Comenzaremos
el escrito de hoy, benditos lectores, con pura ortodoxia. La segunda acepción
del vocablo “resignación” admitido por la RAE lo define como: “Conformidad,
tolerancia y paciencia en las adversidades”. A este dictamen un servidor le
añadiría: hasta cierto punto.
La
resignación viene a ser como un producto de drogadicción que consigue poner a
dormir la conciencia de las gentes. Logra que, fomentando la maldita competitividad, el crecimiento
sostenido y los mercados, nuestros ojos se cieguen y no veamos con que
celeridad se contaminan los ríos, los mares y los aires.
El único
discurso totalitario y globalizador nos obliga a no buscar otra salida, esta es
la única posible. Nos fuerzan a resignarnos porque han comprobado en multitud
de ocasiones que los pueblos resignados, cuando tienen problemas, no son
rebeldes, son mansos, muy mansos…
Es una
apreciación curiosa que esta total conformidad se diluya entre la gente que no
quiere verla, o que no le gusta, o que no se da cuenta, o que no le dejan que
se dé cuenta que nos han metido en la máquina del tiempo, han puesto la marcha
atrás y llegaremos a cotas del siglo XIX.
Escribamos
acerca de la resignación del desempleado al que le surge su propia culpabilidad
por no lograr un empleo. Le hacen creer que el único responsable de la situación
tan terrible en la que se encuentra es él (filosofía protestante de EE. UU)
por no haber sido capaz de triunfar. De este modo, el dominio del poder elude
responsabilidades sobre el parado y el pobre oprimido tiene que cargar con esa
penitencia.
En los tiempos que corren la presión
dominante del poder no necesita de la Fuerzas Armadas o paramilitares; han
encontrado el método más terrible, eficiente y cruel: el dominio de la mente
desde los televisores, desde las sentencias de los tribunales, desde los
discursos de los grillos políticos que le cantan a la aurora. Principalmente, desde
los medios de comunicación que solo le dicen al pueblo tan solo una parte de la
verdad.
Forman un rodillo de discursos dominantes que generan indefensión, un
poquito de miedo, mezclado con ilusiones esporádicas, y más de lo mismo todos
los días.
Construyen esa arquitectura de la indiferencia que dicen que está basada en el que “por mucho que yo haga algo las cosas no van a cambiar”. Se trata de no adocenarse, de crear un relato, otro distinto, entre la insumisión y la inmolación, y la sumisión y la obediencia; imágenes que despierten ilusión e iniciativa.
Construyen esa arquitectura de la indiferencia que dicen que está basada en el que “por mucho que yo haga algo las cosas no van a cambiar”. Se trata de no adocenarse, de crear un relato, otro distinto, entre la insumisión y la inmolación, y la sumisión y la obediencia; imágenes que despierten ilusión e iniciativa.
No quieren
que seamos personas con memoria ni conozcamos la historia; únicamente precisan
de esclavos que no duden, que no reflexionen, que estén deshumanizados. Al
desprenderlos de la memoria son como zombis que nada más que se estimulan con
las autopsias en vivo de los programas del corazón o bien con los partidos del
Barça-Madrid; más fútbol que nunca… Frivolidad a raudales.
Acabo este
escrito lo mismo que como acabó el señor Anguita, don Julio, una charla en
presencia de un servidor, diciendo: “Levántate y piensa”
Con el
contundente título del poema “No” del señor Bertol Brecht finalizo, con
incierta esperanza, el escrito de hoy.
No aceptes lo habitual como cosa natural.
Porque en tiempos de desorden,
de confusión organizada,
de humanidad deshumanizada,
nada debe parecer natural.
Nada debe parecer imposible de cambiar.
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