sábado, 23 de septiembre de 2017

Evocación “a toro pasado” de la abdicación de Juan Carlos I, por Óscar de Caso. "Los excesos de almíbar sobre los aciertos de Juan Carlos I en su reinado han rozado el ridículo".


Los excesos de almíbar sobre los aciertos de Juan Carlos I en su reinado han rozado el ridículo. No sólo trajo (prácticamente solito) la democracia a España, sino que, según Felipe González en declaraciones, sostuvo que el rey jugó un papel decisivo en el fin de la guerra fría y en la caída del muro de Berlín por “sus habilidades diplomáticas para conectar a Bush padre con Gorbachov” (pragmático estado de chocheo del Pope).


          Por más que se empeñen ahora Felipe González, Rubalcaba y Zapatero en tratar de explicar la prioridad del PSOE sobre la monarquía, saben perfectamente que en toda agrupación socialista hay una bandera republicana.
          Hay que denunciar que en su día, la autocensura  de las principales cabeceras periodísticas que han decidido olvidarse que el jefe del Estado sigue sin dar explicación alguna sobre sus cuentas en Suiza.
          El rey Juan Carlos, empedernido indiscreto, anunció su abdicación, que estaba prevista para quince días más tarde, comunicándolo, no sólo a los más señalados empresarios y banqueros, sino a su (amplio) círculo de amistades.

     Esta precipitación final explica en parte el aire ciertamente chapucero con que se ejecuta la operación, al estilo propio de aquellos años de la Transición, cuando el mal menor suponía el mayor de los éxitos siempre que por el camino se esquivaran reales o supuestos grandes obstáculos.
          Pretender que el resto del mundo observara el cambio de cabeza coronada en su hijo, como un “relevo generacional” largamente preparado pese a contar con un monarca en plena forma física y adorado por su pueblo es un empeño bastante absurdo. Para estas situaciones los británicos tienen una expresión pragmática y contundente: If it aint’ broken, don’t fix it, es decir, “si no está roto, no lo arregles”.
 
 
          En ese tiempo todos los datos indicaban que la abdicación real tiene relación directa con el proceso judicial del caso Nóos y con los escándalos protagonizados por el propio Juan Carlos I.
          Lo complicado de este proceso no es tanto la abdicación en sí. Sino la urgencia con la que el Gobierno pretende resolver el hecho de que Juan Carlos I perderá su inmunidad en cuanto abdique, y decide resolverlo por la sorprendente vía de incluir el aforamiento del rey emérito y de parte de la familia real introduciendo dos enmiendas en una reforma legal que “pasaba por allí”  que nada tiene que ver con el asunto (made in Rajoy).
          De modo que la “chapuza” sale adelante con el voto afirmativo  de la mayoría absoluta del Partido Popular, la abstención de CyU, Coalición Canaria y la endémica, enfermiza y letal indecisión del PSOE, con el voto en contra  de la Izquierda Plural, UPyD, el PNV y todos los parlamentarios de izquierda del Grupo Mixto.
          Como se verá más adelante, quienes vienen tejiendo fórmulas para garantizar la precaria salud del sistema bipartidista confiaban en que el cambio en la Corona puede ayudar a sostener el conjunto de intereses en juego y la amenazada “estabilidad” se equivocan palmariamente. Lo que sorprende, una vez más, es la ausencia de un plan detalladamente estudiado sobre los pasos a dar.
          La forma de ejecutar todo el proceso denota que se trata de una nueva actuación a la defensiva, por la vía de urgencia, consecuencia de una de tantas veleidades de Juan Carlos I, más propia de los primeros tiempos de la Transición que de una democracia consolidada.
          Lo grave no es que abdique la Corona. Lo preocupante es que, un paso detrás de otro, siga abdicando la democracia.
      POSDATA: Para elaborar este escrito se ha contado con la información y el trabajo detallado del señor Maraña, don Jesús.
          Hoy concluiré este escrito con una canción de Serrat de 1989 titulada “Manuel” que junto a la película de Mario Camus “Los santos inocentes” (1984) sobre texto del señor Delibes, don Miguel (1981) me producen ambas un llanto rabioso.
Se pone de relieve de manera agresivamente real la incultura generalizada en las partes bajas de la sociedad de la época y la resignación de estos pobres al aceptar su condición de inferiores, siendo considerados como seres no humanos.
          Al finalizar el poema, quizá, les suene y compartan hoy en día, algunos benditos lectores de este acogedor blog  la situación en que se encontraban y posiblemente se encuentren  estas pobres personas cambiando el tiempo y el momento actual.  
 
Le llamaban Manuel, nació en España, 
su casa era de barro, de barro y caña.
 
Las tierras del señor humedecían
 
su sudor y su llanto, día tras día.
 

Mendigo a jornal fijo como él no hubo
 
entre olivos y trigos, por un mendrugo.
 
Su casa era de barro, de barro y caña,
 
le llamaban Manuel, nació en España.
 

Le llamaban Manuel, nació en España,
 
su mundo era otro mundo, tras la montaña.
 
Del amo eran las tierras, camino abajo
 
las moras y las flores de los ribazos.
 

La mula y los arreos, el pan y el vino,
 
los árboles, las piedras y los caminos.
 
Su mundo era otro mundo, tras la montaña,
 
Le llamaban Manuel, nació en España, 
ella guardaba un hijo en sus entrañas. 
Nunca nada fue suyo, nada tuvieron, 
por eso lloró tanto cuando murieron. 

Él con sus propias manos cavó una fosa 
sepultando sus sueños junto a su esposa. 
Ella guardaba un hijo en sus entrañas, 
le llamaban Manuel, nació en España. 

Le llamaban Manuel, nació en España, 
le vieron alejarse una mañana. 
Del amo era el olivo, donde lo hallaron 
y la soga de esparto que desataron. 

Y el pedazo de tierra donde hoy se pudre 
y el trigo que en la sierra su tumba cubre. 
Le vieron alejarse una mañana. 
Le llamaban Manuel, nació en España.

 
 
 
 





 

 

 
 
 
 

 

 

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