La historia del esclavo Espartaco narrada por Howard Fast ilumina el momento histórico en que la válvula del dolor se abrió y protagonizó el primer levantamiento de esclavos contra la poderosa Roma.
En la afición decadente por las peleas de gladiadores, la economía venció al derecho y permitió que rebeldes encadenados a las galeras tuvieran la oportunidad de ir a morir a los juegos. Craxio, un esclavo galo condenado a remar de por vida, llega a la escuela de gladiadores de Léntulo. Allí está Espartaco, sacado de la mina para compartir una suerte similar.
Un día, después de ver la capacidad de liderazgo natural del esclavo de Tracia, Craxio se acerca y le susurra a Espartaco: “Yo una vez fui libre” Espartaco, nieto e hijo de esclavos, que no había conocido otra amistad que el chasquido del cuero en las costillas, preguntó: “¿Libre?”
Y Craxio le habló de ser ellos los dueños del látigo y la lanza, de ser ellos los vencedores sobre las legiones romanas, de ser ellos los que organizasen su propia vida en forma comunitaria, de ser ellos los que finalmente rompieran todas las fustas y todas las lanzas y todas las espadas.
Espartaco salió del letargo y la picadura del látigo le supo diferente. Entonces, elaboró su dolor y lo convirtió en conciencia, y la conciencia movió su voluntad para poner fin a las causas de su dolor. Reunió a los demás gladiadores en un momento del descanso y les dijo: “Mirad a vuestro alrededor y decidme una sola cosa que no hayáis creado vosotros. Volved a mirar otra vez a vuestro alrededor y decidme una sola cosa que sea vuestra".
"Entonces –le hace decir Fast a Espartaco recordando al Manifiesto Comunista-, en la lucha no tenemos nada más que perder que nuestras cadenas. La voluntad se convierte en poder y el poder, finalmente, en emancipación”. Enfrente de un Imperio. Doler, saber, querer, poder y hacer. Derrotado, Espartaco triunfó.
El educativo relato anteriormente escrito, fechado hace miles de años y salvando los modos, siento que conserva su actual vigencia; es más, creo que de una manera inexorable nos encaminados lentamente hacia una situación similar.
Aquellos benditos lectores que tengan alguna duda de esta aseveración les recomendaría lo volvieran a leer, libres de perjuicios y sin escepticismos. Si al finalizar su lectura sienten un escalofrío de temor, ¡es un buen comienzo!, ¡es una buena señal!
En un principio y para finalizar este escrito había seleccionado una canción muy apropiada a este texto: “Para la libertad”, poema escrito por Miguel Hernández y musicalizado por el señor Serrat.
He desistido de ello, pensando que eran unos versos muy manidos, aunque indudablemente muy bellos, y me he decantado por la canción “Ara que tinc vint anys” (Ahora que tengo veinte años) del disco de 1967 con el mismo nombre. Lo he cambiado con la ilusión de que fueran veinteañeros los que lean esta dramática historia de Espartaco y sientan algo similar a lo que describe Serrat en esta canción.
ahora que aún tengo fuerzas,
Cuando mi alma no está muerta,
y siento que me hierve la sangre.
Ahora que me siento capaz
de cantar si otro canta, también.
Hoy que aún tengo voz,
y aún puedo creer en dioses...
Quiero cantar a las piedras, a la tierra, al agua,
al trigo y al camino, que voy pisando.
A la noche, al cielo, a este mar tan nuestro,
y al viento que por la mañana viene a besarme el rostro.
Quiero alzar la voz por una tempestad,
por un rayo de sol,
o por el ruiseñor, que ha de cantar al atardecer.
Ahora que tengo veinte años,
ahora que aún tengo fuerzas,
que no tengo el alma muerta,
y me siento hervir la sangre.
Ahora que tengo veinte años,
hoy que el corazón se me dispara,
por un instante de amar,
o al ver un niño llorar...
Quiero cantar al amor. Al primero. Al último.
Al que te hace padecer. Al que vives un día.
Quiero llorar con los que están solos,
y pasar por el mundo sin amor alguno.
Quiero alzar la voz, para cantar a los hombres
que han nacido de pie,
que viven de pie,
y que de pie mueren.
Quiero y quiero y quiero cantar.
Hoy que aún tengo voz.
Quién sabe si podré mañana.
Pero hoy sólo tengo veinte años.
Hoy aún tengo fuerzas,
y no tengo el alma muerta,
y me siento hervir la sangre...
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