Permítanme, benditos lectores que, encontrándome de permiso vacacional y añadiendo a esto el bochorno que padecemos, mirando al techo y sacudiendo el abanico, haya evocado los momentos de mi época infantil en la mini cocina de mi casa familiar donde la radio era un huésped estable al que acogíamos con cariño y respeto, que nos acompañaba, informaba… y prestaba consejos la mayor parte del día.
Entiendo que a los mayores este escrito les provoque una leve nostalgia pasajera mal reprimida; a otros, una melancolía (según su condición social) y un inevitable mal sabor de boca a una mayoría maltratada por aquel entonces. Estados de ánimos inevitables en la gente con edad avanzada.
Ahora bien, si por fortuna estas letras se sirvieran ser leídas por jóvenes, me conformaría y alegraría provocar en ellos un asomo de sonrisa, la justa para que comprendan con ello que en aquellos días la gente padecía una leve locura y aquellos que nos gobernaban deberían haber estado encerrados en un manicomio.
El programa de radio de mayor éxito en toda España, en los años 50 y 60, que casi todos los niños oíamos en casa mientras nuestras madres planchaban o cosían, era el consultorio sentimental de doña Elena Francis. Se radiaba a las siete de la tarde e iba precedido de una famosa sintonía de rapsodia: Indian Summer.
En él se hablaba lo mismo de la forma de luchar contra la caspa que del escabroso tema de cómo dar con el novio adecuado… Porque, entonces, ni los matrimonios tenían problemas ni mucho menos separarse sin sufrir el duro estigma de la marginación social.
Así que, en cuestiones sentimentales, la cosa se reducía a si era lícito o no hacer manitas con un amigo en el cine o cómo conocer si “aquel chico iba con buenas intenciones”, sin que jamás se dijera palabra de en qué consistían las malas intenciones, porque todo el mundo las daba por más que sabidas.
La señora Francis era puritana, aconsejaba consultar para precisar la naturaleza el mal emocional con las autoridades religiosas, y sobre todo era la personificación de la sensatez. Lo cual era lo contrario a las nuevas corrientes de la modernidad bailonga que venía del maldito extranjero junto con su sueño de lavadoras, batidoras y neveras.
Esta sensatez, para entendernos, era justo lo opuesto a una famosa canción que se puso de moda a mediados de los cincuenta: “A lo loco es una frase que está de moda/ que está de moda./ Se dice en todas partes y a todas horas/ y a todas horas”.
Doña Elena, que era la bondad y la sabiduría más ramplona hecha personaje radiofónico, no existía en realidad, pero eso no se decía ni se sabía. Ni se supo hasta muchos años después, una vez liquidado el programa a principio de los ochenta, que el encargado de dar vida al consultorio era un periodista llamado Juan Soto Viñolo, crítico de toros para más señas.
La periodista y compañera suya Margarita Riviére en una conversación o entrevista con este señor se enteró de que “la querida señora” era este buen señor y lo publicó.
Aquello fue un shock, el señor Soto y la señora Riviére fueron vituperados, casi insultados, (la firma Francis los amenazó con una querella) por desvelar uno de los secretos mejor guardados de la historia sentimental de la España de Franco. Pese a que el programa iba, presuntamente, dirigido a las mujeres, muchos muchachos españoles lo seguían tan atónitos como las niñas.
Y a todos les descubrieron el proceloso mar de la tentación vencida gracias a una desinteresada mano amiga, símbolo de lo socialmente correcto, que lo mismo valía para un barrido en el hogar que para un fregado del alma.
El señor Serrat, don Joan Manuel en el año 1984 dentro del disco “Fa vint anys que tinc vint anys” (Hace veinte años que tengo veinte años) compuso una canción en catalán titulada “Carta póstuma a Helena Francis”.
Serrat prolonga aquí su acercamiento a personajes y sensaciones que tienen su origen en la posguerra española en la que transcurrió su infancia. Serrat forma parte de esa generación de españoles que no hicieron la guerra pero que estuvieron marcados por sus consecuencias.
Querida señora.
Estoy desesperado.
Vivo en un purgatorio.Soy un alma en pena,
desde que habéis clausurado
el consultorio.El corazón os ha fallado,
o sencillamente,
habéis decidido que ya es hora
de hacer callar la radio,
que nos espabilemos
sin instructora.
Querida señora Francis:
¿Cómo lo haremos para que no se nos peguen los canelones?
¿Cómo sabremos si ese chico va con buenas intenciones?
¿Quién nos hará compañía a los corazones solitarios?
¿Quién nos dirá como se sacan las manchas de café?
¿Que haremos para defendernos del acné?
Con el tiempo y una caña,
seguro que nos reharemos,
y nos lo llegaremos a creer.
¿quién nos aclara
cuáles son nuestros derechos
y nuestros deberes?
Irán sobrecargados de trabajo,
los médicos y los curas
y vendrán a suplantarte
las bolas de cristal,
los leedores de manos,
los echadores de cartas.
Querida señora Francis:
Estoy destrozado.
No entiendo cómo sois capaz de hacernos esto.
Nuestra relación ha sido toda una vida
y no os podéis despedir así, a la francesa
Tened la atención de explicar a esta buena gente
como se han de vestir para ir a vuestro entierro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario