Han nacido en
democracia, entre 1983 y 1997, tienen entre 18 y 32 años y representan el 16,3
por ciento de la población. Es la generación más azotada por la crisis: la que
más sufre el paro –el doble que la media-, la precariedad laboral y la
contracción salarial.
En 2014, un
tercio de los jóvenes aún no se había emancipado. A muchos de ellos se les ha
privado de las oportunidades que debían haber tenido, arrinconándolos,
situándolos en los márgenes, incluso excluyéndolos.
A consecuencia de ello, los
jóvenes han emprendido un camino de diferenciación, adoptando aptitudes y comportamientos
que tienen todos ellos en común el distinguirse de lo que dicen y hacen sus
mayores.
Se podría pensar que el empeño por diferenciarse de los padres es un
rasgo característico de la juventud. Sin embargo, aunque es cierto que los
jóvenes suelen protagonizar las transformaciones sociales, lo que estamos
presenciando en España, pero también en otras democracias, va más allá.
En
nuestras sociedades, los jóvenes han pasado de ser precursores a convertirse en antagonistas:
más que explorar nuevos recorridos, buscan transitar hacia destinos contrarios.
Los millenials (entre 18 y 32 años), según
las encuestas, dicen confiar poco a nada en los demás, agudizándose entre
aquellos que viven situaciones más vulnerables.
En España, la
quiebra del bipartidismo no se habría producido de no ser por los jóvenes,
según el CIS, en la elecciones de junio de 2015 el 21 por ciento de la juventud
vota al PSOE o al PP, mientras el 50 por
ciento lo hace por uno de los dos
partidos emergentes Podemos y Ciudadanos; si echamos la vista atrás, en otros
comicios los jóvenes votaban en su práctica totalidad por el bipartidismo, de lo
que se deduce: que cuantos menos años tienen los jóvenes, menos probable se
hace el apoyo a los partidos tradicionales.
En la
práctica, la fractura del conflicto no es la edad sino los derechos asociados a
la misma: resulta llamativo que ninguno de los partidos tradicionales haya
entendido a tiempo la magnitud de esta nueva fractura social. A los partidos
emergentes se han sumado muchas de las personas nacidas después de 1970, que piensan
que nadie les ha ayudado a superar los obstáculos que les impiden elegir su
propia vida.
A estos nuevos partidos se han unido también todos aquellos que
creen que, con urgencia, se debe hacer frente a la enorme desigualdad de hoy en
día.
Las cifras de
las encuestas son claras: en otoño de 2015 únicamente el 6,3 por ciento de
ellos dice confiar en Rajoy, mientras que entre los mayores la cifra es del 65
por ciento. En la época de Zapatero, en 2008, las cifras se situaban en que el
43 por ciento de los mayores confiaba en ZP, entre la juventud la cifra era del
38 por ciento.
Los jóvenes
españoles, a diferencia de sus mayores, ya no se definen mayoritariamente como
“conservadores o socialistas”: ellos son sobre todo, “liberales o progresistas”.
Son, así mismo, menos españolistas, menos centristas, y más laicos que sus
padres y abuelos: el 7 por ciento de ellos reconoce tener una pareja del mismo
sexo, frente al 1 por ciento que así lo admite entre los mayores de 57 años.
No sólo el
sistema político sufre los efectos de la desconfianza de los jóvenes. La
valoración de un conjunto de 34 marcas comerciales es peor entre los millenials que entre las generaciones
de los mayores; las grandes firmas despiertan más recelo entre las personas de
menor edad, aún más acusadamente entre las marcas de gran consumo de
alimentación y bebidas.
Debido a la
crisis, la sobriedad ha marcado sus estilos de vida más que en ninguna otra
generación anterior, les ha hecho compradores sensibles sobre todo al precio,
más que a la calidad; compran en bazares y tiendas orientales, además, compran
bienes de segunda mano (algo increíble hasta este momento) y practican el
trueque. Se han hecho críticos con la forma de vivir de sus padres, a los que
perciben enganchados a una rueda consumista carente de sentido.
Resumiendo un
poco: los jóvenes han emprendido un proceso de diferenciación forzado por las
circunstancias que están atravesando y
lo están haciendo de forma colectiva, esto es, como generación.
POSDATA.- Todos los datos estadísticos de este escrito se han
tomado de los estudios y encuestas realizados por la socióloga Belén Barreiro,
la que fue Presidenta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).
En el año
1951 el portorriqueño Juan Antonio Corretjer compuso el son portorriqueño
titulado “En la vida todo es ir”; fue en 1979 cuando Roy Brown hizo los
arreglos musicales para este poema que describe lo inevitable que es el paso
del tiempo y en la imposibilidad de volver atrás.
Nos deja un itinerario vital que es el del hombre de a pie que ha de perseguir un ideal y que no puede saber lo que puede repararle el futuro. Ni pasado, ni futuro, sólo presente, sólo el camino.
Nos deja un itinerario vital que es el del hombre de a pie que ha de perseguir un ideal y que no puede saber lo que puede repararle el futuro. Ni pasado, ni futuro, sólo presente, sólo el camino.
Es en el año
2000 cuando el señor Serrat lo versiona en su disco “Cansiones”, un trabajo en
el que decide homenajear a América Latina que tanta fidelidad y cariño le ha
demostrado.
En la vida todo es ir
a lo que el tiempo deshace,
sabe el hombre donde nace
y no donde va a morir.
El hombre que en la montaña
—por la cruz de algún camino—
oye la voz del destino,
se aleja de su cabaña.
Y prosiguiendo su hazaña
se dirige al porvenir
una esperanza a seguir.
Más no ha de volver la cara,
pues la vida es senda rara:
en la vida todo es ir.
Miro esa palma que airosa
su corona al sol ostenta
y miro lo que aparenta
la esplendidez de la rosa.
Contemplo la niña hermosa
riendo a lo que le place,
y lo que el viento le hace
a la hoja seca del jobo:
es la vida como un robo
a lo que el tiempo deshace.
Tuve un hermano que dijo:
—“Cuando salí de Collores...”
Así cantó sus amores
al Valle del que fue hijo.
Una y otra vez maldijo
la gloria que en letras yace,
(y en que su nombre renace)
pues que llegó a comprender
lo poco que es el saber:
sabe el hombre donde nace.
No hay más. Un solo camino
que se quisiera tomar,
más la suerte del andar
maltrata y confunde el tino.
Nadie niegue su destino.
Es que ser hombre es seguir
—y un ideal perseguir—
por la vida hacia adelante,
sabiendo lo que fue enante
y no donde va a morir.
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