y
terminaba pidiendo: "Rogad por mi; nos veremos en el cielo".
Como todos los demás
días apenas comió nada y movía los labios como si estuviera rezando
continuamente. Al anochecer entró en el dormitorio un oficial de prisiones y
cuando se marchó acompañado de algunos milicianos, el P. Alberto dijo a su
contiguo compañero Sánchez Posada, que se encontraba muy mal. Este le respondió
que iba inmediatamente a buscar al médico, pero el P. Alberto se lo impidió
diciendo:
- No, no vaya; lo que quiero es que me ayude a rezar.
Rezaron juntos un
buen rato y, luego, trataron de conciliar el sueño sin lograrlo porque el
tableteo de las ametralladoras cercanas y el estruendo de los cañones no lejanos
se lo impedía. Parece que, al fin, el sacerdote logró dormir un poco.
Hacia la media noche
del mismo día 23, el foco de una linterna iluminó el dormitorio, a la vez que
un miliciano gritaba desde el dintel de la puerta:
-¡Francisco Marco Alemán!
No contestó nadie.
Repitió la llamada otras dos veces y entonces se oyó responder al P. Alberto:
- ¡Soy yo!
- Pues levántate,
recoge todo lo que tengas y espera aquí, que vuelvo en seguida, ordenó el
esbirro.
Se levantó con toda
serenidad y confianza en Dios. El citado compañero le dijo con toda energía:
- No se mueva usted
que está muy enfermo. Ahora mismo voy a llamar al médico para que impida este
atropello de hacerle levantar en estas condiciones. Y, levantándose con toda
rapidez, fue en busca del doctor Montenegro.
Mientras tanto el P.
Alberto se iba vistiendo, lo que quiso impedir el compañero, cuando volvió, y
hasta que no llegara el doctor. Entonces le dijo el sacerdote con toda
entereza:
- Gracias, muchas
gracias amigo, pero es inútil. Desde esta misma mañana sé que hoy por la noche
vendrían a por mí. Se lo he ocultado a todos para no anticiparles el disgusto.
¡Deje que suceda lo que el Señor tenga dispuesto!
El doctor Montenegro
llegó a la sala a tientas, ya que estaba prohibido encender la luz, y
acercándose al camastro del P. Alberto, le comunicó que había hablado sobre su
grave estado de salud con el oficial de prisiones al que había pedido que no
sacaran de allí al enfermo en esas condiciones, recibiendo la respuesta de que
él no podía hacer nada para evitarlo.
- ¡Gracias, gracias,
doctor!, dijo el P. Alberto mientras terminaba de recoger su breve ajuar.
Su amigo le ayudó a
reunirlo y le regaló un bote de leche condensada por si, con mucha suerte, era
trasladado a otra cárcel. De nuevo entró el miliciano con su linterna diciendo:
- ¿Estás ya
preparado?
- Si me hiciera el
favor de alumbrar un poco se lo agradecería, le pidió el P. Alberto, mientras
aquel le alumbraba insistiendo algo nervioso:
- ¡Vamos, date prisa!
Al sacerdote se le oían
ligeras quejas por el fuerte dolor del hígado. El compañero S. Posada se
atrevió a preguntar al miliciano:
- ¿Sabe a dónde lo
llevan?
- Creo que a Alcalá,
le respondió de mala gana.
En la jerga
carcelaria de Porlier todo el mundo sabía lo que esas palabras significaban: el
fusilamiento en Paracuellos del Jarama.
- ¡Adiós para
siempre. Rece por mi!, dijo el P. Alberto a su amigo mientras le abrazaba. Éste
le besó la mano asegurándole que rezaría por él con sumo gusto.
- ¡Muchas gracias!
Despídame de todos los compañeros de la sala y que sea lo que Dios quiera.
¡Adiós! concluyó el sacerdote[32].
Los demás presos
dormían, o hacían que dormían, en medio de un impresionante silencio y del
terror por lo que estaban oyendo y entreviendo. Concluido todo, el P. Alberto
pasó por entre ellos tocando los camastros, como queriendo despedirse de cada
uno de sus compañeros.
- ¡Vamos!, dijo
secamente el miliciano. Y todos salieron de la sala dormitorio.
