En los
próximos escritos intentaré hacer las autopsias de las diferentes agrupaciones
que operan en la actualidad en nuestra carpa política. Para ello, necesitaré de
la asistencia de personas versadas en la materia que nos hagan entender quiénes
son y qué quieren de nosotros (aparte del voto) estos futuros estadistas.
Comenzaré con
una curiosidad: ¿en que momento de la historia vienen al mundo los términos
políticos “derecha e izquierda”? Sería sobre el verano de 1789, en Francia; se
discutía sobre si su majestad debía mantener algunas prerrogativas de veto. Los
grupos favorables al rey: nobles, clérigos, alta burguesía, abogados,
aristócratas (girondinos), se colocaron a la derecha como el buen ladrón.
A la
izquierda de Luis XVI se agruparon los futuros jacobinos. En medio, en el
centro, se dispusieron los indecisos, llamados “la llanura”.
Trasladémonos
al día de hoy; abriré camino con los de la parte izquierda. Seré tajante: la izquierda
tal y como la hemos conocido durante el siglo XX ha pasado a mejor vida.
Necesitamos hablar de la izquierda para que no se nos impida hablar de la
derecha. Necesitamos hablar de la izquierda porque vivimos en sociedades
capitalistas que generan demasiadas desigualdades.
Necesitamos hablar de la
izquierda porque hemos llegado hasta aquí compitiendo y también cooperando.
Necesitamos hablar de la izquierda porque tenemos un mundo muy impredecible, no
nos dan pistas, vivimos con miedo; la izquierda debe entender y conjurar esos
miedos (es una inmoralidad echar la culpa a los inmigrantes y es una ingenuidad
no entender que hay que controlar democráticamente las fronteras).
A una parte de la izquierda le ha faltado
fregar escaleras. O algo que les haga bajar un cable a tierra. Tienen que
reescribir el diccionario. Si te han despedido de una empresa porque deslocalice
la fábrica un empresario o un emprendedor, que pases calamidades en el
capitalismo, que trabajes más horas y que ganes menos por la explotación o por
la optimización de recursos; no debe hacerte creer que eres un perdedor, sino
alguien a quien han arrojado al suelo.
En la lucha
histórica de la izquierda se combatía contra un enemigo menor en número: los
propietarios, los rentistas, sus guardaespaldas. Hoy las luchas son contra
nosotros mismos, porque al beneficiarse en algún momento de la explotación de
alguien –sea una reponedora precaria, un niño que hace ropa en Bangladesh, un
chofer sin derechos, una camarera sin contrato -, si esas personas recuperan
sus derechos, nos quitamos algún privilegio. No vemos la trampa que lleva de la
explotación a los demás a la nuestra propia. Sin duda, hoy es más difícil ser
de izquierdas.
Las peleas
intelectuales de la izquierda son muy fuertes. Al no tener la realidad, al no
bajarse a fregar escaleras, discuten por las ideas. La izquierda debe conocer
sus tradiciones, pero no debe tener miedo para entrar en los problemas de su época;
si no es capaz de dar respuesta a los problemas de su tiempo, ¿para qué sirve
ese espacio?
Recurriendo a
la brocha gorda, podemos identificar varias izquierdas: la anarquista,
libertaria y fresca, indisciplinada e inoportuna; una comunista ineficaz,
autoritaria, burócrata ; una trotskista, democrática pero sectaria, muy
voluntariosa; la socialdemócrata, muy flexible con los principios, con
capacidad de gobierno, tiende a ser una mera gestora del capitalismo; otra
izquierda maoísta, solidaria con los humildes que cuando gobierna se alía con
los socialdemócratas; una nueva izquierda nacionalista (oxímoron) que en nombre
de esa misma nación puede unirse a la derecha; otra posmoderna, fresca e
imaginativa con excesiva atención a lo mediático. Habrán notado, benditos
lectores, que estos grupos no responden a intereses sociales, lo que buscan es pastorear
a la sociedad.
Hubo un Estado, la Unión Soviética, que
contó a los proletarios del mundo que era posible lo imposible y reclamó para
sí la patria de los trabajadores. Pero mancilló esa promesa. La URSS fue el primer
Estado de trabajadores del mundo. Pero allí los trabajadores opinaban poco. De
hecho, los trabajadores no sostuvieron su Estado cuando empezó a desmoronarse.
Algo se habría hecho mal cuando las mafias ocuparon en casi todo el mundo
postsoviético el lugar del Estado.
¿Tenía
sentido marcharse de la Alemania Oriental, un país donde el Estado”
publicitaba” que tenían casa, comida, educación, igualdad y ocio? La Revolución
de Octubre puso en la agenda política otra vez problemas tales como la miseria,
el hambre, la ignorancia, la enfermedad.... Como me decía, en muchas ocasiones,
una amistad árabe que tenía hace muchos años: Óscar, lo que no puede ser, no
puede ser.
Alberto
Garzón viene a decir: que el comunismo no existe, pero los comunistas sí.
POSDATA. - Me han servido de ayuda básica en la composición
de este escrito los señores: Alberto Garzón, Juan Carlos Monedero y Julio
Anguita. Siempre agradecimiento.
En el verano
de 1975 se graba la canción “A ese pájaro dorado” en la que se dibuja un íntimo
discurso sobre el amor cotidiano. El amor que se acaba, que no perdura, el amor
que se escapa como una lágrima y que sucumbe preso de las dificultades diarias.
Perteneciente al disco “Para piel de manzana” de Serrat.
A ese amor...
A ese pájaro dorado
que alza vuelo y parte el cielo en dos
rondando el sol y el pecado.
A ese amor
caprichoso y libertario
sin silencios que le hagan callar
ni jaulas para enjaularlo.
Qué pena,
que no le siente bien la ropa de diario
a su carita lavada.
Ese amor
vaya si es flor delicada.
A ese amor
manojo de pequeñeces
que florece en plenilunio
y se mustia en las estrecheces.
A ese amor
que arde mal en el brasero,
que se anega en una lágrima
y cunde poco en el puchero.
Qué pena,
que no le siente bien la ropa de diario
a su carita lavada.
Ese amor
vaya si es flor delicada.
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