Uno de los grandes errores que comete todo ser
humano es que reniega de su verdadero ser a cambio de nada. Estamos tan
mediatizados por la productividad que rechazamos aquello que no rinde, que no
tiene consecuencia en el plano material.
A lo largo de
nuestra vida vamos abandonando aficiones que tenemos muy arraigadas, de tal
modo que cuando llegamos a la edad de la jubilación no queda nada de lo que fuimos.
Sin embargo, aquellos que conservan vocaciones, hobbies, que han desarrollado durante toda su vida se encuentran
mucho mejor, son más felices.
La felicidad,
por usar un término más común, tiene mucho que ver con estar cerca de aquel que
fuimos. A partir de la adolescencia, nuestro gusto, nuestras pasiones, nuestros
deseos ya están definidos y no cambian. El ser que surge en esta etapa
libremente, sin otro condicionante que la falta de independencia debida a la
edad, es el que verdaderamente somos.
La vida nos va llevando de un lugar a
otro y muchas veces sentimos la tentación de mimetizarnos con los diferentes
espacios que atravesamos, podemos incluso convertirnos en “otro”, pero es en
esa conexión con el que de verdad fuimos lo que nos va una existencia
placentera, descartando a los “otros”, esos personajes, esos disfraces que la
coyuntura nos obliga a tomar.
Una vez que
uno es mayor, lo es para siempre, pero al loro: cuando uno “es” joven, también
lo es para toda la vida. Ya decía Picasso: “Hacen falta muchos años para ser
joven”. De eso se trata, de coger la vida en una dirección u otra.
El secreto
de encontrar la vía para “ser” nos procura bienestar y nos evita aguantar
estupideces y estúpidos, porque van a ser ellos los que nos sorteen, los que
nos eviten. Si éstos reconocieran la existencia de un mundo al margen del suyo,
más rico en vivencias y más alejado de las represiones, llegarían a concluir
que han estado haciendo el “primo”, perdiendo el tiempo para toda su vida.
Esa conclusión
es la única a la que un ser no puede permitirse llegar, razón por la cual
quiere explorar sus miserias, aplicar a los demás las normas que condicionan su
vida y que él ha elegido libremente. Salen a la calle para luchar contra los
derechos de los demás porque no pueden asumir sus miserias.
Si fueran felices y
realmente tuvieran fe en sus creencias, vivirían al margen de los que cogieron
la senda del error o, en todo caso, intentarían salvarlos, pero nunca por la
vía de la imposición, de la represión, de la coacción desde el poder. Su
esquema de pensamiento es tan miserable como el de los necios del patio del
colegio: “Si yo me jodo, que se jodan todos”.
No pueden
soportar que alguien viva en un espacio de libertad del que ellos renegaron por
seguir la tradición, aquella que basa su negocio en afirmar que vivimos en un
valle de lágrimas y que la verdadera existencia comienza después de la muerte.
Tal vez la
división más evidente entre los muchos tipos de individuos que habitamos el
planeta sea el de los que “dejan vivir” y los que no. Y no se trata de una
cuestión de poder. Los represores son plenamente conscientes de vivir en el
lado equivocado, y en su frustración quieren imponer sus miserias al resto.
En su
infinita generosidad quieren que comamos su mierda.
Que no nos
hagan el avioncito con la cuchara, benditos lectores, no pensamos abrir la
boca.
POSDATA.- En el escrito de hoy han colaborado El Gran Wyoming
y un servidor.
“Para vivir”
es el título de la canción que he escogido hoy, que creo que es una
prolongación del escrito anterior en la que se refleja la necesidad de
emprender la huida, de hacer camino, de no quedarse inmovilizado, volviendo la
vista hacia la juventud que ha de abrirse camino. Canción incluida en el disco
“Canción infantil” del año 1974.
Te dejan sus herencias,
te marcan un sendero,
te dicen lo que es malo
y lo que es bueno, pero...
Ni los vientos son
cuatro,
ni siete los colores,
y los zarzales crecen
junto con las flores
y el sol sólo es el
sol si brilla en ti.
La lluvia sólo lluvia si te moja al caer.
Cada niño es el tuyo,
cada hembra, tu mujer.
Vivir para vivir.
Sólo vale la pena vivir para vivir.
Para vivir.
Sólo vale la pena vivir para vivir.
Y hacer tuyo el
camino,
que tuyas son las botas.
Que una sonrisa pueda
dar a luz tu boca.
Abrázate a los vientos
y cabalga los montes.
que no acabe el paisaje
con el horizonte.
Que el sol sólo es el sol si brilla en ti.
La lluvia sólo la lluvia si te moja al caer.
Cada niño es el tuyo.
Cada hembra, tu mujer.
Me identifico con parte de lo que cuentas Oscar, uno ya vive en esa maravillosa juventud en la que puedes decir a algunos: ¡Váyase Ud. a la mierda! Todo un lujo.
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