Al poco rato volvió
por allí el citado Clemente Ramírez y pudo ver a nuestro sacerdote carmelita
cuando le bajaban por la escalera hacia la calle. Caminaba con las manos atadas
a la espalda. El P. Alberto le dirigió una mirada fija y sonriente, como un
gesto de despedida. "En la expresión de sus ojos no había odio ni dolor,
sino la paz de quien se siente feliz al estar cumpliendo la voluntad de Dios.
No volví a verlo ni a saber más de él", concluye Clemente.
7. "Ánimo, hermanos, muramos por
Cristo!"
A partir de aquí,
todo lo que sabemos se debe al testimonio del hermano de nuestro P. Alberto,
Luis Marco Alemán, que nos refiere lo que, días después, les contó un señor que
tenía a un hijo en la misma cárcel de Porlier. El pobre hombre se pasaba las
noches espiando, angustiado, tras la persiana del balcón de una casa situada
frente a la salida del patio de la cárcel con el fin de poder ver lo que le
sucedía a su hijo. Dejamos la palabra al citado Luis Marco:
"Yo llegué a
saber que se trataba del padre de un muchacho y que estaba angustiado ante el
temor de que se llevaran a fusilar a su hijo en una de las sacas de prisioneros
que se hacían cada noche.
Este señor nos dio la
noticia de que en la misma saca en la que se llevaron a su hijo iba también el
P. Alberto y vio cómo, mientras marchaba con un numeroso grupo de presos por el
patio central del colegio-prisión hacia la calle donde aguardaban los
vehículos, el sacerdote exhortaba a sus compañeros diciéndoles:
- ¡Ánimo, hermanos,
muramos por Cristo!
Y maniatado como
estaba hizo el gesto de darles la absolución sacramental.
Intenté -sigue
diciendo Luis- verificar después quién era este señor, pero no lo logré porque
su domicilio no era el de la casa desde la que vigilaba la prisión tras la
persiana. En esta casa nadie quiso darme detalles personales, lo cual se
explica por el pánico que vivían en aquellos momentos los que tenían
sentimientos religiosos y, especialmente, porque este señor era un militar
apartado del ejército por la
Ley Azaña que eliminó del mismo a los mejores elementos"[34].
Aquella noche del 23
al 24 de noviembre se dio la gran saca de prisioneros -159 hombres- de ellos
ocho religiosos, camino de los alrededores del pueblo madrileño de Paracuellos
del Jarama. Allí se les ordenó bajar del camión y colocarse al borde de una
enorme zanja o fosa de cincuenta metros de larga por cuatro de ancha y tres de
hondura[35].
Un vibrante ¡Viva
Cristo Rey! recorría la enorme fila de presos en el preciso momento en el que
las ametralladoras, con su ensordecedor ruido, segaban sus vidas y los cuerpos
caían inertes unos sobre otros en el fondo de las enormes fosas. Era el santo y
seña de todos los españoles que cayeron durante la guerra civil por su
condición de creyentes cristianos. Los habitantes de Paracuellos han contado
pormenores de estos martirios que, a veces, presenciaban desde lejos[36].
El P. Alberto fue
inmolado en la fosa cuarta, lugar señalado hoy con numerosas cruces blancas y
nombres de los asesinados, entre las cuales una está dedicada a la memoria de
nuestro carmelita. Nadie ha sido desenterrado de esas fosas comunes por la
imposibilidad de reconocer a los, más o menos 10.000 asesinados allí mismo o
trasladados a ese lugar desde otros parajes cercanos en donde habían sido sacrificados.
Eran las primeras
horas del 24 de noviembre de 1936. En el momento de su holocausto, el P.
Alberto contaba 42 años y medio de edad.
Su madre y hermanos,
que le visitaban asiduamente en la cárcel de Porlier, no le volvieron a ver
desde ese preciso día en el que el desconocido señor les comunicó que su
familiar había sido martirizado[37].
8. Otros religiosos mártires de la comunidad de
Madrid
No fue el P. Alberto
el único de los once religiosos de su comunidad en sufrir el martirio. Otros
cuatro también dieron testimonio de la fe en Cristo con su sangre y algunos
sufrieron la persecución en cárceles y campos de trabajo forzado.
