Una oligarquía viene a ser una comunidad sin jefe, ni institución, ni organización. Conoce la existencia de una jerarquía, pero no de un jefe. Con frecuencia es informal y oficiosa, incluso secreta.
Hay distintas versiones de oligarquías: financiera, empresarial, política, cultural, militar, y alguna otra que se me esconde; todos saben muy bien lo que quieren, ya que toda oligarquía, para responder a su propia naturaleza, para crecer en volumen y aumentar su influencia, y para satisfacer a cada uno de sus miembros, es depredadora, y la depredación de la oligarquía solo tiene como límite las reacciones hostiles suscitadas por su voluntad ilimitada de acumulación.
Tienen dos fines bien definidos: primero sobrevivir (es lógico), y después extender el ámbito de su poder. No constituye una institución, menos aún reconocida, ni tampoco identificable. No tiene señas, ni teléfono, no es una “organización”, como la de una empresa, a falta de poseer un jefe identificable. Tampoco se puede afirmar que haya tenido sucesivos jefes.
¿Constituye una clase social? Tampoco. Pueden tener intereses comunes o no, a veces los tienen opuestos. El origen social de sus miembros es muy diferente. Ni tan siquiera constituyen un grupo sociológico. Ni eso. Pero sus características esenciales hacen de ella una “jauría” muy, pero que muy particular.
Esta puede ser heterogénea pero manifiestan una unidad de acción muy concreta y con idéntico objetivo: es la presa o las presas necesarias para su supervivencia, o vivir mejor, o, sencillamente, por el placer de afirmar su poder.
La jauría oligárquica es ambigua en su organigrama por el secretismo que la rodea y operan en el interior de las naciones, en cuyo seno ejercen su poder. Sus presas son humanas, sus objetivos finales son más poder, riqueza, influencia, incluso, por qué no, gloria.
Todo ello conduce a un primer objetivo de su estrategia que es conservar su poder y, por ende, su posición social. Reina discreta y secretamente sobre el resto de la población, sobre la multitud de donde es originaria y que constituye esa masa a la que todos los Gobiernos temen con razón.
Toda oligarquía sabe que, para sobrevivir, debe subyugar permanentemente a toda la masa que le rodea y evitar los dos comportamientos de masa más temibles: el rechazo y su derrocamiento, que, partiendo de la contestación, conducen a revoluciones.
Y muy útiles son las ONG, “ávidas de subvenciones” que la oligarquía concede con gusto; no así las comunidades, bien religiosas, bien étnicas.
Es imprescindible, para la oligarquía, mantener su cohesión interna para mantener a la masa estancada.
Disensiones entre sus miembros y la masa empezaría a agitarse. Y, además, otra precaución: neutralizar a los militares, único grupo capaz de sustituir a la oligarquía por una dictadura; hay que reservar a la milicia un lugar en la oligarquía.
De lo que no parece haber duda alguna es que el hecho de la mundialización ha favorecido la sobreoligarquización, aumentó las desigualdades sociales, de renta y de fortuna en todos los países; sobre todo en lo absoluto y en lo relativo, los ricos, y sobre todo los muy ricos hoy son más numerosos por doquier.
Dictaduras políticas y democracias se han aproximado, si es necesario, a ser gobernados por un pequeño número de individuos de origen y de intereses diversos.
Ya lo decía Tomás Moro: ”Por todas partes percibo conspiraciones de hombres ricos, que buscan su propio beneficio bajo el pretexto del interés común. Son gente ésta, más hábiles a la hora de adquirir riqueza que de adquirir saber”.
Para los oligarcas, los pobres deben ser generosos con los ricos, y que, en consecuencia, los menos pudientes se priven a diario de una parte de sus necesidades, para así aumentar lo superfluo de los grandes propietarios. Les dicen a los pobres “No robarás”, pero esta regla no está hecha para ellos. Así, explotan a todos los hombres y si sus víctimas tocan sus sacrosantos bienes, se les ahorca. ¿Les suena verdad?
Para finalizar, os dejo con Serrat. Del disco “Serrat 4” de 1970 la canción “Temps de pluja” (Tiempo de lluvia). Canción melancolica donde el amor revela las señas del invierno y la voz de su autor nos llega íntima. Son las estaciones las que marcan los estados emocionales.
Cualquier día al atardecer
detrás de la ventana
sientes su aliento de otoño.
Triste y dulce, es cómo un llanto
que el viento nos acerca
y que suena a la puerta,
se sienta a la mesa.
Lo sientes allí, no hace falta que diga una palabra
para saber que ha llegado el fin.
Es Tiempo de Lluvia,
tiempo de amar a media voz,
de recoger lo que han lanzado por todas partes.
Es el tiempo de lluvia.
Hace falta volver a vaciar el armario
mientras las hojas del calendario
van cayendo sin hacer ruido,
de olvidar la barca al muelle.
Cuando nunca se acaba el amor ni la amada,
se sienta a la mesa,
lo sientes allí, no hace falta que diga una palabra
para saber que ha llegado el fin.
Es Tiempo de Lluvia,
tiempo de amar a media voz,
de recoger lo que han lanzado por todas partes.
Es el tiempo de lluvia.
Cerca del fuego
hay lugar para los dos...
"A usted", dedicada a ese gran amante de Serrat
y asiduo colaborador de este blog.
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