En España nos lamentamos del escaso porcentaje de participación, también llamado tasa de abstención, cuando somos llamados a votar en algunas de las elecciones pertinentes. El caso estadounidense es paradigmático. En la supuesta “mayor democracia del mundo” se supone que todos los mayores de dieciocho años representan el cien por cien de los votantes.
Pero solo el 80% de la población se inscribe en el censo general; en este país no es obligatorio estar censado en un padrón, esta viene a ser una de las causas de que existan los centenares de miles de “sin papeles” sobreviviendo y trabajando solo dios sabe cómo.
No perdamos el hilo; del 80% anteriormente citado que se inscribe en el censo general, solo otro 80% se inscribe en otro censo, el electoral; ya que para votar en EE UU hay que querer votar e inscribirte en este censo. Si se tiene en cuenta que la tasa de abstención en las elecciones para presidente de este país ronda el 50%, resulta que a un Presidente de los Estados Unidos que obtenga la mayoría absoluta solo lo habrá elegido el 50% del 50% del 80% del 80%.
Gracias a estos datos podemos configurar el perfil de la minoría de personas que han votado al señor Trump. Tómese usted la molestia de calcular qué porcentaje real de estadounidenses eligen al Presidente. Pero, antes siéntese bien en la silla…
Al terminar la Segunda Guerra Mundial los americanos consagraron al dólar como la moneda internacional por excelencia, la “superdivisa” que serviría para los pagos y las reservas bancarias internacionales. Tuvieron un alto nivel de vida al precio de un dólar sobrevalorado.
Tanto se abusó de la imprenta que a principios de los 70, las reservas de oro estadounidenses ya no podían garantizar que el dólar mantuviese la relación de 35 dólares por onza (28,75 gramos) de oro. Para evitar que las reservas en dólares de los Bancos centrales extranjeros no sirviesen más que de papel higiénico, el dólar siguió “valiendo” lo mismo.
Tanto se abusó de la imprenta que a principios de los 70, las reservas de oro estadounidenses ya no podían garantizar que el dólar mantuviese la relación de 35 dólares por onza (28,75 gramos) de oro. Para evitar que las reservas en dólares de los Bancos centrales extranjeros no sirviesen más que de papel higiénico, el dólar siguió “valiendo” lo mismo.
El producto interior bruto se ha multiplicado por tres en el período comprendido entre 1971 y 2009, mientras que la masa de dólares que se ha puesto en circulación lo ha hecho por ¡veintiuno! Y todo ello con las únicas garantías de la firma del Secretario de Estado de turno en el billete verde. De ahí viene la famosa afirmación: “El dólar es nuestra moneda y vuestro problema”; el adjetivo posesivo “vuestro” se refiere al resto del mundo.
En el 2011 la Deuda Pública estadounidense la calculan en más de 70 billones (con B) de euros. Algunos banqueros señalan que el Tesoro americano pueda recurrir al “clic informático”. No os riáis: el 6 de marzo de 2010 un crac electrónico de la Bolsa de Wall Street hizo “desaparecer un billón de dólares en veinte minutos… de los que nunca más se supo”.
Aunque pueda parecer mentira, todavía hay más: desde noviembre de 2010 la máquina de hacer billetes gira enloquecidamente. Primero inyectan 600.000 millones de “dólares-basura”, y ahora amenazan con otros 300.000 millones que solo están “garantizados” por la firma del Secretario del Estado para el Tesoro (después de inyectar, a partir de la crisis financiera de 2008, casi dos billones de dólares).
De este modo intentan desvalorizar su deuda, pero también mantener artificialmente viva la economía estadounidense. Pero como el dólar ya solo vale su peso en papel (y esto lo sabe todo el mundo), los demás países se han lanzado a cambiar los dólares por otros activos (el oro, las materias primas, el euro o la propiedad de tierras cultivables), lo que ha producido un efecto contagio de la inflación que está desestabilizando el planeta.
Además de todo esto, y para finalizar, le van a dar al señor Trump el botón de las bombas nucleares. Nos vamos a cagar (con perdón).
Os paso un poema del asturiano Ángel González fallecido en 2008 titulado: “Notas de un viajero”. Lo escribió durante su estancia en los Estados Unidos desde 1970 hasta el 2006, dando conferencias y clases en las Universidades de Nuevo México, Utah, Maryland y Texas
Siempre es igual aquí el verano:
sofocante y violento.
Pero
Hace muy pocos años todavía
este paisaje no era así.
Era
Más limpio y apacible –me cuentan-,
más claro, más sereno.
Ahora
El Imperio contrajo sus fronteras
y la resaca de una paz dudosa
arrastró a la metrópoli,
desde los más lejanos confines de la tierra,
un tropel pintoresco y peligroso:
Aventureros, mercaderes,
soldados de fortuna, prostitutas, esclavos
recién manumitidos, músicos ambulantes,
falsos profetas, adivinos, bonzos,
mendigos y ladrones
que practicaban su oficio cuando pueden.
Todo el mundo amenaza a todo el mundo,
unos por arrogancia, otros por miedo.
Junto a las villas de los senadores,
insolentes hogueras
delatan la presencia de los bárbaros.
Han llegado hasta aquí con sus tambores,
asan carne barata al aire libre, cantan
canciones aprendidas en sus lejanas islas.
No conmemoran nada: rememoran,
repiten ritmos, sueños y palabras
que muy pronto
perderán su sentido.
Traidores a su pueblo,
desterrados
por su traición,
despreciados
por quienes los acogen con disgusto
tras haberlos usado sin provecho,
acaso un día
sea ésta la patria de sus hijos;
nunca la de ellos.
Su patria es esa música tan sólo,
el humo y la nostalgia
que levantan su fuego y sus canciones.
Cerca del Capitolio
hay tonsurados monjes mendicantes,
embadurnados de ceniza y púrpura,
que predican y piden mansamente
atención y monedas.
Orgullosos negros,
ayer todavía esclavos,
miran a las muchachas de tez blanca
con sonrisa agresiva,
y escupen cuando pasan los soldados.
(Por mucho menos los ahorcaban antes.)
Desde sus pedestales,
los Padres de la Patria contemplan desdeñosos
el corruptor efecto de los días
sobre la gloria que ellos acuñaron.
Ya no son más que piedra o bronce, efigies,
perfiles en monedas, tiempo ido
igual que sus vibrantes palabras, convertidas
en letra muerta que decora
los mármoles solemnes en su honor erigidos.
El aire huele a humo y a magnolias.
Un calor húmedo asciende de la tierra,
y el viento se ha parado.
En la ilusoria paz del parque juegan
niños en español.
Por el río Potomac remeros perezosos
buscan la orilla en sombra de la tarde.
El fabricar mas papel moneda para crecer artificialmente influye en los recursos naturales de la tierra,.Como el ser humano es tan ignorante de pensar que fabricando mas billetes saldrá de la crisis,Al haber mas billetes habrá mas contaminación en la atmósfera, Debido al movimiento de recursos de la madre tierra, para transformar ese dinero en bienes y servicios.Al final luego que no se quejen por que hay sobrecalentamiento de la tierra y por que el medio ambiente esta deshajustado, Hay que tener dos dedos de frente para no darse cuenta.
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