Entre los mártires
cabe destacar en primer lugar al ya citado P. Provincial, Rafael Sarria, que se
encontraba visitando a los hermanos carmelitas de la Residencia de Onda
(Castellón). Allí fue arrestado con toda la comunidad; terminó asesinado en su
mismo pueblo natal, Alcira (Valencia), donde se había refugiado con sus
familiares, el 24 de septiembre del mismo 1936. Contaba 37 años de edad. En su
vida gozó de fama de santidad entre los frailes y los fieles que frecuentaban
el Santuario del Henar (Segovia), del que fue prior en 1928-1929, y en la
iglesia madrileña del Carmen de la calle Ayala, donde había fijado su
residencia de prior provincial. Era un excelente teólogo que destacaba por su
profundidad en la enseñanza y en la predicación. Igualmente en la dirección
espiritual de los fieles.
El joven sacerdote de
29 años, P. Redento Julve Ortells, salió del convento de la calle Ayala con
toda la comunidad el día 20 de julio hacia la casa que le había sido señalada
como refugio. El día 27 quiso tomar el tren de Valencia para continuar su viaje
a Villarreal (Castellón), su pueblo natal. En la estación madrileña de Atocha
le fue pedida la documentación. Al presentar la cartilla militar le dieron de
alta y quedó movilizado. Entonces los milicianos le condujeron al interior de
la estación donde fue registrado. Al encontrar en su maleta el hábito
carmelita, lo fusilaron allí mismo. Era un religioso muy observante. Poseía una
magnífica voz de tenor que utilizaba para los solemnes cultos de la concurrida
iglesia de Ayala. Su nombre no consta en nuestro grupo de los mártires
carmelitas de Madrid porque ha costado mucho tiempo dar con la historia de su
martirio.
También murió
asesinado el P. Pedro-Tomás Carbó Adell, de 26 años de edad. Tomó el tren de
Atocha camino de Valencia, a las diez y media de la noche del 28 de julio, con
el deseo de trasladarse, luego, a su pueblo natal de Forcall (Castellón), pero
cayó asesinado con otros setenta en las afueras de la ciudad de Castellón, en
la noche del 3 al 4 de octubre. Era estudiante de Filosofía y Letras en la Universidad Central
de Madrid y realizaba la carrera musical con el maestro Conrado del Campo.
También fue mártir el
hermano Simeón Manrique Rubio, que igualmente salió de Madrid en el tren de
Valencia, el día 27 de julio. Llegó a su pueblo natal de Villarreal, siendo
fusilado en Moncofar (Castellón) el 22 de agosto. Era postulante y trabajaba en
las faenas domésticas.
Otro sacerdote
carmelita es el P. Alfonso María López Sendín quien, durante dos años y medio
sufrió cárceles, campos de concentración y trabajos forzados, que ha dejado
escrito en su libro inédito con el título de "Peripecias". Contaba 30
años de edad y estaba estudiando Filosofía y Letras en la Universidad de
Valencia y en la Central
de Madrid cuando hubo de salir del convento para buscar refugio en diversas
casas, una de ellas la familia del primado de Toledo, cardenal Gomá. Allí fue
detenido el 12 de agosto y llevado a la cárcel Modelo, después fue movilizado
como soldado alistándole en la unidad de castigo denominada batallón auxiliar
de fortificaciones, y en diversos tiempos a segar por los campos castellanos.
Por su leal comportamiento le quisieron nombrar comisario del batallón, cargo
político que comportaba la misión de velar por el buen espíritu comunista de
los demás. El 13 de diciembre de 1938 escapó como pudo del campo y se refugió
en algunas casas conocidas de Madrid, donde salvó la vida. El año 1948 sería el
restaurador y primer provincial de la provincia carmelita de Castilla[39].
9. Fama de mártir
Conociéndose la
motivación del odio a Dios y a la fe cristiana por la cual habían sido
inmolados los sacerdotes, religiosos y seglares católicos, apenas se tuvo
noticia de su muerte surgió espontáneamente la firme convicción de que se
trataba de un verdadero mártir, lo que ha ido afianzándose con el tiempo.
En este caso ha sido
especialmente intensa dado que ya en vida gozó de fama de santidad entre los
numerosos fieles que acudían a la iglesia carmelita de la madrileña calle de
Ayala, como había sucedido en los otros conventos e iglesias en las que había
ejercido el apostolado y vivido su vida de religioso. Esta fama la tenia
también entre los religiosos de sus comunidades y, al final, como hemos visto,
entre los mismos compañeros de prisión en la que pasó los tres últimos meses de
su vida.
