Con el desarrollo de este escrito, quisiera aclarar de antemano que el lector no debiera confundir en ningún caso los partidos políticos que intentan presumir de ser la izquierda española, con los que situándose a la izquierda, ni presumen de ello y ni les importa ser excluidos de los partidos llamados tradicionalmente “partidos de izquierda”.
Con la ayuda pragmática del diccionario en su cuarta acepción leemos: “izquierda.- En las asambleas parlamentarias, conjunto de representantes de los partidos no conservadores ni centristas”. Quede esto bien aclarado.
Si Lenin, que era el azote de los izquierdistas, ha sobrevivido en estos tiempos, es porque el izquierdismo magníficamente definido como enfermedad infantil, nunca ha dejado de ser una de las más peligrosas angustias morales de la izquierda.
Este hombre explicó que estos izquierdistas eran defensores de la pureza de los principios, de los símbolos y las fraseologías tendentes a convertir los referentes teóricos en catecismo; y casi siempre terriblemente minoritarios y débiles, aislados, incomprendidos e incapaces de confrontar sus principios con la práctica. (Espero bendito lector, haberte explicado de un modo más comprensible lo que Nikolai Lenin escribía).
Estos izquierdistas afirman que son serviles al sistema porque no son realmente anticapitalistas. De este modo, hablan del 99 por ciento o de los de abajo en lugar de hablar del proletariado, dirigirse a los ciudadanos en lugar de dirigirse al obrero serían señales inequívocas de desviacionismo para estos guardianes de las verdades reveladas.
Aunque el izquierdismo es una enfermedad que suele superarse con la experiencia política, siempre habrá nuevas camadas de izquierdas a los que habrá que recordar, con paciencia, que la política radical, como casi todo, se mide por los resultados y que el mejor indicador del éxito político, sobre todo cuando no se cuenta con más armas que la propaganda y la movilización, es la capacidad de crear contradicciones en el adversario.
Eso es precisamente lo que han conseguido movimientos como el 15M o la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). Sin grandes proclamas revolucionarias, han conseguido que los grandes partidos españoles les tengan miedo. Del 15M una gran parte de los españoles consideró que tenían razón en sus críticas al poder económico y a la clase política.
La PAH consiguió que Soraya Sáez de Santamaría, la dama de hierro de la derecha española, llorara lágrimas de cocodrilo ante las cámaras (“le puede pasar a cualquiera” dijo sobre los desahucios) y, sobre todo, consiguió que una mayoría de ciudadanos les diera la razón cuando llamaron, en sede parlamentaria, criminales a las entidades financieras. Por eso, vuelvo a repetir, que la radicalidad en política no se mide por los principios o por lo encendido de los discursos, sino por la radicalidad de los resultados.
Cualquiera que haya militado en un partido de izquierdas sabe que las lógicas internas pueden imponerse y ocupar buena parte del tiempo de la militancia. Congresos, asambleas, reuniones, conspiraciones, listas, pactos, conversaciones de pasillo y llamadas telefónicas que alejan a los militantes de la sociedad y les conducen a una práctica cotidiana que adquiere vida y lógica propias y que poco tiene que ver con enfrentar al adversario, ya que en tiempos difíciles que requieren audacia, un excesivo peso de la vida interna condiciona que no siempre tenga que ver con las necesidades políticas. Ello empuja hacia formas seniles, absurdamente prudentes y conservadoras de hacer política.
En tiempos actuales, el conservadurismo de izquierdas, que se niega a asumir que se está produciendo una crisis de régimen y que asume como único espacio político el que deja a su izquierda la socialdemocracia, ignora las posibilidades de su presente excepcional donde la izquierda institucional no consigue hoy comprender la profundidad de la crisis de representación.
La política no siempre premia a los que más trabajan si estos carecen del talento de interpretar la situación concreta y actuar sobre ella; para ello es necesario que nuestra izquierda constitucional con los desafíos de gobernar con absolutamente todo en contra destierre el conservadurismo que le sigue atando a los consensos de la Transición así como sus complejos de inferioridad.
Hay momentos en los que la responsabilidad de Estado y la vocación mayoritaria es lo contrario a la prudencia. Quiero disculparme, primero por la extensión del escrito y segundo por la posible “chapa” que yo le haya descargado al que lo haya leído. Lo siento si ha sido así, pero estaba convencido de que debía explicar a mi modo, en este caso coincidiendo en plenitud con Pablo Iglesias Turrión, lo que debe de ser la izquierda y no el izquierdismo.
Para completar este devaneo retórico les dejo con una linda locura del señor Serrat que compuso en 1983. Se trata de una auténtica declaración de principios llena de referencias vitales, emocionales, éticas y estéticas, reivindicando lo popular, el sentido común, lo necesario para abrirse al futuro sin negar las dificultades de aquel presente marcado por el triunfo en 1982 del PSOE, contaminado posteriormente por la corrupción y el paso de los años que suele revitalizarlo todo.
Cada loco con su tema,
contra gustos no hay disputas:
artefactos, bestias, hombres y mujeres,
cada uno es como es,
cada quién es cada cual
y baja las escaleras como quiere.
Pero, puestos a escoger, soy partidario
de las voces de la calle
más que del diccionario,
me privan más los barrios
que el centro de la ciudad
y los artesanos más que la factoría,
la razón que la fuerza,
el instinto que la urbanidad
y un siux más que el Séptimo de Caballería.
Prefiero los caminos a las fronteras
y una mariposa al Rockefeller Center
y el farero de Capdepera
al vigía de Occidente.
Prefiero querer a poder,
palpar a pisar,
ganar a perder,
besar a reñir,
bailar a desfilar
y disfrutar a medir.
Prefiero volar a correr,
hacer a pensar,
amar a querer,
tomar a pedir.
Antes que nada soy
partidario de vivir.
Cada loco con su tema,
contra gustos no hay disputas:
artefactos, bestias, hombres y mujeres,
cada uno es como es,
cada quién es cada cual
y baja las escaleras como quiere.
Pero, puestos a escoger, prefiero
un buen polvo a un rapapolvo
y un bombero a un bombardero,
crecer a sentar cabeza, prefiero
la carne al metal
y las ventanas a las ventanillas,
el lunar de tu cara
a la Pinacoteca Nacional
y la revolución a las pesadillas.
Prefiero, el tiempo al oro,
la vida al sueño,
el perro al collar,
las nueces al ruido
y al sabio por conocer
que a los locos conocidos.
Prefiero volar a correr,
hacer a pensar,
amar a querer,
tomar a pedir.
Antes que nada soy
partidario de vivir.
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