Es habitual que escuchemos a cargos políticos que tratan de justificar intervenciones policiales desproporcionadas o abusivas, aludir con cierta pedantería a eso de que el monopolio en el ejercicio de la violencia corresponde al Estado. Todo Estado está fundado en la violencia, esto nos acerca a un punto de partida ineludible para todo aquél interesado en la política, a saber, que cualquier orden político se constituye sobre la violencia. Suena fuerte pero es lo que dicen los libros de historia.
La Revolución francesa inauguró las bases ideológicas de la Modernidad: libertad, igualdad y fraternidad; y del mismo modo que Cromwell instauró la república en Inglaterra sobre el cadáver de un rey, el símbolo de la proclamación histórica de la democracia en Francia es la guillotina que separó el cuerpo de la cabeza de Luis XVI.
Aunque, como cualquier instrumento de ejecución de la odiosa pena de muerte, la guillotina nos resulte brutal, en su momento simbolizaba el humanismo democrático, desde que el diputado José Ignacio Guillotin la recomendara en la Asamblea Nacional como sustitutivo humanitario de los métodos tradicionales en las ejecuciones públicas. Se trataba de que no solo los nobles tuvieran el privilegio de una muerte sin dolor.
Hasta entonces solamente aquellos con sangre azul podían “beneficiarse” de la decapitación con espada o con hacha mientras que al resto les esperaban los más crueles tormentos. Finalmente, la Asamblea Nacional francesa adoptó el uso de la guillotina a fin de que la pena de muerte fuera igual para todos.
La democracia liberal estadounidense fue todavía más allá en lo que al reparto del poder de la violencia se refiere, instauró el derecho de todos los ciudadanos estadounidenses a portar armas, en la Segunda Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos de 1791. Hay quien cree que la Segunda Enmienda es un anacronismo que explica que adolescentes frustrados provoquen una matanza en su colegio.
Pero estos casos criminales, nada infrecuentes, no tienen nada que ver con el origen de un derecho que es una de las bases constitutivas de la democracia estadounidense. No se trataba, ni mucho menos, de instituir el derecho a la violencia privada, sino de democratizar la base del poder político. Nada que ver con las ensoñaciones belicistas de la Asociación Nacional del Rifle.
Si algo sabían los patriotas americanos que expulsaron a los ingleses es que la democracia era incompatible con la privatización de la violencia del absolutismo europeo.
Por eso en Estados Unidos, como vemos en el cine, buena parte de las autoridades policiales y judiciales no son nombradas por las autoridades del Estado, como en Europa, sino elegidas por sufragio.
En los años sesenta, el partido de los Panteras Negras pudo practicar un cierto boxeo político amparándose en la Constitución estadounidense, defendiendo a sus comunidades de las arbitrariedades policiales patrullando ellos mismos, armados, sus barrios. Su líder, Huey Newton, decía que un pueblo desarmado puede ser sometido a la esclavitud en cualquier momento.
Pero, mucho más importante que el culto a las armas de los Panteras Negras fue que el poder que conquistaron les permitió desarrollar programas de asistencia en las comunidades (en 1969, 10.0000 niños desayunaban cada día gracias a ellos) e hicieron falta toneladas de droga y mafias apoyadas por los aparatos del Estado para acabar con ellos.
POSDATA.- Estos datos históricos y las opiniones aquí expresadas, son una síntesis hecha por un servidor, y tienen como autor a Pablo Iglesias Turrión.
Toca la inevitable poesía del uruguayo señor Benedetti. Del libro de poemas “Letras de Emergencia” escrito entre 1969-1973, el poema titulado: “Oda a la pacificación”:
No sé hasta dónde irán los pacificadores con su ruido metálico de paz,
pero hay ciertos corredores de seguros que ya colocan pólizas contra la pacificación
y hay quienes reclaman la pena del garrote para los que no quieren ser pacificados.
Cuando los pacificadores apuntan, por supuesto, tiran a pacificar
y a veces hasta pacifican dos pájaros de un tiro.
Es claro que siempre hay algún necio que se niega a ser pacificado por la espalda
o algún estúpido que resiste la pacificación a fuego lento.
En realidad somos un país tan peculiar
que quien pacifique a los pacificadores un buen pacificador será.
Albertos Cortes canta "Los Americanos", de Piero.
Albertos Cortes canta "Los Americanos", de Piero.
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