La Gata sobre el
Tejado de Zinc.
La tarde deja
caer sobre mi tejado la pálida luz del sol de abril. Mil tejas crujen cuando la
veo pasar, silenciosa, ágil y sigilosa me da la espalda aunque vigila de reojo.
El alfeizar de mi ventana la espera, la gata vuelve a casa… a encontrado la
historia que se perdió hace tres semanas.
Me dice
Chimo Medina que me ha dejado la puerta abierta para que entre y salga cuando
quiera. Y me siento un poco como la gata de mi tejado. El pino sigue buscando
la sombra de nuestro pacto y yo tres semanas de demora en la crónica del
monólogo de Charly.
Esta crónica
es rara, todo pasó con la velocidad del AVE de Villena. El artista se trajo al
público y por lo tanto el éxito estaba escrito en su pajarita roja. Juan Carlos
“Charly” un abogado villenero con gracia de recolector de limones en Murcia. Esa gracia del que lleva todo el día a sol y
le da igual tres que ochenta. Lo mismo le daba contar esa historia de los dos
primos que van por primera vez a Madrid, o el monólogo que se inventó a lo
largo del juicio contra el ladrón de
chatarra del Poblao, pasando por un tema de su tesis doctoral.
No sé como
dio conmigo ni con La Bomba, el caso es que tenía amigos caudetanos muy
interesados en verle en harina. Yo tuve la suerte de tener el local impuramente
“abarrotao”, como decían el Pulga y el Linterna y creo que para sus fieles
incluso con cierta incomodidad. Eso me hizo estar más pendiente del camarote de
los Hermanos Mars que del monólogo. Para llegar a la cafetera había que saltar
dos sombreros, tres chaquetas y varias sonrisas de pintalabios, a la vuelta el
panorama pintaba a dos caballeros billete en mano con los ojos como platos,
cinco bandejas de vasos sucios, una vez tuve que bajar un poco la cabeza para no darme con
el sobaco del padre de Vicki el Vikingo que venía con el caballo de Pipi
Lamstrum que, además no podía desmontar porque le daba con el pié al sombrero
de la señora del pintalabios.
Divertido caos el que se montó con este
monologuista que tenía la plaza “abarrotá”, que más y más le pedía el público,
su público que, conocedor de sus hazañas, le decían: “Charly… cuenta ese de…” a
falta ya de monólogos acabo contando los éxitos de Arévalo. Mientras, en la
barra: un señor francés con el estilo de un pintor del Sacre Coeur y la alcoholemia
de un seguidor del Paris Saint Germain en los Campos Eliseos, lanzaba incómodos
improperios a la Rue de Percebe de Mortadelo y Filemón. Sería esta, la nota
negativa.
Terminó la
noche con adioses y besos de un abuelete con pinta de haber recogido alpicoces
esa misma tarde, que resultó ser cuñado de la hermana de mi abuela paterna. La
tía Algelines vivió al lado del colegio
de los Salesianos de Villena. Todo esto pasando por la gigantesca chica de
Molina del Segura que contaba a carcajada limpia que menos mal que se le había
ocurrido entrar en la Bomba por casualidad, que lo único que conocía de Caudete
era Mercadona y se lo estaba pasando en grande, que siendo funcionaria de
prisiones estaba más para estar dentro que fuera.
Después de tres Gin Tonic de “a litro” nos despedimos de un monólogo
cargado de muchas historias paralelas. Todas ellas perdidas durante tres
semanas. Menos mal que como en la película de Paul Newman y Elizabeth Taylor, se
me escapó la gata por el Tejado de Zinc. Chimo, déjale
la puerta abierta…
Leo Maciá
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