"Como una Cajita de Música", de Leo Maciá.
Todos hemos visto alguna vez ese
mini artilugio que parece sacado de una peli de Harry Potter, una caja de
música.
Mi madre tenía una, era de color
rosa y estaba diseñada como un joyero. Cuando la abrías, aparecía empujada por
un muelle, una bailarina igual de rosa. Tenía tutú y todo, y giraba sobre sí
misma tanto tiempo como durara la cuerda. Bailaba dando vueltas sin marearse
como por arte de magia, a mí me gustaba sobre todo, girar a tope la cuerda para
que diese vueltas a gran velocidad, casi estéticamente incorrecto si de danza
se tratara.
Hay veces que alguna actividad de
las que hacemos en La Bomba me recuerda a algo, y sobre eso, comienzo a
escribir. Eso es lo que me ha pasado con estos dos días de sarao montado con
la Agrupación de Coros y Danzas de Caudete. La forma tan minimalista me ha
resultado encantadora, y esa pequeñez me parece muy grande, creo que se ha
abierto una brecha para realizarlo también al año que viene.
La idea surge del interior de la
agrupación como fomento del folclore
popular, ya no solo de nuestras danzas y de los bailes del Niño, si no
de la palabra en su amplia extensión. Una forma de dar a conocer el grupo a la
población de una manera distendida, sin acotarlo en una sala de ensayos donde
no nos ve nadie, acercar el folclore a
su hábitat natural, la calle.
Para los integrantes de la
Agrupación, es una manera de ensayar sin prisas, sin protocolo y tomando unos
porrones de “paloma”.
Se dieron pautas muy sencillas
para que el público se animara a dar zapatazos en una Mazurca canaria muy
divertida, y el centro del corro de la Jeringonza se llenó de risas nerviosas
para elegir pareja de baile. Con
rondalla, dulzaina y tamboril en el picú, se bailó hasta las tantas.
Es un acierto siempre, sacar la
cultura a la calle, los bailes, la música, la pintura, el arte merece estar
vivo y callejeando. Con respecto a la cajita de
música de mi madre, de tanta cuerda que de pequeña le di, se rompió. Al final
ya no daba vueltas, y por no llevar cuidado al cerrarla, una vez le pillé el
tutú y ya no se movió más.
Ahora he aprendido la lección, y
sé que cuando te pasas de rosca las cosas se rompen, pero que si no las usas,
se olvidan para siempre.
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