Muy pronto surgió el
deseo de encomendarse a él y de tener algún recuerdo, prenda u objeto que le
hubiera pertenecido. Muchas personas han declarado haber obtenido favores peor
intercesión del P. Alberto, siete de los cuales constan en el proceso de
canonización.
Los primeros datos
sobre su vida y martirio fueron recogidos en el conocido libro "Nuestros
mártires", del P. Simón Besalduch, O. Carm., publicado apenas terminó la
guerra civil y que constituye la verdadera acta de su martirio, mandada
recopilar junto a las de los demás religiosos carmelitas martirizados en España
por el prior general de la Orden ,
el alemán P. Hilario Doswald.
[15] Entre sus
compañeros de órdenes están: Sacerdocio, Padres Mariano Rodríquez, Espiridión
Cabrera y Carmelo Almela. Diácono, P. Elías Requena. Subdiácono, P. Angel Prat
(mártir en 1936). Menores, P. Bartolomé Xiberta, que sería asistente general y
destacado teólogo, perito del Concilio Vaticano II; su causa de beatificación
está en los primeros trámites.
[16] PO 116, Test. de P. Joaquín Guarch,
O. Carm./ PO 225-227,
"Test. de M. Amparo Villamañán, ACJ.
[17] PO 69, Test.
de P. Manuel Mª Ibáñez, O.Carm. / PO 71, Jesús García Melero (ex-fray Alberto)
/ PO 227-228, Test. de madre Amparo Villamañán / PO 285, Tes. de Sor teresa
Margarita del Corazón Agonizante de Jesús, ocd.
[18] PO 150, Test.
de Agustina Martínez Sáinz/ PO 285, Test. de la citada Sor Teresa Margarita/ PO
234, Madre Amparo Villamanán. MIGUEL MARTA ARRIBAS. O. Carm., Historia del
Santuario del Henar, 1944, y 147-150.
[19] PO 76-77,
Test. de P. Elías Requena, O.Carm. / PO 117 b, Test. de P. Joaquín Guarch, O.
Carm. / PO 185-189 y 206-208, Test. de P. Alfonso María López, O.Carm.
20 Artículos propuestos para la causa de beatificación o
declaración del martirio de los siervos de Dios P. Alberto Mª Marco Alemán y de
fray Daniel Mª García Antón y compañeros carmelitas, muertos en odio a la fe
según es fama ante el pueblo fiel en la persecución religiosa de 1936-1939.
[21] PO 19, Datos biográficos / PO 56 b. Test. de Luis Marco Alemán,
hermano del P. Alberto / PO 102 b. Test. de Manuel Mª Ibáñez O. Carm.; Amparo
Villamañán, 228 ss.
[22] ALFONSO MARÍA LOPEZ, O.Carm., "Peripecias". Recuerdos
de Prisión, Madrid, 1990, p.5.
[24] PO 305. Test. de Josefa Arenas Rodríguez
sirvienta de la casa.
[25]
PO 58-60, Test. de Luis Marco Alemán.
[27] PO 107,
Test. de Ildefonso Chico de Guzmán; Jesús Sánchez Posadas, 130,134; otros 266 y
296.
[29]
PO 131 b, Test. de Jesús Sánchez Posada.
[30]
PO 123, Test. de Clemente Ramírez.
[32] PO 137. Test. de Jesús Sánchez Posadas.
[34] PO 59-60.
Test. de Luis Marco Alemán. Terminada la guerra se perdió el rastro de tal
señor, si es que vivía. PO 103 Test. P. Manuel Ibáñez, recogido de Clemente
Rodríguez.
[35]
RAFAEL CASAS DE LA VEGA. El
terror. Madrid 1936. Toledo 1994, 250 (Confunde el día de la muerte del P.
Alberto, que no fue el 18 sino el 24.
[36] PO 59. Test. de Luis Marco Alemán.
[38] SB 184
a 191 y 203
a 214. 174.
[39] ALFONSO MARÍA LOPEZ, O.Carm- Peripecias. Recuerdos de
la prisión. 1990.
No hay comentarios:
Publicar un comentario