jueves, 31 de mayo de 2018

"La Transición no fue, ni mucho menos, el Bálsamo de Fierabrás que nos curó todas las heridas". (Primera Parte), por Óscar de Caso.


          Si hubiera sido así, hoy no estaríamos obligados a hacer memoria y evocar la impunidad con que se realizó. Pensemos en la Dictadura. Se da por hecho que acabamos con una Dictadura, pero no acabamos con ella. Simplemente murió uno de sus representantes, uno.


   Cuando se habla de transición se piensa en la marcha de un sitio a otro. Y en este país, a la Transición la hemos llamado democracia. Y no lo era. Era el camino a la democracia.


Y los que nos gobernaron, en vez de educarnos políticamente, nos fueron estafando, nos convirtieron en nuevos ricos de la democracia, nos adormecieron, nos dijeron que confiásemos en ellos. La sociedad española ha aprendido más en estos años de crisis con los efectos de esta estafa que en cuarenta años de seudodemocracia
           España es el único país de la Unión Europea que hace oídos sordos sobre las crueldades que se ejercieron durante la dictadura. La Ley de Amnistía que se promulgó en 1977 no eximió los crímenes de guerra; esta ley fue para las víctimas, pero no para los asesinos. En este país se produjo la desgraciada paradoja de que las víctimas pidieron perdón a los verdugos.
          Con esta ley de octubre del 77 pudieron salir de las cárceles los que estaban condenados por delitos de opinión, políticos, sindicalistas, terroristas, pero ningún terrible represor ni verdugo pasó por ningún juez para explicar alguno de los 130.000 desaparecidos.
Somos, por desgracia, el país con más “no muertos” del mundo, después de Camboya. En España no ha habido lo que, en otros países: un acto de contrición y las garantías de no volver a repetirlo.


    No lo ha habido, me repito. Tengo aquí apuntado una frase concluyente que dijo un filósofo: “Honrar la memoria de los desaparecidos es poder llegar a entender el alcance de la obligación de la memoria”.
Con esta falta de justicia y pasados todos estos años, parece como si tuviéramos la tumba de Franco sobre nuestros hombros para no poder olvidar a las víctimas y su recuerdo.


Se creen muy progresistas todos aquellos que pregonan: que todos sabemos lo que pasó y por eso es mejor la reconciliación; dejad en paz a los muertos; olvidad lo que sucedió; finalizad ese capítulo para que las heridas cierren por el bien de todos. Con estas afirmaciónes podemos deducir en que bando les acarició la guerra y la posguerra.
         Al cabo de los años hemos podido comprobar que la Transición fue una gran mentira, nuestra opereta, nuestro vodevil de tercera. Formalizó un acuerdo que “purificó” los poderes oligárquicos del régimen, pero activó bastantes derechos para las clases populares. Para conseguirlo, durante el año 1976 se produjeron el mayor auge de huelgas, de movilizaciones vecinales y estudiantiles, de la mayor capacidad de movilización y de presión popular; era el momento: ¡Entonces o nunca!
      La fundación de la Transición se debió a varios mitos: el mito del consenso entre iguales; el mito del ruido de sables; la trampa con la que juega el régimen franquista para poder acostarse fascista y despertar demócrata de toda la vida; el mito de la Transición pacífica: la izquierda es la única que pone los muertos; por último, tomaremos el mito de la izquierda y su “hicimos lo que pudimos”.
    La izquierda podría haber tensado la cuerda mucho más, su ciego objetivo era entrar en el Parlamento a toda costa y renuncian: a la bandera, al marxismo revolucionario y sobre todo a poder enterrar a sus muertos: las cunetas siguen llenas…


A esta lista de mitos la complementaremos con la observación de una policía con el gatillo muy fácil y el auge de los atentados de la extrema derecha. La Triple A y el Batallón Vasco Español conocen sus años de gloria. El número de detenciones políticas en los dos años posteriores a la muerte de Franco fue superior al tiempo de la agonía del franquismo.
           Tan solo hubo un Juez en España, el señor Garzón, don Baltasar, que tuvo coraje, y con ley acometió una causa judicial contra quienes perpetraron crímenes contra la humanidad durante el franquismo. También fue el único Juez enjuiciado.


Lo más sangriento de esta situación es que jamás se haya llevado a los tribunales a ningún responsable de los crímenes cometidos en esos años, terrible y ominoso cargo de conciencia para el Poder Judicial.
          Ya lo dijo el dictador en sus últimos estertores: “todo está atado y bien atado”. Hemos optado por la tibia indiferencia durante los cuarenta años siguientes, lo que cambia es, que los otros cuarenta anteriores teníamos la “obligación represiva” de ser indiferentes ante el régimen fascista del momento.
      Hoy en España la gente puede visitar la tumba del Dictador, gritar por la calle: ¡Viva Franco!, o contemplar con asombro ante el televisor a Ministros del Partido Popular cantando con inusitado fervor: “Somos novios de la muerte” (cosa que Felipe González y un servidor no podemos lograr comprender), no les va a ocurrir nada en absoluto.
 Las personas que vivimos el franquismo deberíamos tener la obligación de informar de primera mano la dignidad de nuestros antepasados, los mismos que no perdieron la coherencia, todo para conseguir un país mejor en el futuro.
          Tengo la obligación, benditos lectores de este acogedor blog, de dar por terminado este escrito con una de esas poesías que me producen un llanto desconsolador por el terrible asunto que describen sus versos; por contrapunto, estas mismas lágrimas se tornan a felicidad al contemplar unas estrofas tan hermosas.
          El poema se titula “Mientras me quede voz”; lo ha escrito María Luisa de la Peña Fernández   y pertenece al libro “El hilo de la memoria”
Mientras me quede voz
hablaré de los muertos,
tan callados, tan molestos…
Mientras me quede voz
hablaré de sus sueños,
de todas las traiciones,
de todos sus silencios.
De los huesos sin nombre
esperando el regreso.
De su entrega absoluta,
de su dolor de invierno.
Mientras a mí me quede voz
no han de callar mis muertos.


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